Historia
Santa Clara, baluarte estratégico en Soria
15 de enero de 1841. En esa fecha, por estas tierras, apenas hacia un año que había acabado la guerra civil y no más de siete desde que las monjas de Santa Clara se vieron obligadas a dejar su convento de toda la vida. Entonces, superado el conflicto, la Corporación municipal pidió al Estado le fuera devuelto, de forma gratuita, el terreno que seiscientos años atrás había cedido para que en él asentaran su morada aquellas, las Hermanas Pobres de San Damián
Era, es, el «Espacio Santa Clara» que en su totalidad ha recuperado para la ciudad el actual equipo de gobierno municipal, aunque, bien cierto es, cuando se cumplían 152 años de la petición inicial que aquí se resalta, en 1993, el Concejo presidido por el añorado Virgilio Velasco Bueno dio pasos firmes para que así fuera.
El oficio fue claro, el ruego también. Se escribió con buena caligrafía sobre papel sellado en seco con sendos círculos con el rostro de Isabel a la izquierda y el escudo de armas a la derecha, y en medio, entre ambos, tres círculos más, de mayor tamaño y en tinta, que decía el primero «SELLO 4º / 40 Ms», y el segundo, bordeando la circunferencia y el blasón, «ISAB. 2ª. P. L. G. D. DIOS Y LA CONST. REYNA DE LAS ESP. 1841», y cerraba el tercero, «AÑO DE / 1841». Y bajo todo ello, con amplios caracteres, un exultante título, «A la Regencia del Reyno», que daba paso a la exposición de motivos: «El Ayuntamiento Constitucional de Soria, capital de la provincia de su nombre, con el respeto debido a la Regencia Provisional del Reyno: Que establecida en la misma la Sala de Asilo o Escuela de Párvulos, por consecuencia de la Real Orden de 8 de noviembre de 1839, fue inaugurada el 17 de mayo siguiente del último año, desde cuya época ha visto y observado este Cuerpo municipal, los rápidos progresos que en su educación civil-religiosa han hecho más de setenta párvulos que concurren a ella, y que diariamente se acrecienta su número; mas encontrándose dicha escuela con habitación para la maestra y auxiliar en el pequeño convento suprimido llamado Hospicio del Carmen, siente vivamente la Corporación que no pueda darse a la enseñanza la amplitud debida para conseguir los buenos resultados que se esperan de tan benéfico establecimiento, por no tener más que una sala de poca extensión para todos los ejercicios que deben practicarse».
Y fue por ello, para dar la amplitud que necesitaba lugar con tan laudable objetivo, por lo que solicitaron el expresado convento; y reclamaron asimismo el uso libre y gratuito de San Francisco, convento suprimido extramuros de la ciudad, para que el Hospital de Santa Isabel, que en parte de él se ubicaba y que en el último año acababa de sufrir un incendio que lo dejó reducido a cenizas, pudiera volver a su necesaria función; como igualmente el de las religiosas de Santa Clara, que ya servía de fuerte para la Guarnición, con el fin de destinarlo a cuarteles y almacenes; y también demandaron el extinto colegio de los Jesuitas, a fin de que le diera empleo la Sociedad Económica Numantina y en él se instalara el Instituto de 2ª Enseñanza.
Y debe decirse, no sin cautela, que la Junta de ventas de Bienes Nacionales, en escrito fechado a 7 de enero de 1843 y firma y rubrica de su intendente Luis Arteaga, tuvo a bien «ceder gratuitamente al Ayuntamiento Constitucional de esta ciudad los suprimidos conventos de San Francisco y Santo Domingo, el primero para Hospital Civil, cuyo fin se hallaba aplicando, y el segundo para que continuase ocupándolo la Sociedad Numantina y se estableciera la Escuela de Párvulos desocupando así el Hospicio del Carmen»; y negó conceder éste, y el ex colegio de los Jesuitas; y, desde luego, aquella Junta, no escuchó reclamación alguna sobre el convento de Santa Clara, tan necesario por sus propias utilidades defensivas.
Santa Clara, bien plantado en la meseta del Calaverón, venía siendo, a expensas de la intermitencia bélica, un baluarte estratégico notable desde la francesada; adquirió fama de leal en el trienio liberal; y desde el treinta y cinco, con la guerra civil en marcha, admitió poderosas obras para su conversión en cuartel. Con el final de aquel primer conflicto, los ediles de la ciudad creyeron entender que había espacio para Guarnición estable y, con las obras adecuadas, para otras necesidades municipales.
El ramo de Guerra, a quien pertenecía el recinto desde que las Franciscas Claras salieron de él a fines de 1833, no tuvo inconveniente alguno en que la Corporación dispusiera de su usufructo e hiciera las reparaciones precisas para «alojar en el mismo al batallón de reserva de la provincia» [1874], o para que hiciera lo propio un batallón de infantería [1884]; o se construyera un pozo negro al exterior [1887], o se quitara [1893]; o albergara al Batallón de San Marcial [1885], o al Regimiento de Infantería de Gerona [1896].
En 1898, tras el desastre, un «sindicato de patriotas regeneradores» quiso convertirlo, al más puro estilo yankee, en un presidio. Y en 1900, desde Zaragoza llegaron expertos militares [el General de Brigada Benito Urquiza entre ellos] que lo vieron «muy capaz para alojar un Regimiento de Infantería además de un Escuadrón de Caballería». Tales propósitos los reclamó el periódico La Provincia en diciembre de 1900; y en septiembre de 1906 Noticiero de Soria, que predicaba que «teníamos excelente cuartel sin soldados». En 1909, los asuntos de Melilla impidieron la llegada de tropas de Artillería y Caballería en anunciadas prácticas de tiro que, una vez más, habían conllevado nuevas y grandes obras en el acuartelamiento.
El 3 de marzo de 1910, Mariano Vicén, alcalde-presidente del Ayuntamiento, escribió a José Canalejas, presidente del Consejo de Ministros, rogando la cesión y ofreciéndose a ejecutar en él cuantas obras de reparación se estimasen ajustadas para dejarlo en condiciones de habitabilidad a fuerzas del ejército.
Y veinte años más tarde, el 12 de agosto de 1931, otro alcalde, José Antón Pacheco, aludiendo a que el referido recinto llevaba «sin habitar desde hacía más de 30 años», solicitaba al Ministerio de la Guerra que, además de las oficinas militares, se habilitase el espacio para conformar un digno Cuartel a la Guardia Civil. Para ese tiempo republicano las obras estaban hechas [incluidas las del hueco de la iglesia con su parcelación en plantas y pisos], pues habían sido ampliamente impulsadas por el vizconde de Eza, aprovechando su condición de representante de la ciudad y de ministro de Fomento y de la Guerra, entre octubre de 1917 y marzo de 1921.
El Porvenir Castellano, en su edición del 2 de mayo de 1921, certificó que «el vetusto edificio había sido transformado en su totalidad», y exigió para él Guarnición. Y dos años después, Marruecos dios mediante, Noticiero de Soria ironizó que el cuartel «reconstituido» era «como una preciosa jaula, sin pájaros». En realidad, las obras de tan bella época las estrenaron, por desgracia, las tropas de Ingenieros llegados de Guadalajara para sofocar el grandioso incendio ocurrido en la plaza de Herradores el 25 de julio de 1922. Y luego, más desgracia aún, los cientos de prisioneros de la última guerra civil.
Ya lo dijimos hace unos días, ante el esplendor de las bóvedas relucidas por Francisco Ceña, Beatriz Carro y Emilio Yubero, la Historia del Convento-Cuartel de Santa Clara está por hacer, y debería hacerse por muchas e innumerables razones.