Elvira Gascón
Del 17 al 31 de mayo de 2001, en coincidencia con la presencia en el salón Gerardo Diego de la paisajista catalana Concha Ibáñez, la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de la capital llevó hasta el Palacio de la Audiencia medio centenar de dibujos, entre grabados e ilustraciones, de una “de las mejores pintoras españolas del exilio”, cualidad de distinción que venía a unirse otra aún más singular: haber nacido en Almenar y aceptar gustosa su condición de “artista soriana”
Precisamente aquel 17 de mayo de 2001 habría cumplido 90 años si no hubiera fallecido quince meses atrás, el 11 de febrero de 2000, en México, en su capital, donde llevaba exiliada desde el final de la Guerra Civil. Fue una muestra breve, de apenas 14 días, y escasa, de no más de 58 piezas, expresión mínima de una obra inmensa que custodian sus hijas en el país que tan gentilmente le adoptó; pero traía en su embalaje, con el aval de Alejandro Campos, albacea de León Felipe, y las reiteradas gestiones de Leonor Sarmiento, presidenta del Ateneo Español de México, y de Pilar Arcelus, de igual cargo en el Solar Navarro de tan legendaria ciudad, el deseo último de la artista de que en su tierra supieran de ella; que supieran que recordaba su origen; que seguía apegada a la tierra; que deseaba saber si en ella se conocía su obra; y que, de cualquier manera, aspiraba a mostrar su interés por que esta fuera expuesta aquí, en su tierra.
Todo esto transmitieron aquellas dos buenas amigas de la pintora a las autoridades cívicas y académicas de la ciudad. Y lo hicieron armadas con un amplio dossier informativo que ´Soria 7 días´ convirtió, el 29 de julio de 1996, en un anónimo, pero bien trabado artículo, reivindicativo de la personalidad, trayectoria y éxito de la pintora de Almenar; y lo mismo hizo ´Idiomas´, la revista de la Escuela Oficial de Idiomas de Soria, que en su primer número [mayo de 1999], con un texto de su director, Jesús Bozal, revelaba el origen de aquellos contactos, transcribía una escueta biografía de la autora tomada del ´Índice bibliográfico del exilio´ y aún copiaba algunas frases antológicas de la artista [como aquella que rezaba: “Siempre me he inspirado en la cultura y en la belleza del desnudo helénico, sin olvidar a Picasso”] que la edición mexicana de ´El País´, en su ejemplar del 2 de octubre de 1995, incluía en una clarividente entrevista. Más aún: en el número 2 de la misma revista [2000] aprovechó Bozal Alfaro su propia entrevista a Eloísa Álvarez, alcaldesa entonces de Soria, para comunicarle que no mucho tiempo atrás andaba buscando Elvira Gascón “una institución soriana a quien donar una parte de su obra”.
Ese mismo pensamiento había podido leerse en un segundo artículo publicado en la prensa soriana [el de Antonio García Abad recogido por ´Heraldo Soria 7 días´ el 25 de febrero de 2000] pocos días después del fallecimiento de la pintora, a pocos meses de cumplir 89 años, a 34 de la muerte de su esposo [Roberto Fernández Balbuena] y a nada más que 61 años de su exilio. Pero en Soria las instituciones no tienen por costumbre leer la prensa salvo para engordar de recortes favorables sus álbumes de logros… aunque, es verdad, el 17 de mayo de 2001, el Ayuntamiento capitalino nos ilustró con la breve muestra ya comentada, muestra de la que informarían al día siguiente ´Diario de Soria´ y ´Heraldo Soria 7 días´, aquel con un par de fotografías de Valentín Guisande y sus pies correspondientes, y éste con un bello texto de Benjamín Luengo y fotos de Mariano Castejón.
En Soria, salvo apostar por una exposición antológica que permitiera el conocimiento pleno de la obra de la artista, poco más se podía hacer si no era rastrear su origen y buscar su acta de nacimiento o de bautismo. Y el sabueso investigador que es Jesús Bozal logró que el párroco de la iglesia de San Pedro Apóstol de la villa de Almenar le transcribiera la partida de bautismo de “Elvira, hija de Pedro Gascón y Vicenta Pérez”, que “nació a las nueve de la noche del día diez y siete” de mayo de 1911, en el domicilio de la villa que en esa fecha ocupaban aquellos, y que “fue llevada a dicha iglesia después de haberla bautizado privadamente por haber inminente peligro de muerte”.
Esto lo hizo Lorenzo Lafuente, médico cirujano de Almenar, y el cura de la villa, Carlos Redondo, lo validó el 28 de mayo e inscribió en el lugar 198 del Libro de Nacimientos y defunciones de la mencionada iglesia. La tal partida de bautismo [que recogió el número 3 de la revista ´Idiomas´ haciendo un nuevo servicio a la ciencia biográfica soriana] habría de completarse con la de nacimiento que, con fecha 21 de agosto de 1923 y a petición de la propia Elvira para ser incluida en su expediente académico del Instituto Cardenal Cisneros de Madrid, copió del libro 10 de la Sección de nacimientos del Registro civil de Almenar el Juez municipal Ricardo de Pedro Arribas.
¿Supo Elvira, por sus padres o por su abuela materna [Elvira Gascón, de Salmerón, provincia de Guadalajara y domiciliada en Valencia] las circunstancias de su nacimiento? Ella, tan religiosa, que casaría en el Altar Mayor de la Catedral de México, ¿supo de bautismo tan singular? Seguramente ni una cosa ni la otra, pero sí sintió aquella tierra como propia, y a ella se refirió, con cariño extremo, en una entrevista que firmó Marta Anaya y publicó ´Excélsior´ el 17 de diciembre de 1979: “Nací [allí] de casualidad, porque mis padres andaban de paso, y de [ahí] salí como a los dos años…; la verdad no me acuerdo porque estaba muy chiquita. Pero es curioso, donde se nace hay un cariño especial; entonces al acordarme de España, luego pienso en Soria, [Soria] que esto…, Soria que tal…, Soria… [Allí] me llevaron mis padres cuando cumplí 18 años para ver donde había nacido…”.
Elvira Gascón Pérez, que nació en Almenar, se formó en Madrid [entre el Instituto Cardenal Cisneros, la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado y la Academia de Bellas Artes de San Fernando] y vivió la guerra ejerciendo la docencia y luchando por la salvaguarda y protección del tesoro artístico nacional; que se exilió a México, donde se casó, tuvo a sus hijas [Elvira y Guadalupe], creó una extensa obra artística y murió; que nunca regresó a España; y que tampoco pisó su tierra natal más allá de aquel viaje de conocimiento que le gustó tanto y que hizo que, ya en México, cada vez que se acordaba de España, pensara en Soria, por más que su visión adolescente ni siquiera le permitiera conservar el recuerdo de aquel castillo almenado donde unos años antes había venido al mundo Leonor.
Nunca más volvió a ella [en una relación con la patria chica que recuerda tanto a Julián Sanz del Río]; sin embargo, por muchos años y para mucha gente que la trató y de ella escribió, siempre fue “la pintora soriana”, expresión que figuró, y figura, en casi un centenar de publicaciones. Por eso, aunque solo fuera por eso, Soria le debe un homenaje; que será póstumo, cierto, pero que debiera superar las páginas de una revista, las de un periódico, o las de un libro [el que con tanto sentido prepara Carmen Hernández sobre ella y otras mujeres sorianas], y aún las posibles placas en las esquinas de una calle. Soria, su Ayuntamiento, debería cuanto menos nombrarla hija adoptiva de la ciudad, y Soria, su Diputación, en nombre de Almenar, hija predilecta de la provincia.