Los Nationals de Washington ganan sus primeras Series Mundiales de béisbol
El equipo de la capital se impone a los Astros de Houston en el séptimo y último partido
No son las leyes de la Física, pero sí las leyes del Deporte. El factor campo se supone que es como mínimo una ventaja. El equipo de casa tiene el aliento de la hinchada, conoce bien las imperfecciones del césped, duerme en su cama la noche anterior al partido y no tiene necesariamente que alterar sus rutinas. Pero en estas Series Mundiales de béisbol esas leyes han sido dinamitadas como nunca antes en el deporte norteamericano. En los siete partidos entre los Washington Nationals y los Houston Astros el equipo de casa no ha ganado un solo partido, un monumental anticlímax doméstico que acabó resolviéndose el miércoles por la noche en Tejas. El equipo de la capital se impuso a domicilio por 6 carreras a 2 para conquistar sus primeras Series Mundiales contra todo pronóstico.
La victoria de los Nats es la victoria del multiculturalismo y la diversidad étnica en plena era de desatado chovinismo trumpista. De un equipo plagado de apellidos que trastabillan la lengua del anglosajón medio. Parra, Gomes, Suzuki, Soto, Rendón, Cabrera, Guerra o Sánchez. De una escuadra que baila literalmente en el banquillo cada vez que anota un home run como si el béisbol fuese una clase de merengue y que ha hecho de una canción de cuna para bebés insomnes, el Baby Shark, el himno oficioso de su hinchada y su estadio, el Nationals Park. Los Nats también son, por su media de edad, el equipo más viejo de la MBL, un grupo de deportistas que ha logrado poner de acuerdo a demócratas y republicanos en una ciudad donde nunca están de acuerdo. Un bate, un guante y una pelota han resultado ser el mejor antídoto contra la tóxica polarización política.
Como en las grandes historias norteamericanas, ha ganado el underdog, el equipo por el que casi nadie apostaba un real. En mayo, después de haber perdido 31 de los primeros 50 partidos, las estadísticas les daban a los Nats un 1% de probabilidades de conquistar el título. Y se enfrentaban al mejor combinado de la liga regular, unos Astros con impecables lanzadores y bateadores, que jugaba sus segundas Series Mundiales en tres años y que ya se alzó con el título en 2017. Pero al final ha podido más la exultante camaradería del equipo que entrena Dave Martínez y el entusiasmo de su ciudad adoptiva, que no ganaba el campeonato desde 1924, cuando sus peloteros se hacían llamar los Washington Senators.
La capital de Estados Unidos no tuvo equipo de béisbol entre 1971 y 2005, cuando recaló a orillas del Anacostia la franquicia de los Nationals, fundada en Montreal hace medio siglo. Pero ese prolongado síndrome de abstinencia, que algunos interpretaron como una maldición histórica después de que la escuadra perdiera sus tres partidos seguidos en casa tras adelantarse con dos victorias en Houston en el inicio de la serie, se ha compensado ahora con creces. Lo ha hecho con la épica propia del deporte más novelesco junto al boxéo del atiborrado menú deportivo del que disfrutan los estadounidenses.
Los Nats no solo empezaron la liga lamiendo el barro, también arrancó así el último partido de estas Series Mundiales, las nueve entradas que decidirían al campeón. Los Astros se adelantaron con dos carreras y durante dos tercios del encuentro los Nationals fueron incapaces de batear con acierto las bolas envenenadas del lanzador Zack Greinke, soberbio hasta que su entrenador decidió mandarlo al banco. Fue ya en la séptima entrada, a dos del final, cuando Rendon bateó el primer home run, seguido pocos minutos después de una segunda pelota a la grada de Howie Kendrick, uno de los héroes de esta serie final. El equipo que se había arrastrado como un zombi en la víspera de Halloween empezó a rapear con rimas latinas, negras y blancas en un baile sin pasos atrás.
Los petardos y las sirenas de policías rompieron el cielo lluvioso de Washington, mientras en las tabernas vestidas del rojo local corrían los abrazos y la sensación legítima de estar ante un momento histórico. La capital sobria se emborrachó a lo grande y por unos instantes dejó de ser la ciudad más odiada de América. Una condición que probablemente ya se ganó a ojos de la mitad del país el pasado domingo, durante el quinto encuentro de la serie, cuando sus aficionados abuchearon torrencialmente al presidente Donald Trump al ser enfocado por las cámaras en el único partido al que ha asistido. No solo eso. Parte del público gritó "enciérrenlo", el grito de guerra que Trump popularizó contra su rival Hillary Clinton durante la campaña del 2016.