CRÍTICA DE CINE
Crítica de 'Star wars: El ascenso de Skywalker': demasiada reverencia a la nostalgia
J. J. Abrams cierra la saga con una película conservadora y prefabricada, desprovista de cualquier atisbo de iconoclastia, destinada a contentar a todo el mundo
Star wars: El ascenso de Skywalker ★★★
Dirección: J. J. Abrams
Reparto: Daisy Ridley, Adam Driver, John Boyega, Oscar Isaac, Carrie Fisher, Mark Hamill, Richard E. Grant
Título original: 'Star wars: The rise of Skywalker'
País: Estados Unidos
Duración: 155 minutos
Año: 2019
Género: Aventuras / Ciencia ficción
Estreno: 19 de diciembre del 2019
Dicen que cuando George Lucas compuso su primera trilogía de La guerra de las galaxias, se basó en parte en las teorías de Joseph Campbell en torno al origen del mito. Todas las historias tendrían una base común, un carácter concéntrico, un pulso repetitivo y una función tanto de aprendizaje como de autoconocimiento.
En todas las películas de la saga hemos asistido a un esquema similar alrededor de la lucha entre el bien y el mal a la hora de definir la personalidad del héroe. El camino de Anakin y Luke, y ahora de Rey y Kylo Ren, ha sido para todos el mismo, luchar contra sus demonios internos y descubrir su verdadera identidad.
En efecto, los relatos parecen condenados a reproducirse a lo largo del tiempo, pero en el caso de la última trilogía de Star wars, existe una voluntad casi patológica de mimetizar los aciertos y defectos de su modelo original. Así, si El despertar de la fuerza funcionaba como imagen especular de Una nueva esperanza, sentando las bases de toda una cosmogonía; Los últimos Jedi dialogaría directamente con El imperio contraataca en su capacidad para abrir nuevos caminos y romper con las expectativas. Esa misma analogía ha llevado a convertir El ascenso de Skywalker en una decepción en la misma medida que para muchos lo fue El retorno del Jedi en su momento. J.J. Abrams, treinta y seis años después, ha vuelto a caer en la misma trampa en la que resbaló George Lucas: querer contentar a todo el mundo.
SIN ENTIDAD PROPIA
Si la anterior película de Rian Johnson se mostraba impetuosa y valiente a la hora de introducir toda una batería de conceptos que parecían orientar la nueva trilogía hacia una nueva dimensión, en esta ocasión, Abrams ha vuelto a coger las riendas para tranquilizar los ánimos y componer una obra más conservadora en la que cualquier atisbo de iconoclastia se ve aplastado por la reverencia a la nostalgia.
Adiós al discurso en torno a la necesidad de enterrar lo viejo y dar valor a lo nuevo que sustentaba Los últimos Jedi: la tradición vuelve a dar sentido a una película que parece más pendiente en condensar homenajes en cada fotograma que en alcanzar una entidad propia e independiente. Todo ello aderezado por giros de guion culebronescos, toda una batería de extenuantes reapariciones, una machacona banda sonora de John Williams dispuesta a dilapidar cualquier atisbo de sutileza para subrayar los momentos más épicos y poca imaginación visual a la hora de crear imágenes potentes que perduren en el tiempo.
El ascenso de Skywalker es una película demasiado abigarrada y prefabricada. Resulta complicado entrar en su juego porque todo su mecanismo interno se basa en decisiones caprichosas que encajan con calzador para componer una conclusión que se esfuerza demasiado en cerrar el círculo a base de trampas y falsa trascendencia, y en la que solo funciona de verdad, como único núcleo de magnetismo, la química entre Daisy Ridley y Adam Driver.