EDIFICIO EMBLEMÁTICO
Una década de obras multimillonarias para salvar el Palacio de Westminster
Las bombas de la Luftwaffe que cayeron sobre Londres sembrando la muerte obligaron a los diputados británicos a abandonar brevemente, entre 1940 y 1941, el Palacio de Westminster. En poco tiempo y por primera vez desde entonces, los parlamentarios deberán dejar de nuevo el vetusto edificio neogótico a orillas del Támesis. Una ausencia que se prolongará durante al menos seis años, posiblemente una década, hasta que se realicen reparaciones y reformas por valor de 3.500 millones de libras (unos 4.000 millones de euros). El majestuoso palacio, sede de las dos cámaras y orgullo de la nación, se cae a pedazos.
Su imponente fachada, dominada por el Big Ben, esconde un interior decrépito y ruinoso. Las cornisas de piedra y escayola se desmoronan, los parches en los tejados no impiden las frecuentes goteras. En los sótanos, el alcantarillado de la era victoriana despide olores putrefactos. La rotura de cañerías, las inundaciones y los baños fuera de uso son una constante. El informe en septiembre del 2016 de una comisión parlamentaria alertaba de la posibilidad de “un grave incendio”, debido al pésimo estado de la instalación eléctrica y la falta de compartimentación en el diseño del edificio. Un laberinto de salas y pasillos con más de 1.000 piezas, imposible de calentar o climatizar adecuadamente. “No podemos retrasar los trabajos por más tiempo”, advertía la comisión.
Gigantesca factura
Nada en el palacio de Westminster se ha reformado en profundidad desde su reconstrucción en el siglo XIX, a cargo del arquitecto Charles Barry, tras el incendio que en 1834 destruyó gran parte del edificio. Durante muchos años los diputados hicieron oídos sordos al deterioro imparable de la grandiosa fortaleza, orgullo de la nación. De la triste realidad de la que fue en otro tiempo residencia real se hablaba en voz baja. La gigantesca factura de su reforma, en tiempos de recortes presupuestarios, asustaba a los políticos y hacía dudar de la acogida que tendría un gasto de esa magnitud entre los ciudadanos.
Aspecto de la instalación eléctrica en una de las salas. / AFP
El miércoles, al fin, la Cámara de los Comunes rechazó nuevos aplazamientos y votó a favor de trasladar las sesiones parlamentarias a otro enclave en Londres durante las obras, que deberían comenzar en torno al 2025. “El palacio de Westminster es el lugar donde se asienta nuestra democracia”, indicó la líder conservadora de los Comunes, Andrea Leadsom, en el debate. “Es un edificio conocido en todo el mundo y se encuentra en un estado de imperiosa necesidad de reparación”, señaló.
Trampa mortal
“Nuestra responsabilidad es salvaguardar este lugar protegido por la Unesco, pero también es nuestra responsabilidad salvaguardar el dinero de los contribuyentes”, añadió Leadsom, quien explicó cómo, debido al peligro de incendio, se necesitan “patrullas de bomberos durante las 24 horas para garantizar la seguridad”. En los últimos años, detalló, se han producido 60 incidentes “que tenían el potencial de provocar un incendio grave”. Durante las tres horas de debate se escuchó una letanía de horrores, con fugas de agua, bibliotecas y bares infestados de ratones, polvo de amianto y peligros sin fin, en un parlamento que se llegó a calificar de “trampa mortal”. “La decisión había que haberla tomado hace quizá 40 años”, subrayó Leadsom. Por si faltaban pocos ejemplos, minutos antes de la votación un apagón dejó a oscuras la sala del portavoz. El resultado fue sin embargo ajustado. El plan, que sin duda contará con el visto bueno de la Cámara de los Lores, se aprobó por 236 votos a favor frente a 220 en contra.
Durante los trabajos las sesiones se celebrarán en una cámara que será una réplica de la existente en los Comunes. Los 650 diputados, junto a 800 lores y miles de empleados, ocuparán oficinas provisionales alternativas. El diputado conservador Edward Leigh criticó el traslado, que, según él, no habría consentido Winston Churchill. “La lista de peligros se ha exagerado –declaró–. “Se trata de un edifico icónico y cerrarlo durante diez años sería un desastre”.