ARQUEOLOGÍA
¿Están las raíces del euskera en Tierras Altas?
El arqueólogo Eduardo Alfaro descubre en su trabajo, que pronto será publicado por Soria Edita, una conexión de esta zona de la provincia con la población vascona incluso anterior a la romanización
En Tierras Altas de Soria, entre los valles del río Cidacos, el Linares y el Alhama, se atesora un importante legado celtíbero y romano que puede cambiar la lectura que, antaño, se hacía de este pueblo radicado en la mitad septentrional de la Península Ibérica. El profesor Eduardo Alfaro, tras años de investigación en el Yacimiento Arqueológico de Los Casares y otros ubicados Tierras Altas, en breve publicará para Soria Edita un compendio de su tesis Oppida y etnicidad en los confines septentrionales de la Celtiberia, que este año ha obtenido la calificación cum laude por la Universidad de Valladolid (UVa), bajo la dirección del profesor Fernando Romero Carnicero, que podría ser revolucionario.
Su tesina ya hablaba del poblamiento en esta zona y para su tesis necesitaba un tema apasionante y, en 2001, una serie de circunstancias, le llevarían a toparse con una serie de inscripciones inéditas, cinco aras y 34 estelas funerarias, que le pondrían sobre la pista de una nueva investigación que, igualmente, tuvo como protagonista el mundo celtíbérico. Lo verdaderamente singular es que estos documentos pétreos ya de época romana vinculan a las personas por los que fueron erigidos con nombres de origen vascón, la raíz del euskera arcaico. Uno de los epitafios, el primero que analizó, hace relación a un tal Antestius Sesenco que debió vivir entre los siglos I o II después de Cristo. En él se consigna su nombre romano, Antestius, pero también aparece Sesenco, una voz que irremediablemente remite al vocablo zezenko que, en euskera, significa: torito, novillo. Sensenco, apunta Alfaro, es un vocablo «transparente en vasco», un nombre que, «en su sonoridad, tiene poco que ver con lo celtíbero», mantiene el arqueólogo. Pero no es el único caso encontrado a lo largo de una investigación iniciada hace ya casi 20 años.
Pero, ¿es posible que en las Tierras de Altas de Soria haya inscripciones que remitan al euskera? Hay varias teorías. Una de ellas hace referencia es un importante movimiento migratorio desde el Norte de la Península hasta estos protegidos valles. «Después de las Guerras Numantinas, estalla otro gran conflicto: las guerras civiles sertorianas», explica Alfaro. Toda esta zona de la actual Soria se posicionará en alianza con Quinto Sertorio (122-72 antes de Cristo), que fundó una «minirepública romana» en Hispania.
"Pompeyo viene y le derrota», relata Alfaro. Una de las teorías que maneja en su investigación es que fruto de esa victoria de Pompeyo se forzó un gran movimiento poblacional de los vencidos, lo que hubiera propiciado la repoblación de Tierras Altas con gente del Norte, vascona. Otra de las posibilidades, y por la que, en principio, apuesta el arqueólogo soriano, es que, en realidad, hubiese existido siempre en la zona, al hilo de la migración estacional vinculada a la trashumancia del ganado, un constante flujo de personas venidas del Norte de la Península. «Todo el mundo sabe que los pastos más finos están entre Santa Cruz y Oncala, que son la gran riqueza de la sierra», explica. De ahí que la gran calidad del terreno de cara a la alimentación del ganado hubiese sido vox populi ya desde la Antigüedad y que, al abrigo de éstos, se hubiese propiciado un desplazamiento migratorio y una posterior «celtiberización» de los vascones llegados a Tierras Altas. Lo interesante, no obstante, es que en estas inscripciones queda el testimonio de este origen, de ese «sustrato vasco» que los descendientes de los primeros emigrantes mantuvieron incluso ya en plena época de dominio romano. «Pienso que es gente que está en la zona, siempre muy encerrada en sí misma, y que se va a adaptar a los tiempos» y a sus avatares geo-políticos, manteniendo «su economía» y, por supuesto, «su identidad», en este caso, entroncada con raíces ibero-vasconas.
No ignora Eduardo Alfaro la revolución que este descubrimiento podría suponer no sólo para reescribir la historia del mundo prerromano en la Península Ibérica, sino también la propia historia lingüística del euskera. «Es una joya que hay que mimar», insiste Alfaro y, en este sentido, avanza que lo interesante sería juntar en un mismo punto museístico todas las piezas para contemplar los hallazgos. Ésa sería una de las primeras cuestiones en las que habría que trabajar, destaca. De las 39 inscripciones encontradas hasta la fecha, cinco pueden contemplarse en un museo, otros cuatro están en localidades que actualmente pertenecen a La Rioja. El resto, sin embargo, «está en manos de particulares», precisó.
Tras muchos años de trabajo en este campo, Alfaro afirma que, en algún momento, hay que poner fin a la investigación para una tesis. Pero, en su caso, sigue trabajando en este tema. De la publicación que recogerá Soria Edita, insiste que tendrá «partes duras», necesarias para comprender el contexto de la época, «pero acaba enganchando», insiste el investigador. Será apta también para profanos.