CRISIS EN BAGDAD
Turbulencias en Irak
Irak reúne todos los ingredientes para que se diera un estallido popular: violencia sistémica, corrupción rampante, pobreza extrema, desempleo crónico y servicios públicos menguantes. De ahí que a nadie le haya extrañado que la población haya vuelto a tomar las calles para exigir reformas estructurales y nomeros cambios cosméticos repitiendo, una vez más, el lema el pueblo quiere la caída del régimen.
Aunque muchos la daban por muerta, estas manifestaciones demuestran que la Primavera Árabe goza de buena salud, puesto que poco o nada se ha avanzado en el ámbito de las libertades públicas o la justicia social, reivindicaciones compartidas por la mayor parte de las poblaciones del Magreb y Oriente Próximo.
Las recientes manifestaciones en Argelia, Egipto, Sudán y otros puntos de la geografía árabe así lo evidencian. Como en el pasado, los jóvenes han vuelto a asumir un papel protagónico. Debe tenerse en cuenta que el 60% de la población iraquí tiene menos de 24 años y dos terceras partes de ellos nacieron tras la intervención norteamericana y el derrocamiento de Sadam Husein.
Han crecido, por lo tanto, en un contexto de violencia que ha devastado el país, marcado por el enfrentamiento entre las fuerzas yihadistas, las milicias chiís y las fuerzas de ocupación. También han sido testigos de la guerra sectaria que enfrentó a los diferentes elementos de la sociedad iraquí: chiís, sunnís y kurdos, así como de la brutal injerencia de las potencias regionales con Irán y las petromonarquías árabes del Golfo a la cabeza.
PODER DE LAS REDES SOCIALES
Una vez más se ha recurrido a las redes sociales para convocar movilizaciones espontáneas y transversales que, desde la capital, Bagdad, se han extendido a buena parte del país. En las ciudades chiís del sur se han incendiado las sedes de los principales partidos políticos, lo que debe interpretarse como una muestra de hartazgo ante el desmesurado peso que han acumulado las formaciones islamistas chiís desde el derrocamiento de Sadam Husein.
El partido Dawa ha sido el principal afectado, ya que tras las elecciones de 2005, 2010 y 2014 fue el responsable de formar Gobierno, lo que le hace responsable de la falta de servicios básicos, la mala gestión y la corrupción generalizada. También se acusa a las élites dirigentes de haber establecido una red clientelar sin precedentes, clave a la hora de encontrar protección o trabajo. De hecho, la consecución de un empleo depende de las conexiones familiares, tribales o sectarias y no de los méritos acumulados por los candidatos.
CORRUPCIÓN
Según el índice de percepción de la corrupción elaborado por la organización Transparencia Internacional, Irak es uno de los países más corruptos del mundo: el 12 de los 180 analizados. Tan sólo Siria, Yemen o Libia, países fallidos inmersos en guerras civiles, están en una situación peor. A pesar de que Irak alberga las cuartas reservas mundiales de petróleo, el porcentaje de la población que vive bajo el umbral de la pobreza supera el 20% y más del 50% de los iraquís se encuentran en situación de inseguridad alimentaria. A pesar de estar bañado por el Éufrates y el Tigris, la mitad de los hogares carece de agua potable en el ámbito rural.
Otro dato a tener en cuenta es el elevado número de desplazados internos, ya que tres millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares como resultado de la violencia, la mayor parte de ellos en las zonas sunís y kurdas del norte del país que fueron conquistadas por el Estado Islámico.
Asimismo, cientos de miles de personas han huido de los bombardeos sistemáticos por parte de la coalición internacional capitaneada por Estados Unidos, que han reducido a escombros ciudades como Mosul, otrora la segunda ciudad más importante del país. Contra este desalentador panorama es contra el que se ha rebelado la juventud iraquí cosechando incluso el apoyo de la máxima autoridad religiosa chií, el ayatolá Ali Sistani.
Aunque el primer ministro Adel Abd al-Hadi ha ofrecido subsidios para los sectores más desfavorecidos con el objeto de desactivar las manifestaciones, la brutal represión por parte de las fuerzas de seguridad, que ha provocado más de un centenar de muertes hasta el momento, evidencia que las élites gobernantes no están dispuestas a que se cuestionen sus privilegios. Así lo ha dejado claro Faleh al-Fayad, responsable de las poderosas fuerzas paramilitares Hashad al-Shaabi, quien ha exigido una respuesta más enérgica al considerar que las movilizaciones forman parte de un golpe de estado para derribar al Gobierno iraquí.