Heraldo-Diario de Soria

Antología

EXPOESÍA 17/24. Ante la necesaria, imprescindible y agradecida presentación de ´Antología Poética´ de Virgilio Soria, quizá sea honrado proclamar que cuando en 2004, en pleno proceso de redacción de ´El Ateneo de Soria´, nos dispusimos a escribir unas páginas sobre aquel para incluirlas en la “Galería de retratos”, no conocíamos de tan insigne personaje más allá de los hábiles rasgos de la caricatura que Farelo trazó en mayo de 1926 para ilustrar el texto que los amigos de ambos habían decidido publicar en La Voz de Soria

Virgilio Soria.

Virgilio Soria visto por Farelo. [La Voz de Soria, 1926]. 

Publicado por
Juan A. Gómez Barrera
Soria

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Anotó entonces José Tudela, o tal vez Mariano Granados, o quizás lo apuntara Francisco Soria, que el dibujante “había copiado con singular maestría el gesto y el tono” de su “compañero entrañable”, con su “recia cabeza de emperador romano, su gesto duro y voluntarioso, su frente descubierta, y su mirada limpia…”. Con semejante preliminar –en una suma de elogios que aumentaba según avanzaba la columna– difícil se hacía no continuar la búsqueda de sus rasgos biográficos, lo que nos llevó a dar de inmediato con otro episodio singular: los versos de su epitafio que él mismo “bordó” entre las sábanas del Hospital de Soria, apenas siete días antes de la madrugada del 4 de agosto de 1964 en que falleció:

Nunca he matado una mosca,

nunca he faltado a un amigo

y pongo a Dios por testigo

que a nadie le hice la rosca.

De lo que siempre se dijo

que un varón debe hacer,

está bien puesto en mi haber:

un libro, un árbol y un hijo.

Y si de forma sencilla

llevé a cabo fin tan alto,

creo poder dar el salto

y marcharme a la otra orilla.

Poco antes de morir, de dar aquel salto imaginario, pidió a José Tudela que se encargara de la edición de aquella obra para amigos –´Retratos y semblanzas de una tertulia soriana´– que con sus versos y las estampas a plumilla y acuarela de Enrique García Carrilero habían presentado en brillante exposición pública en la Casa de Cultura de Soria, en el verano de 1963. Tudela cumplió el encargo [1965], pero dejó pendiente un segundo, también hecho por Virgilio en su lecho de muerte, consistente en seleccionar un puñado de sus poemas –de los que le dio cuenta en títulos y fechas–, publicar un librito con ellos, y destruir el resto sin piedad alguna.

En verdad, no pudimos evitar cierta rabia al comprobar que Tudela hizo el expurgo, pero no llevó los poemas salvados a la imprenta. Lo supimos entonces, en 2004, cuando Inés Tudela rebuscó para nosotros aquella colección de versos que su padre guardaba en la misma carpeta que le entregara Virgilio. Y allí mismo, en el salón de la casona de Los Salvadores de la soriana calle de Caballeros donde vivían los Tudela Herrero, nos comprometimos a reunir aquellos desparramados versos –los que ya tenía agrupados don José y los muchos que durante años se habían publicados en la vieja prensa de la ciudad– y, sin condenar a la hoguera ninguno que no lo mereciera, los daríamos a la imprenta para gozo de las nuevas generaciones de sorianos.

Y lo hicimos, claro que lo hicimos, y construimos una ´Antología de versos y algunas prosas´, que pedimos revisara y comentara el poeta César Ibáñez. Y elaboró éste una nueva selección del propio corpus, y le acompañó de un bello epílogo, mientras reservamos para nosotros la introducción y las notas historiográficas de su poemario y de sus artículos. Fue entonces, pensando que no había familiar vivo heredero del material extraído, verso a verso y párrafo a párrafo, de El Avisador Numantino, de Noticiero de Soria, de El Porvenir Castellano y de La Voz de Soria, cuando intensificamos la búsqueda en el entorno intelectual soriano y en la red virtual, y localizamos a una persona que reunía en sí misma los dos apellidos de nuestro vate: Paloma Soria Montenegro. Y le escribimos; y no tardó un segundo en contestar; y al poco estaba en Soria, y en San Saturio, de forma improvisada, cantó a capela una Aleluya gregoriana dejando a los que le acompañábamos, y a varios turistas presentes, absolutamente anonadados, sin saber si aplaudir o callar, si abrazarla o, respetuosos, felicitarla y felicitarnos por semejante gracia venida de internet.

Por esas cosas que tiene la vida, los versos de Virgilio, rigurosamente anotados y analizados, no vieron entonces la luz en un librito similar al que él mismo soñara. Sin embargo, lo que nunca imaginó que se hiciera se hizo, y desde 2020, en rotundo homenaje a su hijo, el segundo Virgilio Soria, existe en las estanterías de muchas bibliotecas ´Ráfagas sorianas´, la obra en prosa, editada por la Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua y compuesta de igual manera e intención que la ´Antología poética´ que aquí se presenta, tras hacerlo el pasado 7 de agosto, seis días después del 102 aniversario del fallecimiento de Leonor, y que, en otro guiño singular, la editorial Lastura que en su catálogo nos acoge, tuvo la gracia de terminar de imprimir en Antequera, el 26 de julio de 2024, fecha en la que se conmemora el nacimiento de Antonio Machado.

La salida de la segunda edición del Ateneo hace apenas un año, permitió añadir imágenes y datos nuevos de la familia Soria Montenegro. En otro trabajo al margen, el monográfico de Revista de Soria titulado ´Presos, prisiones y campos de concentración en Soria durante la Guerra Civil y el primer franquismo´, salen a relucir las mujeres del clan, desde Filomena, la suegra, a Esperanza, la esposa, pasando por Concha, Mercedes, Margarita y Rosalina, las cuñadas. Y no habrá de pasar mucho tiempo sin que aparezca una semblanza épica de Francisco Soria, el Sorianillo, el hermano mayor, el primero de “los cotorros”, aquel que “burla burlando”, y ante sugerencia tan grande de Pelayo Artigas de variar el nombre de la provincia de Soria, llegó a exigir que, por decreto, todos los Soria fueran ´Numancia´ y, en adelante, que al pueblo de Aguaviva se le llamase ´Vivaelagua´, y a Almazul ´Almanegra´, y ´Tomillos´ a Aylagas, y ´Acorazados´ a Barcones y ´Morenazos´ a Canos, y a Valdelagua ´Valdelvino´.

Mas ante tan feliz ocasión como fue compartir mesa con la copia fiel, alma de su alma, de Virgilio, es decir, de su nieta Paloma, quisimos contar que, durante largo tiempo, el hogar de buena parte de las criaturas que por las páginas de estos libros discurren estuvo en Soria, en la céntrica calle de San Juan, en el piso segundo de su número uno, donde habitaron Rafael Soria García, nacido el 2 de julio de 1864 en Hellín, y Margarita Montenegro Arroyo, venida al mundo en Madrid, el 10 de junio de 1870; y que a la vera de ambos pulularon sus hijos: Asunción (Madrid, 15 de agosto de 1890), Francisco (Madrid, 4 de junio de 1893), Virgilio (Monóvar, 26 de junio de 1895), Agustina (Monóvar, 5 de mayo de 1897), Almudena (Daroca, 11 de octubre de 1899) y Rafael (Daroca, 7 de febrero de 1903).

Téngase por seguro, como escribió Mauricio Tenorio en ´La historia en ruinas´, que ningún historiador en la actualidad describe el pasado ´tal y como realmente fue´, aunque a menudo lo cuente como ´tenía que haber sido´. No es nuestro caso; menos aún en el trabajo que, con Paloma y César, aquí les presentamos. La inteligencia de ambos, sumado al buen hacer de Lidia y Ana [Lastura ediciones], ha hecho posible llevar a efecto lo prometido y que, por fin, se alcance una de las últimas voluntades de Virgilio, aquella que reclamaba que sus versos fueran dados a conocer a los sorianos para que estos pudieran sentir por Soria lo que él tanto amó.

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