Urbano Sanz del Río
UN MAESTRO DE CASTEJÓN DEL CAMPO / Apenas hace unos días, cuando se empezaba a escribir esta página, un soriano de Pozalmuro, el profesor Carmelo Romero Salvador, homenajeó a la Segunda República con la publicación de un libro sobre las elecciones del 12 de abril de 1931, comicios que acabaron con el reinado de Alfonso XIII y proclamaron aquella, y en los que, no nos cabe la menor duda, participaría con su voto claramente definido
El cual, según acta número 43 del tomo 5º del Libro de Nacimientos del Registro Civil de Castejón del Campo, nació en esta localidad el día 6 de diciembre de 1906, a las tres de la tarde, en el domicilio familiar. Dice aquella también que fueron sus padres, Pablo Sanz Soria, maestro, natural de Tajahuerce, y María del Río, de Castejón, dedicada “a las ocupaciones propias de su sexo”. Y que era nieto, por línea paterna, de Rufino Sanz, de Portillo, ya difunto, y de Josefa Soria, de Aguilar del Río Alhama, residente en Almenar; y por línea materna, de Santiago del Río, difunto, y de Clotilde Laguna, natural de Miñana y domiciliada en Castejón del Campo.
El expresado niño, Urbano Sanz del Río Soria Laguna, se mostró, aparte de vacunado, “sin defecto físico alguno” en la certificación médica que, a efectos de “la enseñanza”, firmó, a 18 de agosto de 1920, Joaquín Hermida, médico de la Beneficencia municipal de Pozalmuro. Y es que, tres días antes de esa fecha, a los trece años de edad, Urbano elevó instancia al director del Instituto General y Técnico de Soria solicitando fuese admitido al examen de ingreso correspondiente y, caso de ser aprobado en el mismo, se le considerase matriculado oficialmente en las asignaturas del primer curso de Bachillerato.
El consabido examen –un dictado tomado del Quijote y una división por tres cifras en su parte escrita– se efectuó el 21 de septiembre de ese mismo año, y el alto tribunal, formado por los catedráticos Mateo Rioja como presidente, Gerardo Diego como secretario y Lorenzo Cabrerizo como vocal, le calificaron con la inusual nota de suspenso, ganada a pulso por unas “bes” y una “h” mal puestas y un resultado en la división erróneo no sometido a la habitual prueba. Su paso por el Instituto concluyó de súbito –o eso es lo que nos dice su expediente académico de apenas seis días–, y seguro que no reparó nunca en las celebridades que le juzgaron, ni gracia alguna le haría al considerado maestro de Hinojosa del Campo, y luego de Ágreda, Pablo Sanz, su padre.
Y sin embargo alguna determinación de fuerza dictaría su progenitor pues pocos años más tarde, en julio de 1925, El Avisador Numantino se hizo eco de que, en la Exposición de Trabajos Caligráficos celebrada en Valencia, el joven Urbano Sanz del Río había obtenido el primer premio. Y no más de dos años después, en febrero de 1927, en las oposiciones verificadas en Madrid para escribientes de la Compañía Telefónica Nacional, el mismo diario informó que “el joven estudioso” Urbano Sanz del Río, hijo del “culto maestro de Ágreda” Pablo Sanz, “había obtenido plaza con brillante calificación”. Y luego, sin solución de continuidad, seguiría el ejemplo del padre e ingresaría en la Escuela Normal, saliendo de ella el 17 de diciembre de 1929 con el título bajo el brazo de Maestro de Primera Enseñanza.
Lo estrenó, como interino, en Matasejún, del 15 de enero de 1930 al 19 de febrero de 1931; y en Sauquillo del Campo, desde el 5 de noviembre de 1931 al 12 de octubre de 1933. En ese tiempo disfrutó de la enseñanza y, adelantándose casi un siglo a los teóricos actuales de la despoblación, inició una rica colaboración en la prensa local con precisos artículos de opinión en los que tanto destacaba las cualidades intrínsecas de sus destinos [pueblecillos de escasos 60 habitantes, de humildes trabajadores, con no más preocupación que la vida del campo] como su incomunicación [pues solo “a los dos meses de venir la República a España supieron que había sido proclamada”], pero a los que pronto añadió una cumplida teoría didáctica [“la escuela debe tener su finalidad esencial en la instrucción y la educación”] y un aclamado republicanismo.
Y luego, ya con plaza definitiva en Valverde de Ágreda [desde el 2 de enero de 1934 al 16 de septiembre de 1936], y sin cesar su labor pedagógica de la Escuela y propagandística de los valores de la República desde las páginas de La Voz de Soria, osó, por supuesto en su derecho, a contraer matrimonio por lo civil. Su enlace con Petronila Cilla Sevillano, en los primeros días de septiembre de 1934 y en el Juzgado Municipal de Ágreda, fue el primero no canónico celebrado en la provincia de Soria, siendo uno de sus testigos, precisamente, el abogado Anastasio Vitoria, que, en el año trágico de 1936, el 23 de abril, sería nombrado alcalde de la villa, cesado de dicho cargo el 22 de julio, sustituido el 27 de ese mismo mes por Pedro Cilla Valenciano [que no Cilla Sevillano] y fusilado en la madrugada del lunes 17 de agosto, junto a Juan A. Gaya y otros seis desgraciados más.
La popularidad de Urbano fue tal en los años previos a tales sucesos que hasta llegó a presidir el Club Deportivo Ágreda, al menos en la fecha memorable del 14 de julio de 1935 en que éste se midió, en duelo casi “fratricida”, con el C.D. Urbión.
Pero donde jugó un papel trascendente, aunque absolutamente inconsciente, para su vida y sus descendientes, fue en las elecciones de febrero de 1936, en las que hizo campaña, en Trévago, en Cigudosa, en Añavieja, en Valdeprado, en Fuentes de Magaña y hasta en Ágreda, en favor del bloque popular de las izquierdas y de sus candidatos en Soria, Benito Artigas Arpón y Carlos García Benito.
Lo que aconteció después todo el mundo lo sabe y nadie tendrá duda de la sinrazón por la que Urbano Sanz del Río fue detenido y encarcelado casi al tiempo en que el ejército rebelde se alzaba en África. Se le abrió expediente de depuración [véase A. Hernández García, ´La purga de Franco en el Magisterio soriano´, Soria, 2015, vol. 1: 665-674] y fue declarado “suspenso de empleo y sueldo” el 16 de septiembre de 1936 y separado definitivamente “del servicio y baja en el escalafón correspondiente” el 20 de julio de 1939, lo que no le privó de un periplo carcelario que inició en Soria, siguió en El Burgo de Osma, en cuya prisión ingresó el 21 de agosto de 1936, regresó a la de Soria el 11 de agosto de 1937, y volvió a la cárcel del Burgo el 24 de marzo de 1938.
Por fin, el 15 de mayo de 1938, por mandato del delegado de Seguridad Interior y Orden Público, fue puesto en libertad; pero ya no volvió a escribir en los periódicos ni volvió a su Escuela. En marzo de 1955, es verdad, tras quince años de penalidades, varias solicitudes de revisión de su causa y reconciliación con Rufino Oria, cura-párroco de Ágreda, celebrando con Petronila el compromiso religioso preciso, quedó sin efecto la vieja orden depuradora y fue readmitido en su trabajo: primero en Añavieja, Soria; luego en Atea y Añón del Moncayo, Zaragoza; y finalmente, en Quel, en La Rioja, donde falleció en 1967, a los 61 años de edad.
Podría decirse, obviando cualquier confusión imposible por naturaleza y cronología, que Urbano Sanz del Río nada tuvo que ver con Julián Sanz del Río, por más que en ideales, moralidad, pensamiento fueran casi hermanos.