CARRERA HACIA LA CASA BLANCA
Trump y Clinton se perfilan como candidatos para las presidenciales
Sus personalidades generan un rechazo notable entre los estadounidenses
Pocos personajes son tan conocidos para el público estadounidense como Donald Trump y Hillary Clinton, cuyas vidas se han contado al detalle como un serial melodramático en la prensa y los tabloides amarillos. Al mismo tiempo, pocos despiertan tanto rechazo en el país como ellos. De ahí que esta campaña esté siendo tan extraña y paradójica. Tras los resultados de las cinco primarias del martes, Trump se perfila como el candidato republicano para las generales de noviembre y Clinton acaricia la nominación demócrata. Nada está decidido, pero a tenor de las predicciones de Predictwise, una web que combina información de los sondeos y los mercados de apuestas, el showman tiene un 78% de probabilidades de ser el candidato y la exsecretaria de Estado, un 94%.
La noche fue especialmente propicia para Clinton, una mujer a la que muchos votantes describen como “deshonesta”, “egoísta” o “carente de empatía”. Le ganó a Bernie Sanders en los cinco estados en liza. En Florida y Carolina del Norte la ventaja fue mayúscula, pero quizás lo más sorprendente fue que se impusiera cómodamente en Ohio, un estado industrial del Medio Oeste que ha sufrido como pocos los costes de la globalización, robándole allí la mayoría del voto blanco. También ganó por los pelos en Illinois y Misuri, demostrando que es capaz de prevalecer fuera del sur profundo, donde el apoyo masivo del voto negro la ha convertido en una candidata imbatible.
CADA VEZ MÁS VENTAJA
Hillary había empezado la noche con una ventaja de 215 delegados sobre Sanders y la acabó con 314, una diferencia mayor a la que tuvo en cualquier momento Barack Obama sobre ella en la agónica campaña del 2008. Si a esos números se añade el voto de los superdelegados, los notables del partido que tiene libertad para apoyar al candidato que deseen en la Convención de julio, la diferencia pasa a ser de 755, una distancia prácticamente insalvable.
Entre los republicanos, Trump se deshizo de su última bestia negra, Marco Rubio, el candidato del aparato del partido, al humillarlo en su casa de Florida con una victoria por 19 puntos. Rubio tiró la toalla, sus ambiciones presidenciales tendrán que esperar a otro momento. Al multimillonario neoyorkino, al que parte del país llama “radical”, “demagogo”, “ególatra” o “fascista”, solo le falló Ohio para hacer el pleno. Pero su nominación no está asegurada, al menos de forma automática. Para alcanzar el número mágico de los 1.237 delegados, tendría que conquistar el 59% de los delegados que quedan en juego. No es imposible, pero tampoco es pan comido, teniendo en cuenta que Ted Cruz le ganará posiblemente en algunos estados, como ha hecho hasta ahora, que John Kasich se llevará trozos del pastel en aquellos estados con reparto proporcional, unos estados que son mayoría.
AMENAZA DEL MAGNATE
La jerarquía republicana sueña con ese escenario: una Convención abierta, que le permitiría maniobrar para negarle la nominación. Pero es un juego arriesgado que podría romper al partido y convertir la Convención en un campo de batalla si Trump llega a ella con más delegados que nadie. Anticipándose a esa posibilidad, el empresario lanzó ayer una amenaza velada. “Creo que habría disturbios”, afirmó. “Si invalidas el votó de todas esas personas y dices ‘lo siento, pero te has quedado corto por 100 votos’ tendremos problemas nunca vistos. Creo que sucederán cosas malas”. Tanto él como sus seguidores, ya han demostrado que la intimidación y la violencia explícita son parte del ADN de su campaña.
Neoyorkinos los dos, aunque Hillary lo sea por adopción, sus caminos se han cruzado innumerables veces en los salones del dinero y el poder de Manhattan y no es descabellado decir que se aprecian. Los Clinton asistieron a la tercera boda del magnate con Ivanka en 2005 y, antes de entrar en campaña y definirla como “la peor secretaria de Estado de la historia”, Trump la había descrito como “una mujer increíble”, “una gran trabajadora” o “una buena secretaria de Estado”.
Otra cosa es lo que piensa el resto del país. Los dos son figuras que polarizan y dividen: portan el mismo virus que contamina desde hace años la política de Estados Unidos.