LAS CARAS DEL ÉXITO / Campanas Quintana
Cuatro siglos dando la ‘campanada’
La familia Quintana lleva más de 400 años poniendo voz a campanarios de iglesias, basílicas y catedrales. ¿La más ‘sonada’? Las de la Almudena. Sus campanas repicaron el día de la boda de los hoy Reyes de España. Es una de las tres empresas de fundición que existen en en el país, y la única en Castilla y León.
Es imposible calcular a qué generación de maestros campaneros pertenece Manuel Quintana, porque el negocio que ha heredado de su padre y éste de su abuelo y éste de su bisabuelo se remonta a 1637. Al menos esa es la fecha más antigua en la que la familia Quintana tiene documentado este trabajo artesano, cuyos secretos llevan siglos transmitiéndose de generación en generación en un oficio que se hereda.
Un oficio que fue itinerante durante siglos y que dejó el sello de los Quintana en Zaragoza, Aragón, Navarra, Burgos, País Vasco, ..., hasta que la familia decidió establecerse, a principios del siglo XX, en la provincia de Palencia. Primero en Villota del Páramo y después de la Guerra Civil en Saldaña, hasta hoy.
Al principio en un viejo taller situado en el centro del pueblo, después en una nave más grande y finalmente en las instalaciones actuales, donde poco a poco Manuel Quintana, el padre, fue invirtiendo en tecnología y formación para seguir el tañido de los tiempos y las exigencias del mercado. Tanto que Campanas Quintana fue la primera empresa de Saldaña que en 1985 ya tenía un ordenador, cuando «todavía era algo de ciencia ficción», asegura Manuel.
Con una mentalidad muy avanzada para su tiempo, Manuel supo ver que había que modernizarse para ir con los tiempos, porque aunque «el oficio sea muy antiguo y la ejecución muy artesanal, se requieren conocimientos de técnicas de fundición de metales, de moldeo y de acústica».
Manuel, el hijo, se metió de lleno en el negocio en 1995 y desde el año 2000 dirige esta empresa en la que llegaron a trabajar 15 personas, aunque luego la crisis económica mermara la plantilla a la mitad. «En los años buenos se hicieron muchos trabajos», recuerda. Algunos muy importantes y con mucha repercusión mediática, como las campanas de la Catedral de la Almudena que se estrenaron en la boda del entonces Príncipe de Asturias con Doña Leticia.
Otros muy complicados, como la restauración del carillón de 36 campanas de la iglesia de San Pablo en Córdoba, que el párroco de entonces compró en la exposición universal de París de 1900 y no sonó hasta que Campanas Quintana le devolvió la voz 98 años después. Fue uno de los trabajos del que más orgulloso se siente Manuel, el hijo, «por el desafío que supuso, ya que es el único en su tipología que hay en España» y porque aprendieron «mucho durante la restauración».
Pero ha habido muchos otros, como las campanas de la Catedral del Burgo de Osma, las de la Basílica de Begoña en Bilbao, las de la fachada del Convento de San Pablo o las de la Antigua en Valladolid, las del convento de San Esteban en Salamanca, las del Monasterio de Las Huelgas en Burgos, las del Santuario de Nuestra Señora de Fuencisla en Segovia, las de San Pablo en Palencia, las de la colegiata de Santa María de Borja, y un largo etcétera que suma más de 8.000 campanas.
Unas pocas también fuera de España, donde Campanas Quintana tiene el 20% del negocio. En Guinea, Chile, Puerto Rico, Estados Unidos, Kenia o Panamá, a donde viajó su último trabajo «más importante»: cuatro campanas que repican en «la segunda iglesia más antigua de América en tierra firme», la iglesia de la Merced.
En muchos casos, el trabajo consiste en fundir campanas nuevas, en otros hay que restaurar las que están mudas o funcionan mal, en otros automatizar los mecanismos y en muchos mantener el trabajo realizado. De todo se encarga esta empresa que «en los años buenos» tenía la mitad del negocio en la nueva fabricación y la otra en la restauración. Ésta ha ido adquiriendo más peso, a medida que los nuevos encargos bajaban.
«Ahora hacemos muchos más trabajos de automatización y mantenimiento, ya que apenas se encargan campanas nuevas», aclara Manuel, poco partidario de usar el término «restauración» porque hay cosas, como las campanas «que no se pueden restaurar», asegura. «Se pueden restaurar algunos elementos, pero una campana rota, o se guarda o se mete en el horno de nuevo para fundir una nueva porque, aunque la sueldes, ya nunca va a sonar igual y por tanto no va a ser la misma campana», argumenta. Al horno, por ejemplo, van de nuevo muchas de las campanas que se hicieron durante la posguerra, cuando la escasez de cobre y estaño se suplía con plomo y el resultado eran campanas con una mala aleación que sonaban mal y se rompían pronto.
Por las puertas de Campanas Quintana, una de las tres empresas de fundición de campanas que hay en España y la única de Castilla y León, salen una media de 50 campanas al año, aunque no hace mucho la cifra era el doble. Desde pequeñas campanas de mano, que se usan para adornar mesas o para colocar en las ruedas de campanas que anuncian el comienzo del oficio, hasta campanas que han llegado a pesar cuatro toneladas, como la que colocaron en el Monasterio de Uclés, y que pueden oscilar entre los 300 y los 100.000 euros, en función del precio del bronce.
Su fabricación lleva una media de mes y medio porque «la metodología de trabajo sigue siendo la misma que hace cuatro siglos». Dice el maestro Manuel que lo más complicado es hacer el molde que se destruye durante el proceso, por eso nunca hay dos campanas iguales. En esta fase, en la que se necesitan tres moldes, se incluye la decoración y las inscripciones que siguen y seguirán hablando de otro tiempo. Como las que rezan que se fundieron en 1939, «el año de la Victoria Triunfal»; o la que hace cuatro años encargó un alcalde con la inscripción de «esta campana se fundió en el año de la crisis de 2012»; o como la que muestran con orgullo en sus instalaciones los Quintana, porque es una reproducción exacta de la que su antepasado Clemente Quintana realizó en 1639 para el convento de Navarra y que ellos se encargaron de «restaurar» cuatro siglos después.
Después se funde la campana a 1.200 grados centígrados, lo que ellos denominan la colada que «también tiene su punto crítico». Y luego viene la parte acústica, ya que una vez fundida hay que «tornearla» para obtener las frecuencias adecuadas. Este proceso, que antes se hacía de oído, y no hace mucho con un analizador de frecuencias «que costó dos millones de pesetas de las de entonces», hoy se hace con un ordenador y un programa informático.
Se añaden el yugo o la melena y el badajo y la parte mecánica con el martillo que hará sonar la campana, el motor para el volteo y un programador. Una automatización que no tiene nada que ver con las que se hacían antes y que hoy permite que el párroco pueda programar desde su Smartphone el repique que ‘toque’ para llamar a misa, avisar de que hay fuego, tocar a difunto o simplemente dar las horas, marcando el sonido de tiempos nuevos y viejos.
LA FICHA DE LA EMPRESA
Historia. El apellido Quintana lleva ligado a la fundición de campanas desde 1637. Durante siglos de forma itinerante hasta que a principios del siglo XX se establecieron en la provincia de Palencia. Desde 1940 trabajan en Saldaña.
Producto. Es la única empresa dedicada a la fundición de campanas en Castilla y León y una de las tres de España.
Ventas. La fundición de campanas nuevas supone el 40% del negocio. El 60% restante está en la automatización y mantenimiento de viejas campanas.