Visita oficial
El Papa ya no levanta pasiones en México
La escasa asistencia a los recorridos de Francisco muestran la caída del catolicismo en uno de los países más religiosos del mundo
Cuatro gatos. Los recorridos papales que antaño se preñaban de calor humano y cánticos no ensayados han pasado a la historia. Ahora son cuatro gatos los que alzan banderitas y gritan al paso del Papa Francisco; porque realmente lo admiran. Una tarde de domingo, soleada, que invita a salir a la calle, al paseo de la Reforma, por ejemplo, “la más hermosa avenida de México”, como dice el cronista oficial: y cuatro gatos. Al menos en comparación con anteriores viajes del sumo pontífice.
Y es que, pese a lo que sostienen cifras oficiales, el catolicismo se está viniendo abajo en el país más católico del mundo. Las sectas de todo tipo se han extendido y sus templos han crecido como setas.
Peor está el fervor en el resto de los estados que visitará el Papa. En Chiapas, donde Francisco estará este lunes, no sabían hace cuatro días cómo llenar la explanada frente a un altar-templo, una escenografía que parece de verdad, pero no lo es. “Van a venir muchos guatemaltecos”, suspiraban en la curia, mientras la policía se aprestaba a barrer a los acampados frente a la catedral de San Cristóbal de las Casas. Unos, desplazados por los conflictos religiosos de estas montañas y otros que, asegura el obispo Felipe Arizmendi, “se aprovechan de la visita del Papa y la prensa internacional”.
Algunos de los acampados, por cierto, recuerdan matanzas como la de Acteal o la de Iguala, que otros quieren sepultar. Los bajos de la recién pintada basílica estaban aún ayer pintarrajeados con centenares de reivindicaciones, que debían repintarse a última hora.
Una mezquita
En San Cristóbal de las Casas se levanta un nuevo, gran templo. Es una mezquita Dawah. El fruto de un grupo de andaluces convertidos al islam, que empezaron recorriendo Los Altos de Chiapas con espíritu misionero, la ‘dawah’, y con base en una pequeña pizzería en San Cristóbal, cuando aún no era tan turístico. Ahora, entre mayas tzotziles, chamulas, o tzeltales, o de otras etnias de los alrededores proliferan los musulmanes.
Cuatro gatos en las avenidas de la capital mexicana. Apenas una valla humana detrás de la metálica que a trechos se ve sin gente y, a tramos, solo policías de espalda, o soldados alerta fusiles en ristre. La comitiva pasa cerca de Los Pinos, la residencia presidencial, camino del Auditorio Nacional.
Entra el Papa, misionero de blanco, en la mayor sala de conciertos escoltado por el vestido azul de la primera dama, Angélica Rivera. Ni los coros, las aquí llamadas porras, tienen el calor y la gracia de antaño. Eso sí, todos los celulares están en alto cuando Francisco acaricia a los niños y les habla. A alguno, como un entrenador de fútbol apoyado en el banquillo.
“Horas de espera, pasa rápido en el Fiat chiquito, y no se ve ni madres”, se quejan, encima, muchos de los escasos asistentes a los distintos recorridos del Papa por Ciudad de México. “Queríamos bendición”, añaden.
La calle de la Nunciatura, donde pernocta el Papa, lleva el nombre de Jaume Nunó, natural de Sant Joan de les Abadesses, autor de la música del himno mexicano. Ahí, junto a la avenida Insurgentes Sur, hay cierto calor humano, canciones, alegría, mariachis, esperanza, consuelo. Y “mucho güerito, rubio, del Opus Dei, no los jodidos, el pueblo, de otras veces”, como dice una anciana. Y hay, cómo no, ‘tacos de canasta’, que se conservan en grandes cestas, para los que velarán el sueño de Francisco.
En Ciudad Juárez, de lo poco que el Gobierno ha conseguido recuperar de la zozobra de la narcoguerra, le preparan un altar con espectaculares piedras.