Cultivos energéticos para mejorar el suelo
Un estudio del Ceder de Soria muestra que la producción de plantaciones perennes no alimentarias dirigidas a la bioenergía contribuyen a aumentar la materia orgánica y a fijar carbono en terrenos marginales.
La crisis energética actual que vive Europa pone encima de la mesa la necesidad de desarrollar alternativas dirigidas al autoabastecimiento para evitar dependencias externas. Los cultivos energéticos, en los que se lleva décadas investigando, son una buena opción para su uso como biomasa para producir energía o bioproductos.
El Centro de Desarrollo de Energías Renovables (Ceder), dependiente del Ciemat, ha participado en un proyecto sobre los cultivos energéticos que pueden ser idóneos para plantarlos en tierras donde los cultivos herbáceos tradicionales no son rentables. El centro, ubicado en Soria, forma parte de este proyecto, denominado 'Magic', en el que cooperan 26 socios de 12 países de la Unión Europea.
El Ceder es uno de los dos socios españoles que ha aportado un estudio, pilotado la científica Pilar Ciria Ciria, que ha consistido en la identificación de las tierras marginales que hay en España para poder plantar cultivos energéticos sostenibles. Para ello se han realizado ensayos en varias parcelas en Soria. Se han elegido suelos agrícolas de secano con diferentes condiciones de marginalidad, en los que se ha experimentado con cultivos perennes leñosos, como el olmo de siberia (Ulmus pumilá) y herbáceos como el agropiro (Tinopyrum ponticum). También se estudió el cultivo pasto varilla (Panicum virgatum) en parcelas de regadío deficitario de Badajoz, dado que necesita una climatología diferente.
Estas parcelas han permitido aportar datos de producción y caracterización de la biomasa en agricultura y en condiciones de marginalidad, tanto en agricultura de secano como de regadío.
Los resultados del estudio del Ceder destacan sobre todo los beneficios medioambientales, más que los económicos, de las plantaciones de estos cultivos energéticos frente a otros herbáceos tradicionales en tierras marginales, como así se desprendió de los datos de producción de las especies que se sometieron a los ensayos al comparar ambos cultivos.
Se ha observado que la producción de cultivos perennes no alimentarios destinados a la bioenergía o bioproductos pueden contribuir a mejorar las condiciones de los suelos marginales de secano y del medio ambiente porque fijan carbono, evitan la erosión y aumentan la materia orgánica. Podrían ser una opción para conseguir las emisiones negativas de los gases efecto invernadero necesarias para limitar el calentamiento global.
«Estos cultivos pueden resultar muy importantes para cumplir con los objetivos de emisiones y ahorro energético previstos para 2030-40, pero a igualdad de condiciones económicas los agricultores ahora no van a cambiar sus cultivos de costumbre si no se les valora los beneficios medioambientales», explica Pilar Ciria.
La investigación del Ceder comenzó con la identificación y cuantificación de las parcelas de tierras marginales en España, que eran aquellas destinadas a los cultivos herbáceos de secano que tienen un rendimiento bajo y que si no fuera por la ayudas de la PAC, para los agricultores no serían rentables económicamente. Esta extensión suma dos millones de hectáreas.
El estudio mostró que las limitaciones de estas áreas están vinculadas a las condiciones biofísicas, como la baja materia orgánica, la textura arenosa y su poca capacidad para retener agua, entre las más destacables. De esta manera cuantas más características se dan en un terreno más marginal es.
Entre las cuestiones que se tuvieron en cuenta fue que la producción de los cultivos energéticos no entrasen en competencia con los dirigidos a la alimentación y que tampoco ocasionaran cambios en el uso del suelo.
Se optó por el agropiro, una forrajera perenne y por el olmo de siberia, una leñosa, porque ambas responden bien en tierras de secano. Se sembraron en los campos de ensayo de Ceder y en terrenos de particulares de Soria, provincia que se eligió por el clima frío. Las condiciones climatológicas también fueron determinantes para decidirse por Badajoz a la hora de cultivar el pasto varilla, porque necesita una temperatura media de 20 grados para su germinación en primavera.
El Ceder conoce bien los ciclos de crecimiento, la composición y el manejo necesario de especies como el agropiro y el olmo de siberia, porque los ha empleado en otras investigaciones. El centro cuenta con una dilatada trayectoria en investigaciones sobre la biomasa como energía alternativa. Las características de estos cultivos se han estudiado para bioenergía, biodiésel, etanol, para producir calor y electricidad y últimamente han cogido un gran impulso sus posibilidades para bioproductos.
Los ensayos permitieron comparar las producciones de estos cultivos energéticos con las producciones de centeno. Este último es un herbáceo que tradicionalmente se planta en tierras que son poco productivas y se comprobó que el rendimiento de los cultivos para energía y bioproductos también es menor si se cultiva en tierras marginales.
Según explica Pilar Ciria, los márgenes de beneficio obtenidos para el agropiro y el centeno son generalmente negativos, dependiendo del periodo de lluvias en primavera, cuando se cultivan en terrenos marginales de secano, con algo menos de pérdida para el agropiro. Lo que sí se acreditaron fueron beneficios medioambientales. En primer lugar, el agropiro produjo un aumento de materia orgánica del suelo, que junto a la reducción de los trabajos de campo necesarios y los insumos consumidos ( por ejemplo, las tareas de siembra pueden durar para 10 años) resulta mejor para la huella de carbono que el centeno.
El ahorro de energía para cultivar agropiro es de un 40% en comparación con el centeno, por lo que es más sostenible. Además, las características químico energéticas de esta planta son mejores que otras para ser empleada como biomasa.
En cuanto al olmo de siberia, cuenta con un ciclo largo, se corta cada tres o cuatro años y rebrota. Para bioenergía las leñosas son mejores que las herbáceas al tener menos cantidad de cenizas y más poder calorífico.
La investigadora matiza que todavía queda «camino por recorrer, como obtener variedades más productivas e introducir estos cultivos en el mercado para distintos fines». Ciria confía en que estos cultivos comiencen a tomar fuerza cuando a los agricultores se les prime los beneficios mediambientales.
Por último, reflexiona sobre la actual crisis energética y cree que puede dar un impulso a las energías renovables. Recuerda que los trabajos con biomasa comenzaron a raíz de la crisis energética de 1973 «y ahora ya hay redes de calefacción por biomasa», concluye.