El arte de invocar la memoria
¡¡Presos!!
El título que precede es propiedad intelectual de Esther López Barceló, que lo empleó el pasado abril en un ensayo histórico, casi poético, a medias entre la denuncia por los miles de desaparecidos del franquismo y “la búsqueda de una reparación simbólica”. El que sigue es nuestro, breve, y simple, pero con el empeño de recordar lo escrito en otras entregas, en el folleto explicativo del Espacio Santa Clara o en el monográfico que Revista de Soria les dedicó el pasado verano
La idea es tan simple como glosar, y publicar juntas, las cuatro fotografías que nos acompañan en esta página. Ya lo hicimos en diciembre pasado, ilustrando parte del citado folleto sobre el recuperado cuartel de Santa Clara. “De las cuatro fotografías que aquí se reproducen –escribíamos entonces–, la primera [1] es bien conocida: se trata de un pequeño grupo de prisioneros apostados al sol en la pared norte de un barracón-dormitorio con vistas al patio central del cuartel. Aparecen custodiados por la Guardia Civil, quizás en 1937, cuando se disponían a asistir a una charla impartida para ellos por Federico García Sanchiz”.
El documento gráfico pertenece a los fondos del AHPSo, entidad que atribuyó el negativo, de acetato y buena calidad, al laboratorio Carrascosa, su autoría, por información bibliográfica, a Tiburcio Crespo, y su contenido, en leyenda de precisa descripción, que concretó en la frase “Plaza de toros. Guerra Civil, 1936. Prisioneros ´rojos´ de Sigüenza”. En 2001, en la obra Crónica del siglo XX en Soria que documentó Carmelo Pérez Fernández de Velasco y editó, por entregas semanales, Heraldo Soria 7 días, se reprodujo aquella imagen con los datos correctos de su procedencia y un pie, más correcto si cabe, que identificaba a sus protagonistas como “Un grupo de prisioneros de Sigüenza en Soria”.
Y, sin embargo, en 2003, el propio investigador insertó en Efemérides Sorianas esa misma foto subtitulándola ahora como “Milicianos en la ermita de Santa Bárbara”, algo que, cuanto menos, habría de resulta extraño pues la identificación del lugar –patio interior del cuartel de Santa Clara– venía dada con la simple visualización de las otras fotografías [2, 3 y 4] que, por vez primera, había incorporado en otras páginas de aquella ´Crónica´.
Estas fotografías llegaron a imprenta desde su archivo particular, archivo que, en nombre de su familia y especialmente de su excelso padre, había cedido, o habría de ceder casi de inmediato, a la entidad de donde había extraído aquella placa primigenia. Y es así que si volvemos al pie del folleto referido y seguimos leyendo lo que entonces se escribió se sabrá que identificamos aquellas imágenes como parte de “una secuencia impagable de la misa de campaña que el 19 de julio de 1938 tuvo lugar en dicho cuartel para celebrar el segundo aniversario del Alzamiento Nacional”.
Los primeros usuarios de la fotografía inicial –los técnicos del propio archivo y el inefable e incansable estudioso que fue Carmelo Pérez– tuvieron dificultad para reconocer la pared de fondo sobre la que se cobijaban aquellos 43 prisioneros y los 6 números de la Guardia Civil que los custodiaban por la sencilla razón de que el edificio al que pertenecía fue derribado en una de tantas remodelaciones que el lugar admitió tras la contienda civil.
Es verdad que conocida la plaza de toros y el recinto murado de la ermita de Santa Bárbara costaba entender aquellas asimilaciones, pero no es menos cierto que tampoco se sabía nada de los patios del garaje Hergueta, en la céntrica calle Alberca, donde el afamado autor de las ´Charlas del Duero´, por invitación expresa del general Moscardó, arengó, el domingo 7 de febrero de 1937 a primera hora de la tarde, a un pequeño grupo de prisioneros de Sigüenza [aquéllos hombres y algunas mujeres, tal vez, las fotografiadas en la puerta de la posada-albergue Alberca 1], justo al día siguiente de haberlo hecho en el Teatro Principal para el público en general y con rigurosa entrada de pago.
El “posado” de los protagonistas y el que la imagen fuera tomada por un profesional cualificado [¿el supuesto Crespo Palomar?], nos hizo y nos hace pensar en semejante motivo. Por el contrario, frente a esta pulcritud fotográfica, surge la espontaneidad de las otras imágenes, que serían obtenidas, quizás con disimulo, por un “afortunado” invitado a aquella otra ceremonia, tan católica, tan nacional y tan falangista, ya fuese el padre del donante o un aficionado encargado del asunto. Tanto da, pues frente a la peor calidad del testimonio, las paredes y ventanas capturadas juegan en el caso que nos ocupa papel principal para situar con exactitud su espacio contextual.
Resuelto el dónde, incluso el quiénes –la anotación “presos de Sigüenza” en el álbum del Archivo Carrascosa pudiera confirmar mejor aún la presencia de aquellos–, se apuntan dos aconteceres del cuándo y del porqué. No hay precedentes de una convivencia así entre carceleros y encarcelados; por fuerza debió corresponder a un acontecimiento singular, tal y como se dibuja, y tal y como parece fue. Por el contrario, sí eran habituales, por no decir obligadas, las misas de campaña en los cuarteles o en los habitáculos concentracionarios. Además de la fotografiada en Santa Clara –con virtuosa parafernalia pulcramente dirigida por el “jefe del centro de concentración” Paulino Ruiz Navas–, célebre es la que ofició el obispo Tomás Gutiérrez Díez en el campo de El Burgo de Osma, el 25 de abril de 1939, o la que, casi en la misma fecha [11 de junio de 1939], tuvo lugar en Almazán, cuyo campo de concentración, por cierto, fue ideado por José María Barnola, ingeniero de montes de la Mancomunidad de Almazán y Matamala, en medio del paseo de La Arboleda, bajo sus frondosos árboles centenarios. Y en semejante orden, solo que anteriores en el tiempo, no debería olvidarse ni la del domingo 9 de abril de 1937 en que “los presos recluidos en el cuartel de Santa Clara tomaron la Sagrada Comunión con gran fervor”, ni la que el día de San José del año siguiente [19 de marzo de 1938], en una sala cubierta del dicho establecimiento, ofició Celestino Zamora, párroco del Espino.
Mas dicho, rememorado y escrito cuanto antecede, y, por supuesto, sin olvidar nunca las situaciones injustas e infrahumanas que sufrieron tantos niños, mujeres y hombres en nuestra ciudad [en el anunciado monográfico de ´Revista de Soria´, del verano de 2023, individualizamos con nombres y apellidos 5.334 presos, de los que, en diciembre de 1939, estaban recluidos en Santa Clara 2.289], es menester mencionar también que algunos de aquellos individuos, condicionados, presionados o dirigidos, fueron autores de bellos objetos artísticos [textos, dibujos, pinturas, postales, manualidades], juguetes y dulces, que regalaron a la población civil, ya fuera esta de su propia familia ya de otros compañeros reclusos con los que convivieron cada instante, como a los niños del Jardín Maternal que regentaba la delegación local de Auxilio Social, según aconteció en la Navidad de 1939-1940.
Difundir estos comportamientos a través de la prensa era una manera más de controlar, dominar y mediatizar al pueblo, al que se le mandaba mensajes de armonía y civismo, características notabilísimas de la España nueva por venir. Y a la gente, especialmente a los privados de libertad y a sus congéneres, no les quedaba más razón para vivir que la Esperanza. No de otra manera podrá entenderse la existencia de la Agrupación Artística de Prisioneros de Guerra del Cuartel de Santa Clara que, con personal interno y la dirección foránea e invitada de Antonio Rodríguez Fuentes [Chamberí], puso en escena, el sábado 6 de enero de 1940, el poema sinfónico, en dos actos y un prólogo, titulado ´¡¡Tierra!! (Gesta histórica) ´.