PEDERASTIA EN LA DIÓCESIS DE ASTORGA
La Diócesis encubrió 28 años al cura pederasta
l obispo de Astorga asciende a vicario de Ponferrada a Javier Redondo de Paz, al que la víctima culpa de ocultar los abusos / No investiga al resto de curas señalados, como el arzobispo de Santiago Julián Barrio, y permitió homenajes a Ramos Gordón cuando le sabía culpable
La Iglesia lo sabía, pero no actuó. Las víctimas pidieron su auxilio, hasta en dos ocasiones, y no recibieron respuesta. Al menos, no positiva.
La Diócesis de Astorga encubrió durante décadas los abusos sexuales cometidos por uno de sus párrocos, José Manuel Ramos Gordón, y todavía hoy se empeña en proteger a sus sacerdotes y no investigar lo sucedido a finales de los 80 en el Seminario Menor de La Bañeza. Tampoco indaga sobre lo acontecido en el colegio Juan XXIII de Puebla de Sanabria, que ya cerró, cuando ahora ex alumnos de aquel centro rememoran posibles abusos de este mismo cura hacia los internos más pequeños.
El Obispado no sólo no abre diligencias para esclarecer quiénes encubrieron los abusos sexuales que el ya ex párroco de la localidad zamorana de Tábara reconoció haber perpetrado en ese centro leonés, sino que permite que se homenajee al pederasta cuando ya le sabía culpable.
Además, hace menos de un mes ascendió a una de las personas que habría ocultado esos actos, según denunció en una carta al Papa Francisco F. L., el ex seminarista que ha destapado el caso. Éste habla de otras tres víctimas como él: su hermano gemelo y dos compañeros.
El obispo de Astorga, Juan Antonio Menéndez Fernández, nombró hace apenas 29 días, el pasado 4 de enero, a Francisco Javier Redondo de Paz vicario episcopal de Ponferrada y del sector de Pastoral Social.
El nombre de este sacerdote es uno de los que F. L. apunta directamente por haber mirado hacia otro lado. En la misiva en la que describe los «horrores» que padecieron mientras permanecieron internos en el seminario, señala a Redondo de Paz como a una de las dos personas a las que acudió en busca de auxilio y de la que recibió la indiferencia más absoluta.
El párroco que ahora es premiado con un ascenso, fue, según relata F. L., uno de sus tutores en aquel terrible 1989 y, también, una de sus esperanzas truncadas. Cuenta que su hermano y un compañero se decidieron finalmente a contarle lo que estaban padeciendo, las noches en las que José Manuel Ramos Gordón entraba en su habitación, se agazapaba junto a las camas o detrás del armario y procedía a realizarles tocamientos.
También explica al Pontífice que el recién nombrado vicario de Ponferrada les escuchó, les aseguró que él se encargaría y que, sin embargo, nada cambió.
Pero el suyo no es el único nombre que cita dentro de lo que considera una red de encubridores dentro de la Iglesia y sobre el que tampoco se abre ningún tipo de investigación por parte de la institución eclesiástica.
F. L. también habla del rector del seminario, Gregorio Rodríguez, ya fallecido, como el primero al que pidieron socorro sin ningún éxito, y nombra al otro tutor del centro, Juan Herminio Rodríguez Fernández, actual párroco deBembibre.
El listado de curas a los que hace referencia en su carta es más extenso. Además de unos cuantos nombres de pila, amplía esa pasividad que denuncia hasta el hoy arzobispo de Santiago de Compostela, Julián Barrio, que en aquella época era rector del Seminario Mayor de Astorga, donde la víctima cursó primero y segundo de BUP y donde denuncia que su hermano y él padecieron «maltrato psicológico» y todo tipo de castigos por haber contado los abusos que sufrieron un año antes.
La respuesta de Julián Barrio se limitó ayer a un escueto comunicado de tan sólo ocho líneas. En el escrito indica que «nada tiene que ver al respecto de las noticias difundidas» sobre el primer caso de abusos sexuales reconocido por la Iglesia en Castilla y León y sobre su encubrimiento. Sostiene que lo «desconocía absolutamente hasta ahora».
Ninguna alusión a que se desentrañen las acusaciones, ni a que se aclaren los hechos, ni a condenarlos, ni nada. Eso sí, se mostró preocupado por su honorabilidad y advirtió de que tomará medidas legales si ésta resulta dañada.
Pese a la protección de la Diócesis, cualquiera que supiera lo que José Manuel Ramos Gordón hacía a esos internos y no actuara se arriesga a que le Papa lo expulse de la Iglesia, de acuerdo al documento papal que dictó el 5 de junio del año pasado.
El Pontífice decretó «la expulsión de sus cargos de los obispos que oculten casos de abusos sexuales; de los eclesiásticos que omitan actos que hayan provocado daños a otros».
Una promesa de firmeza que no se aprecia en la Diócesis de Astorga, ni en la Conferencia Episcopal española, que dan por cerrado el caso limitándose a «la privación del oficio de párroco» para Ramos Gordón «por un periodo no inferior a un año», además de realizar ejercicios espirituales y «desarrollar labores asistenciales en favor de los sacerdotes ancianos e impedidos».
El obispo de Astorga se considera satisfecho con lo que considera una «pena pertinente», y desde el gabinete de comunicación justifican que «ya se ha arrepentido al aceptar la pena impuesta y pedido perdón, como queda reflejado en la carta de disculpa que el obispo envió a la víctima».
De que la Diócesis no quería destapar este caso ni hacerlo público queda constancia en lo que sólo es otra muestra más ocultamiento. Omite la condena –en realidad, la prescripción canónica, porque nunca llegó a los tribunales y ahora esos delitos han prescrito– y tapa el asunto al amparar la celebración de hasta dos homenajes al pederasta los pasados meses de septiembre y de octubre.
Pese a que supuestamente se le privó de ejercer el sacerdocio, el silencio del prelado posibilitó que el pueblo de Tábara lo despidiera con honores, le entregara un obsequio de reconocimiento y se deshiciera en halagos hacia él. La misma localidad que amaneció esta semana con estupor al conocer la noticia.
La celebración tuvo lugar en el interior de la iglesia y con él con el hábito de sacerdote. Una imagen que ofendió aún más a F. L. y que le llevó a volver a dirigirse al Papa para mostrar su absoluta decepción.
En septiembre, el párroco, que ya había reconocido los hechos, recibió otro homenaje de la cofradía de la Virgen del Carmen.
El hermetismo de la Iglesia en Castilla y León es tal, que no da explicaciones de cómo ha sido el proceso ordenado por el Papa, ni de si ha escuchado al resto de internos del Seminario, ni si ha profundizado lo más mínimo o si lo harán en algún momento.