Entrenamiento para tratar la fragilidad
Una investigación muestra que el ejercicio progresivo, programado y supervisado por especialistas y dirigido a personas mayores permite revertir el deterioro físico, además la buena forma se mantiene en el tiempo
No es ningún secreto que hacer ejercicio es saludable. Los expertos recomiendan su práctica y dicen que nunca es tarde para comenzar a hacerlo. En estos últimos años ya se ha demostrado incluso que el ejercicio físico ayuda a los tratamientos médicos en determinadas enfermedades.
Con el crecimiento de la tasa de envejecimiento de la población ha incrementado el número de personas frágiles y lo que ello conlleva en cuanto a gasto sociosanitario. Existe un gran interés para que los mayores cumplan años de vida y lo hagan con calidad. En esto, el ejercicio físico tiene mucho que ver.
El síndrome de fragilidad es una condición física de deterioro, que está relacionada con la edad, pero también la sufren otras personas con patologías cardiovasculares o metabólicas. Aquellos que lo padecen tienen mayor vulnerabilidad y cuentan con menor capacidad para afrontar pequeños accidentes, como caídas, roturas o reponerse de alguna enfermedad y eso al final afecta en las tareas de su vida diaria, que no pueden resolver con la agilidad deseada. La fragilidad es el paso previo a la discapacidad.
Una de las pérdidas más acusadas entre las personas mayores es la potencia muscular por la pérdida de las fibras rápidas, aquellas que permiten lanzar un balón saltar. Posteriormente se genera la pérdida de masa muscular, lo que se conoce como la sarcopenia a que van asociadas las pérdidas funcionales y el empeoramiento de movimientos básicos como levantarse de una silla, caminar o incluso mantenerse en equilibrio. De ahí la importancia de mantener una buena condición física a determinada edad.
El profesor en el grado de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte del Campus de Soria de la Universidad de Valladolid, José Losa Reyna, ha coordinado una investigación sobre los efectos del ejercicio físico en personas mayores para tratar la fragilidad, en el que se ha podido determinar que con un programa de actividad corto bien programado, prescrito y supervisado por profesionales especialistas en ejercicio revierte este síndrome y además la condición física mejorada se mantiene durante al menos seis meses.
El estudio, que formó parte de la tesis doctoral de uno de los investigadores, Iván Baltasar, miembro del grupo de investigación. Se llevó a cabo en el hospital geriátrico Virgen del Valle, de Toledo, con la colaboración de la Universidad de Castilla La Mancha.
Losa Reyna especifica que el trabajo se realizó desde el punto de vista de la actividad física y no desde el ámbito clínico, aunque para el mismo se contó con la colaboración del personal sanitario de este hospital, que cuenta con una unidad de fragilidad.
Los investigadores arrancaron el estudio con el objetivo de comprobar que el ejercicio en el ámbito hospitalario y supervisado por profesionales es seguro en pacientes frágiles. Además se quería ver cómo respondían los mayores a un programa de entrenamiento y si con el paso del tiempo duraban los beneficios físicos del deporte en edades avanzadas.
Los resultados fueron positivos y se comprobó que gracias a un programa de ejercicio programado y supervisado los mayores revertieron la fragilidad. «Algunos de los participantes en las pruebas nos agradecieron la actividad porque después de ella podían volver a jugar con sus nietos», explica José Losa Reyna, doctor en Ciencias Biomédicas y graduado en Ciencias Físicas y del Deporte.
Para llevar a cabo las pruebas se eligieron a los participantes, mayores con edades comprendidas entre los 75 y los 96 años que no habían realizado ejercicio habitualmente a lo largo de su vida, que se distribuyeron en dos grupos, el de intervención y el de control.
Las personas que formaban parte del primer grupo realizaron un programa de ejercicio en el que se combinaban en la misma sesión pruebas de fuerza con actividad cardiovascular, la sesión duraba entre 30 y 40 minutos.
En los ejercicios de fuerza los participantes realizaron una progresión, tanto en repeticiones como en intensidad. Se llevó a cabo durante dos días a la semana y durante seis semanas. Las personas del grupo control siguieron con su actividad normal diaria.
Los investigadores evaluaron la función física, la potencia muscular, la fragilidad y el nivel de discapacidad. Para la función física se realizaron dos pruebas, en las que se puntuó la Batería de Rendimiento Físico Breve (SPPB) que incluyó tres pruebas.
La primera fue la velocidad de la marcha habitual, es decir, el tiempo que se tarda en recorrer una distancia determinada, una prueba de equilibrio y la correspondiente a levantarse y sentarse en una silla cinco veces en el menor tiempo posible.
Además, para prescribir el ejercicio cardiovascular de alta intensidad se midió la velocidad máxima de la marcha en diez metros.
En cuanto a la potencia muscular, se midió mediante una prueba realizada en una prensa de carga horizontal, habitual de las salas de musculación, que se asemeja al movimiento al levantarse y sentarse de la silla, mediante el perfil fuerza-velocidad.
Los investigadores, además, desarrollaron una fórmula para estimar la potencia muscular de las piernas , con una prueba de sentarse y levantarse de una silla.
La fragilidad se evaluó con el fenotipo que lleva su mismo nombre y que incluye los parámetros de debilidad, baja velocidad, baja actividad física y agotamiento, entre otros. Para la discapacidad se realizaron dos cuestionarios a los participantes que fueron el índice de Barthel y la escala de Lawton y Brody, que miden la capacidad de las personas para llevar a cabo las actividades básicas de la vida diaria.
Los resultados fueron muy positivos, según explica el coordinador del estudio, destacó que todos los participantes en el entrenamiento habían experimentado una importante mejoría en potencia muscular, que se tradujo, en la mayoría de los casos, en la mejoría de la función física y las reducciones de fragilidad.
Posteriormente, al paso de los seis meses se volvió a evaluar a los pacientes, pero con la diferencia de que en estos meses habían descansado, es decir no acudieron a entrenamientos.
Los resultados también fueron buenos, los mayores mantuvieron la potencia muscular y el nivel físico, «vimos que habían perdido potencia y función física respecto al momento cuando finalizó el entrenamiento», concluye José Losa. El estudio ha demostrado que nunca es tarde para hacer ejercicio y que posee importantes beneficios para los mayores.