ESTALLIDO SOCIAL
Desobediencia e inconformismo en Chile
Las calles se convierten en un museo a cielo abierto de una protesta histórica
Llegó a una oficina del Registro Civil en Santiago para realizar el trámite de cambio de sexo. Ahí lo esperaba el ministro de Justicia Hernán Larraín, un antiguo pinochetista que se ha reciclado como hombre de la tolerancia. Con ensayada bonhomía, Larraín extendió su mano para saludar al primer beneficiario de la ley de 2018. El joven lo rechazó con un acto simbólico: se cubrió con uno de sus ojos con la mano. Lo hizo en homenaje a los cientos de chilenos que sufrieron traumas oculares y hasta la ceguera como consecuencia de los disparos policiales que recibieron desde que salieron a la calle para exigir un país más justo. Lo no hace mucho tiempo habría sido considerado un acto de desaire injustificable e inclusive punible ilustra por estos días el aire de desobediencia e inconformismo que sopla en Chile.
Han pasado más de dos meses desde que se encendió la chispa del estallido social por un asunto que a estas alturas parece lateral: la suba del precio del billete del metro. Después de que las multitudes ocuparon las calles con una intensidad nunca experimentada, todo está bajo discusión en Chile y debe quedar reflejado en la nueva Constitución de 2020 que anhelan las mayorías.
La protesta tuvo tal calado desde sus inicios que la primera dama, Cecilia Morel, la comparó con una invasión alienígena. Ella vio quizá por primera vez el rostro de esos "otros" chilenos movilizados y lanzó una confesión que resume el espíritu de 2019: "Vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás", le dijo a una amiga.
Los grafitis
Mientras la sociedad discute y exige celeridad en los cambios, la ciudad da cuenta de las urgencias y anhelos. En sus paredes quedan los testimonios y las broncas. "Acá nos torturan". "Somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar". "Asamblea popular analfabeta". "Chile tiene una pena y no la podemos callar". "El diablo llora cuando lo comparan con (Sebastián) Piñera". "El Estado viola; las amigas nos cuidan". "Si le cortamos la cabeza a la serpiente, el cuerpo no funciona". "No olvidaremos tu nombre". "La tele miente". "Mami, si hoy no vuelvo los pacos (policía) me mataron". Los grafitis son las marcas textuales de la irreverencia colectiva.
La burla, el desparpajo y la crítica también han encontrado su forma artística. Dicen que es difícil hallar una pared en blanco en los barrios más calientes de Santiago. Un colectivo de curadores y artistas ha considerado que a estas alturas la ciudad misma es una muestra a cielo abierto. Sostienen que las obras incrustadas sobre los muros durante las manifestaciones deben ser preservadas. Por eso fundaron un Museo de la Dignidad que "funciona" en el espacio público. Hacía falta "enmarcar las obras", dijo Felipe Abufhele, uno de los integrantes del colectivo. Esos bordes dorados no solo delimitan la obra. "Hacen que la gente se detenga y piense, como en un museo: el dorado enaltece". Las que "exhibe" el Museo de la Dignidad combinan la ilustración, la fotografía, la serigrafía y el collage.
La primera pieza que seleccionaron pertenece Claudio Caiozzi, conocido como Caiozzama, un grafitero chileno que dibujó a un Jesucristo rodeado de policías y una pancarta que reza: "No los perdones, saben perfectamente lo que hacen". Uno de los objetos emblemáticos de este peculiar museo se encuentra en el barrio Lastarria, en la Iglesia Veracruz.
Sobre su superficie se pintó una copia del "Guernica". Pero la versión chilena ya no remite a la guerra civil española. En vez del toros, el caballo o la madre con su hijo muerto en brazos, se representan mutilados oculares, bombas lacrimógenas y estaciones de metro quemadas y banderas negras. El "paco (policía)" se transforma en bestia. Piñera ha sido pintado como una piraña. A la Primera Dama la asocian con los aliens. "Esta obra de Miguel Ángel Kastro sintetiza el horror que hemos vivido estos dos meses", dijo Juan Pablo Prado, uno de los fundadores del "Museo de la Dignidad".
Algunos grafitis y pinturas son borrados. Sus autores vuelven al lugar del hecho y reinciden. Por lo general repiten aquello que fue eliminado. A veces confían en la inspiración repentina. En las redes sociales se propone replicar una y otra vez la imagen del joven que se ha cambiado de sexo y desafió al ministro aparece. Su gesto aparece también como una posibilidad de condensar las expectativas y la furia de lo que se llama tal vez con liviandad el 68 chileno.