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Amelia Rica Lafuente

El espíritu de la esperanza. Este título tan explícito, tomado del último libro del filósofo Byung-Chul Han, se cruzó en nuestro camino tras la novela ´Cuando ya no quede nadie´, de Esther López Barceló, y el ensayo ´La generación de la posmemoria´, de Marianne Hirsch. Si estos últimos fueron lecturas espontáneas, aquel vino de la necesidad de explicarnos cómo fue posible la vida de tantos miles de personas tras la pérdida, brutal e irracional, de sus seres queridos en el triste verano del 36. Cómo pudo seguir adelante

Amelia Rica y Raimundo Martínez,AMELIA MARTÍNEZ RICA

Publicado por
Juan A. Gómez Barrera
Soria

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Cuál fue su fuerza, su razón, su convicción; cuáles sus sueños rotos, sus anhelos juveniles, su futuro universitario, profesional y familiar. Qué había hecho ella, a falta de cumplir los veinte años; más aún, qué su padre, para que a los pocos días del dichoso alzamiento nacional le destituyeran de su cargo de concejal de San Esteban de Gormaz, le recluyeran en la prisión de El Burgo de Osma y, sin mediar juicio alguno, le fusilaran y arrojaran a una fosa común sin registrar. Las vicisitudes del sastre Juan Pablo Rica Gutiérrez las refirió setenta y dos años después de sucedidas su hija, Amelia Rica Lafuente, y lo hizo por petición expresa de la asociación soriana ´Recuerdo y Dignidad´ como requisito imprescindible para que pudieran instruir expediente e iniciar la búsqueda y recuperación de los restos mortales de su padre, que ella, por referencias vistas en el libro ´La represión en Soria´, creía enterrados en el paraje de Valdevelaza, en el término municipal de Barcones. 

Aquel alegato, que escribió Amelia a los noventa y dos años –con caligrafía de maestra jubilada, zurciendo su pena e hilvanando su dolor y su deseo, al decir de Susana Soria–, se convirtió en 2023, junto a un prólogo de ésta y otro de Iván Aparicio, más el epílogo, diseño e ilustraciones de Miriam Tello, en ´La carta de Amelia´, primer y exquisito libro de la colección ´Soria Ciudad con Memoria´, que la autora, por desgracia, no llegó a ver, como tampoco la exhumación del cadáver de su padre que se produjo en junio de 2013, tres meses después de su muerte.

Con el bagaje de las lecturas iniciales –y el breve e iluminado estudio titulado ´El arte de invocar la memoria. Anatomía de una herida abierta´, de la escritora alicantina y activista social Esther López Barceló– el relato estremecedor de Amelia invitaba a indagar en la idiosincrasia de su abuela paterna, María Gutiérrez Hergueta, quien, al enviudar, vendió las tierras y el negocio que su marido, Pablo Rica Gallo, poseía en la burgalesa Huerta del Rey, y, mientras pudo, se dedicó “a disfrutar de la vida con viajes y veraneos con sus siete hijos y algunas amigas a las que invitaba”. Alentaba a saber de su padre, el propio Juan Pablo Rica, de sus tareas como sastre y sus desvelos como concejal republicano en el Ayuntamiento de San Esteban, sin renunciar a averiguar la identidad de aquel compañero que, supuestamente, le delató, quizá por ser un buen hombre, quizá por ocuparse de la cultura y el bienestar de sus convecinos, quizá por exigirle que fuera más espléndido con sus aportaciones sociales –como lo sería luego, en noviembre de 1936, con la donación de 1.500 pesetas “para la defensa nacional”–. Esta información, hallada en la prensa de la época, revela que dimos con él, mas, si Amelia decidió callarlo, no otra cosa debe hacerse. Eso sí, habituados como estamos a trabajar con los listados de población de nuestra ciudad, y conocido, tras el horror y la incautación de su bonita casa, el traslado a Soria de la viuda y los hijos, buscamos en el padrón municipal de 1935, en su rectificación de 1937, y encontramos que Maximina Lafuente Pascual, natural de San Esteban, de 44 años de edad, viuda, dedicada a “sus labores” y en calidad de desplazada, vivía desde hacía un año, con sus hijos Mª Luz, de 22, Amelia, de 20, Alsacio, de 18 (ausente, “luchando con las tropas de Franco”), y Gloria, de 14, en el bajo del número 36 de la calle Zapatería. Amelia, en su ´Carta´, recordó de aquel piso tan próximo al Collado que tenía tres habitaciones grandes, que una la ocuparon su madre, sus hermanas y ella, y que las otras dos, a fin de sobrevivir, las realquilaron a legionarios italianos, pilotos que iban y venían y, en sus estancias, respetaron y apreciaron a su madre y a ellas misma. Pensamos, ilusos, que tal vez figurasen en aquellas hojas de filiación sus nombres, los de aquellos muchachos que, sin saberlo, habían sido invitados poco menor que a “morir lejos de casa”; pero no fue así. Por el contrario, sí hallamos, en el número 3 de Las Lagunas, el domicilio del novio de Amelia, Raimundo Martínez Blanco, maestro interino en Valdanzo [1932-1934] y luego, ya definitivo, en Carbonera [1934-1936], hasta que el 25 de noviembre de 1936 fue suspendido de empleo y de sueldo, y hubo de reubicarse de nuevo en la vivienda de su padre, el conservador-restaurador del Museo Numantino Eduardo Martínez Ruiz.

Leída y releída la ´Carta´, quisimos saber más de Amelia; y para ello rastreamos la prensa vieja; y solicitamos copia de su expediente académico depositado en el archivo del viejo Instituto; y comprobamos uno a uno los libros y actas de exámenes en el que aparecía su nombre; y, sobre todo, y gracias de nuevo a los amigos de ´Recuerdo y Dignidad´, hablamos en varias ocasiones por teléfono con Amelia Martínez Rica, su hija. De esta, sin molestar, solo queríamos el préstamo de una fotografía de Amelia, de Raimundo o de ambos, para ilustrar este texto que ya empezábamos a imaginar. Y generosa, y atenta, nos envió no una sino dos imágenes impagables: la foto de boda de sus padres –celebrada el 24 de agosto de 1938–, que aquí se reproduce, y otra, contenedora de una historia muy especial, que reservamos para un próximo artículo. Del expediente académico copiamos que el 2 de junio de 1931 verificó el examen de ingreso en la Escuela Normal de Soria, prueba que, aunque superada, no le sirvió para acceder a ella pues al final de aquel verano entró en vigor la reforma republicana de los estudios del Magisterio que, entre otras disposiciones, estableció que los aspirantes tenían que estar en posesión del título de Bachiller. Por tal cosa, aquel curso 1931-1932, quedó en blanco para Amelia, lo que no impidió que fuera seleccionada por el Ministerio de Instrucción y recibiera una beca de estudio, con derecho a matrícula gratuita y subsidio de 150 pesetas mensuales. Y así, el 25 de octubre de 1932, Amelia Rica Lafuente, natural de San Esteban de Gormaz, de 16 años de edad, ingresó en el Instituto Nacional de Segunda Enseñanza de Soria, y en él permaneció hasta el 9 de junio de 1938 obteniendo amplias enseñanzas y brillantes notas.

Y, sin embargo, hay razones para creer que, en su final, halló más espinas que rosas. La “desaparición” del padre, la viudez y tristeza de la madre, el hermano en el frente y el novio, el maestro depurado de Carbonera, repuesto en la Escuela de Ventosa del Ducado. Se esposó y hasta allí se fue; y allí nacieron sus hijos, Amelia y Juan Pablo; y luego a Caracena, donde, al poco de cumplir ocho años de casada, enviudó. Esa y otras circunstancias la llevaron a Barcelona, con toda la familia, y multiplicó su esfuerzo y su desesperación. Entonces, cuando más grande era aquella, le visitó la esperanza en forma de maestra titular necesitada de sustituta que se hiciera cargo de su escuela, en Ansovell, en la comarca del Alto Urgel.