Cerrar

Javier Martínez Romera

Javier Martínez Romera es doctor en Traducción e Interpretación y profesor de Geografía e Historia en el IES Antonio Machado

Estancia en la plenitud de un poeta soriano

Creado:

Actualizado:

Es labor vana presentar al público interesado en lo soriano y en lo poético y literario la figura de Fermín Herrero por su larga y fructífera trayectoria lírica, que ha sabido conjugar como nadie una simbiosis entre lo ambiental y lo personal, lo paisajístico y lo literario y lo innovador y arraigado en su Soria de origen, en ese Ausejo de la Sierra, antesala de Tierras Altas, tanto en su paisaje, su paisanaje, su léxico y la cosmovisión de estas tierras, un territorio telúrico, casi mítico que, gracias a él, ha trascendido a la poesía y a la literatura.

Ha conservado a lo largo de su obra Herrero esa capacidad de reinventarse de los poetas jóvenes. Era ya uno de ellos muy destacado cuando yo lo conocí, hace unos cuantos años, cuando fue mi profesor de Literatura en el COU de Letras del Instituto Antonio Machado, en un año de enorme crecimiento personal, en el que Herrero hizo inigualable tándem departamental con Andrés Martín Domínguez como profesor de Lengua, otro excelente poeta y admirado escritor y dramaturgo.

Fotografía de la presentación de “Estancia de la plenitud” de Fermín Herrero en el Círculo Amistad Numancia de Soria y cartel anunciador de la misma, con la portada del libro.HDS

Que Herrero no era un profesor de Literatura al uso era algo evidente desde la primera clase; su estética e indumentaria relajada, su cercanía, los libros que casi a diario traía a clase y nos ofrecía, a modo de tentación, para su lectura -en deuda sigo con él por describirme la amplitud, ironía y lirismo de Valle Inclán en aquellas ediciones de Austral de su ya entonces muy crecida biblioteca personal- y por comenzar siempre las clases escribiendo en la pizarra, con caligrafía apretada y cuidadosa, un haiku, cuya interioridad, profundidad y lirismo, escapaba muchas veces a nuestra comprensión adolescente, todavía sin desbastar ni pulir del todo.

Fue precisamente en aquel curso 1994-1995, cuando, en cierta manera, se produjo su consagración como poeta con la publicación de su primer libro de poesías, aquel “Anagnórisis” que tuvo el detalle de regalarme, quién sabe si con vocación de inversión futura, cuando, por casualidad del destino, coincidimos en las escaleras entre la Diputación y el edificio de Hacienda, yo camino a casa tras las clases y él, autor feliz que acababa de recoger la gran caja con la primera hornada de ejemplares editados por la Diputación Provincial de Soria, tras obtener el Premio Gerardo Diego de Poesía de 1994.

Con detenimiento leí aquel inesperado regalo y, después, según los años fueron ampliando el entendimiento, volví sobre él y he de confesar que no fue pequeña la emoción estética que la lectura de aquellas cuidadas páginas me produjo. Desde entonces me convertí, por afecto personal y por devoción poética, en fiel seguidor de la imparable y ascendente trayectoria del poeta de Ausejo de la Sierra.

Los azares de la docencia y la vida llevaron a Herrero a Valladolid, y a mí me devolvieron al Instituto Machado como docente. En Valladolid se convirtió en una voz imprescindible de la lírica soriana, castellanoleonesa y española, al tiempo que llevaba a cabo un proceso estilístico muy personal de depuración y experimentación poética que, sobre todo, siempre sabía transmitir algo, a mi juicio, muy valioso; todo el lirismo y belleza de lo que no ha sido cantado tan a menudo por los poetas: los paisajes yermos, las parameras desoladas y las gentes enjutas, que desafiando los elementos, han sobrevivido durante siglos, sin perder esfuerzo ni ética, en nuestras altiplanicies sorianas, desoladas y añoradas desde el tiempo y desde la distancia.

Así la obra de Herrero fue creciendo en intensidad y en difusión, mientras continuaban llegando los premios: El Hiperión por “Echarse al monte” en 1997, el Ciudad de Salamanca, por “De atardecida, cielos” en 2012, el Gil de Biedma, por “La Gratitud” en 2014, el Jaén de Poesía, por “Sin ir más lejos” en 2016 hasta llegar al Premio de las Letras de Castilla y León, concedido al conjunto de su obra en 2015. Al reconocimiento institucional y académico acompañó el de la crítica, que por “La gratitud” le concedió el premio de la de Castilla y León en 2014, y el nacional, por “Sin ir más lejos”, en 2016.

Al tiempo, se iba nuestro autor adentrando en el terreno del ejercicio de la crítica literaria, siempre, como es él, con mesura y conocimiento profundo, en revistas de literatura y pensamiento como “Archipiélago” o “Turia”, en “La sombra del ciprés”, el suplemento de cultura de “El Norte de Castilla”, o en la edición regional de ABC.

Casi con cadencia anual todos estos libros iban llegando al escaparate y y a los anaqueles de la centenaria librería Las Heras de Soria, satisfaciendo la curiosidad de lectores, seguidores y exalumnos, y se iban presentando después en la ciudad, casi siempre en el histórico Casino, como una cita más, obligada y agradable, de la agenda navideña o de otros periodos vacacionales. Y esta costumbre es la que llevó a Herrero y a quien esto escribe, a comparecer en el Casino Amistad Numancia de Soria el 26 de diciembre para presentar “Estancia de la Plenitud”, su última obra, magníficamente editada en la Colección La Cruz del Sur, de la Editorial Pre-Textos, en un evento muy honroso y especial para mí, que, simbólicamente, casi cierra de algún modo un ciclo, al ser presentado el maestro por su antiguo alumno, quizá superando así de forma definitiva esa “distancia real, posiblemente mayor en lo íntimo” a la que el poeta hacía referencia en la dedicatoria de mi adorado ejemplar de “Anagnórisis”, que el hoy profesor de cuarenta y seis años recibió cuando tenía diecisiete.

Desde su aparición en septiembre de 2023, el libro ha despertado el interés positivo de la crítica. Sirva como ejemplo la estupenda reseña que el escritor extremeño Álvaro Valverde publicó en “El Cultural” el 17 de noviembre de 2023 y que, acertadamente, títuló: “Por lo menudo” y en la que afirmaba con rotundidad que la última obra del soriano “no hace sino reafirmar su radical necesidad en el panorama poético”. Así es sin duda.

Los treinta y un poemas de “Estancia en la plenitud” se abren con dos citas explicativas del título del libro. Una, del filósofo italiano Giorgio Agamben, en la que se explica cómo los poetas del siglo XIII llamaban “estancia” al núcleo esencial de su poesía y otra de Friedrich Hölderlin, el lírico alemán puente por excelencia entre el clasicismo y el romanticismo, en la que declara: “El hombre no soporta más que por instantes la plenitud divina. Después, la vida no es sino soñar con ellos”.

Ambos fragmentos nos contextualizan el título del libro, que quizá haga referencia a que el autor considera que se encuentra en un momento asentado, creativo y feliz de su evolución, término mejor que “carrera”, de su poesía. Sea como fuere, y a expensas de que sea el propio autor quien lo aclare, es “Estancia de la plenitud” una obra poética plena, que no rehúye, en consonancia con el título, una cierta celebración de la alegría de la vida sin huir de sus sinsabores que son, precisamente, lo que la hacen plena, porque, como afirma el autor citando a José Antonio Gabriel y Galán: “la vida es dura y bella”. Ya el primer poema que abre la obra es toda una declaración de intenciones a este respecto: “Este es un canto de alabanza/ ya que no puede serlo de humildad/ por culpa del que, en vez de limitarse/ a la mirada, escribe cuanto ve,/ lo que piensa que ve, lo que pretende/ ver, aunque nada vea”.

Como siempre en Herrero, las influencias y referencias poéticas son muy variadas, desde los paseos poéticos del suizo Robert Walser, al concepto de verdad poética del ruso Evtuchenko, la añoranza por la tierra de origen del chino antiguo Li Bai, la nostalgia del absoluto de Steiner o la cita al prolífico y naturalista Henry David Thoreau, andante incansable como nuestro poeta que afirma: “Por más que ando por las trochas del monte/ mi vista no se cansa/ ni mis piernas aún”.

También son múltiples los temas del libro, que no olvidan reflexiones clásicas de la poesía, como el trabajo intelectual y su relación con lo social: “Los demasiados libros, la misantropía/ el amor a uno mismo: la indecencia” o la obsesión por el tiempo: “Qué lentas son las tardes, como cuando/ de crío en el verano, se remansaba/ el tiempo”.

Es “Estancia de la plenitud”, en suma, una obra de poesía cotidiana, cercana y bien legible pero que no renuncia a pertenecer a una trayectoria sólida, personal e imprescindible, y que, al tiempo, no desdeña tratar los grandes temas poéticos y, por extensión, humanos, porque, como recuerda mi admirado profesor: “Donde la muerte no tiene dominio cualquier debilidad se torna cántico”