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TURISMO / RUTA

Montes para salir del rebaño

Los últimos trashumantes configuran una ruta desde Soria hacia Tierras Altas en la que buscar ‘pastos frescos’ para la mente

Merinas en los frescos pastos de Tierras Altas.-VALENTÍN GUISANDE

Publicado por
ANTONIO CARRILLO
Soria

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En ocasiones, seguir los pasos del rebaño puede ser una liberación. Bajo esta premisa la Mancomunidad de Tierras Altas de Soria y los Ayuntamientos de Oncala y Las Aldehuelas organizan anualmente Soy trashumante, una oportunidad única para recorrer como pastor la distancia entre la capital y Los Campos, guiando al rebaño que busca los pastos frescos. De su mano arte, cultura, tradiciones, historia y medio ambiente desfilan por las orillas de la antiquísima Cañada Real Soriana Oriental.

Pero más allá de esta cita puntual en el tiempo el sabor del pastoreo itinerante, la herencia de los últimos castellanos ‘nómadas’, aguarda al visitante durante todo el año. Quesos y embutidos, caza y micología jalonan un camino cientos de veces recorridos por las ovejas.

La ruta se divide en dos ramales y gracias a ello se puede ir pasando de uno a otro conociendo la riqueza de esta primitiva red de autovías. El recorrido comienza en la estación del tren del Cañuelo de Soria, donde en los últimos años de la trashumancia llegaban las ovejas procedentes de Extremadura y Ciudad Real. Desde allí y tras la obligada para disfrutar de la ciudad y su románico la ruta avanza hacia Garray, heredero de la antigua Numancia. Con el Duero de guía se puede tomar tanto la Cañada Real como el Camino del Agua Soriano para llegar en bicicleta, a pie o incluso montando a caballo.

En Garray es imprescindible subir al cerro de la Muela donde aún hoy se asienta Numancia. Las ovejas y las cabras eran una de las principales formas de vida de los numantinos, así que nada mejor que rendir un pequeño homenaje a aquellos pastores que, además, pusieron en jaque al Imperio. Coincidiendo con el 2.150 aniversario del cerco de la ciudad celtíbera se ofrecen numerosas actividades culturales y lúdicas para profundizar en su legado.

Desde allí la Cañada Real avanza inexorablemente hacia el norte se hacia Almarza o hacia Oncala. Por dar una idea de su importancia pasada y presente, el camino que articula esta ruta quedó regulado y protegido por Alfonso X El Sabio en 1273 y la Unesco tiene ya esta red de comunicación en un paso previo a ser declarado Patrimonio de la Humanidad. Mientras, las modernas carreteras se bifurcan en la N-111 y la SO-615 para poder conocer algunos de los pueblos en los que aún hoy el sonido de los cencerros es también el eco de la historia.

Es el caso de Chavaler, en cuyos llanos descansaban las merinas antes del arreón final; o de los primeros pueblos del Valle del Tera, una comarca conocida como ‘La Suiza soriana’. Allí la arquitectura típica con sus muros blancos y la tradición de la mantequilla se funden con la historia del pastoreo.

DESVÍO HACIA EL VALLE

Merece la pena desviarse un poco del camino para conocer pequeñas joyas como Molinos de Razón y su centro de interpretación dedicado a la mantequilla de Soria (Denominación de Origen Protegida), las tranquilas calles de Valdeavellano de Tera con sus detalles vacunos, la piscina natural de Sotillo del Rincón, las dehesas tradicionales, los paisajes o las casas de los indianos que regresaron añorando El Valle.

Buena gastronomía, abundantes servicios, gentes hospitalarias y toda la tranquilidad que se quiera (aunque en verano las fiestas merecen la pena para desmelenarse) completan una oferta más vinculada al ganado vacuno, pero que igualmente demuestra cómo el aprovechamiento sostenible de los recursos permite mover una economía sin consumir el medio ambiente. Para los más animados y aunque ya se desvía mucho de la Cañada Real, no puede faltar una subida a la laguna glaciar de Cebollera, que explica en parte el por qué de los pastos frescos incluso en verano.

Casi a la misma altura, la ruta cuenta con dos localidades que merece la pena visitar. Almarza al oeste (N-111) y Oncala al este (CL-615) tienen mucho que contar al visitante. En el primer caso se trata de la cabecera de comarca del Valle. Además de encontrar numerosos servicios atesora el sabor de sus casas antiguas o la tradición del Arca que cada año se intercambia con su barrio de San Andrés perpetuando los documentos centenarios que regían el uso de los pastos. Mención aparte merece La Rinconada, una de las escasas empresas que ofrecen embutidos y carnes de caza.

Los almarceños, gente hospitalaria, ofrecen un pueblo capaz de cubrir todas las necesidades del visitante pero manteniendo el sabor tradicional. Con un clima fresco y agradable en verano, y circundado por dehesas y robles, es un punto perfecto para establecer una ‘base’ desde la que salir simplemente a disfrutar de largos paseos sin ningún tipo de estrés, dejándose sorprender por una naturaleza que aun estando al servicio del hombre (con los pastos o la micología) mantiene un sabor secular.

Por el camino más serrano, aparece la pequeña localidad de Oncala. Sus calles reflejan la sobriedad de los trashumante y de hecho la asociación El Redil repite todos los años la Fiesta de la Trashumancia para recordar la alegría con la que se recibía a los hijos del pueblo que regresaban de Extremadura. No obstante, el visitante no tiene que esperar a esta celebración. El Museo de Pastores evoca la ruta, cómo vivían, cómo comían y cómo extendían su cultura los ancestros de la localidad.

Pero no todo es la dureza del ganadero. La iglesia parroquial atesora un pequeño museo de tapices en parte elaborados sobre cartones de Pedro Pablo Rubens. Lo sacro y lo profano se dan la mano en una explosión de color en medio de la sierra. Todo un goce para los ojos con el que se demuestra que los serranos siempre han entendido la cultura más allá.

A ello se suma la propuesta gastronómica que ofrece la quesería de Oncala, en la que probar los sabores de antaño en sus variantes más tradicionales o enriquecidas con productos premium como las trufas negras de Soria, La naturaleza aún da una excusa más para subir el puerto. En invierno se celebra la Feria del Acebo, una cita en la que las drupas rojas engalanan los montes y la localidad y sirven de excusa para adelantar la Navidad con productos tradicionales y un Belén viviente en el que no faltan pastores, como no podía ser de otra forma.

Desde Oncala merece la pena dejar el vehículo y adentrarse en la Sierra del Alba. Avelino Hernández le dedicó un libro homónimo a este territorio, todo un canto a esta zona de la provincia que ha vivido como pocas la despoblación, pero que mantiene en cada risco la belleza de lo inexplorado, de una tierra dura en la que se mantiene el orgullo de sus ya escasos habitantes,

Buimanco, Vea, Peñazcurna, Villarijo o Acrijos ya no aparecen en los mapas, pero siguen vivos en el corazón de quienes alguna vez los habitaron. Es el caso, por ejemplo, de Valdemoro. Todavía hoy hay voces de aquellos que en una fría mañana de invierno siendo niños salieron hacia Argentina en busca de una vida mejor. Hoy, ya abuelos, siguen escribiendo y recordando sus calles tomadas por la vegetación, pero visitables.

Pero no todo está perdido. Al norte Sarnago ha vuelto a la vida y merece la pena dejarse caer en verano para comprobar cómo un despoblado puede volver a bullir. Los hijos del pueblo decidieron que no podían perder su memoria y poco a poco han ido rehabilitando sus casas y su historia. Las Móndidas, jóvenes ataviadas con su sombrero de cestaño, han enriquecido la historia de Tierras Altas sumándose a sus homólogas de San Pedro Manrique. El pastoreo ya no está presente, pero sus hijos siguen en pie.

En Valdelavilla el abandono también ha dado paso a la vida. El delicioso pueblo se ha reconstruido como espacio hostelero con la posibilidad de disfrutar de inmersiones en inglés o de disfrutar de una boda en medio de la naturaleza más pura. Todo un hito en el camino en el que merece la pena perderse.

Además del ejercicio de memoria el visitante puede comprobar cómo el concepto de sostenibilidad de sus gentes se adelantó en muchas décadas a las actuales corrientes. La Sierra del Alba, antes de desembocar en el esperado camino a Los Campos, ofrece una estampa que apenas ha variado con el paso de las décadas y sólo algún aerogenerador recuerda que se ha vuelto al siglo XXI. Eso sí, siempre sabiendo que el medio ambiente es el hábitat humano.

Una vez llegados a la localidad finaliza la ruta propiamente dicha, pero aún así merece la pena ir un paso más allá y conocer Las Aldehuelas. Sus casas con dintel de claro sabor serrano y la sobriedad del paisaje montañés se ven bañadas en uno de los aires más puros de la península Ibérica.

Ahora quedan pocos habitantes, pero siempre ha sido una zona apreciada por los ancestros. Prueba de ello es un conjunto de yacimientos declarado Bien de Interés Cultural desde hace más de una década, con los enclaves de Valloria I, Valloria II, Las Aldehuelas, La Revilleja, Salgar de Sillas y Los Campos III. Si se suma la pertenencia a dos espacios de la Red Natura 2000, es fácil comprender que cada habitante es además custodio de un patrimonio histórico y natural incalculable e inalterado por siglos.

Para finalizar, nada mejor que acercarse a Yanguas. Desde este año se encuentra en la lista de Los Pueblos más Bonitos de España. Su castillo, sus porches de madera y lajas de piedra, su animada feria del ajo, sus casas rurales... Un lugar perfecto para terminar el camino fuera del rebaño.

EN RUTA

- Qué ver

Yacimiento de Numancia (Garray): De martes a sábados de 10 a 14 y de 16 a 18 h. Domingos de 10 a 14 h. Este año se celebra el 2.150 aniversario de la caída de la ciudad con numerosas actividades.

Museo de la Trashumancia (Oncala):

En verano, de martes a domingo y festivos de 11 a 14 y de 17 a 20 h. El resto del año, concertar visita: 975 381 236 (Antonio Hernández), 975 381 258 (Benigno Marín), 975 232 780 (Jesús Ángel). Creado por la Asociación El Redil, dedicada a mantener la memoria de la trashumancia.

Museo de los Tapices (Oncala): Del 1 de julio al 31 de agosto, de 11 a 13.30 y de 17 a 19 h. El resto del año, concertar visita con dos días de antelación: 975 381 133 (Pedro Arancón). Consta de dos colecciones de tapices flamencos, algunos sobre cartones de Pedro Pablo Rubens.

Yanguas: Localidad incluida desde este año entre Los Pueblos más Bonitos de España. Merece la pena su castillo y sus tradicionales porches de piedra. Cuenta con servicios de alojamiento y restauración.

Buimanco, Vea, Peñazcurna, Villarijo, Valdemoro o Acrijos: Despoblados, en su mayoría desde la década de los años 60, constituyen auténticas cápsulas del tiempo de la España rural.

- Dónde comer

Restaurante Goyo (Garray). Cocina casera con menús, raciones y celebración de eventos. Celebra Jornadas Gastronómicas Celtíberas. Reservas: T. 669 426 464.

Bar San Andrés de Soria (San Andrés, Almarza). Menú del día con amplia terraza al aire. T. 692 654 821.

Restaurante Posada Cuatro Vientos (Almarza). Parrilla de carne con posibilidad de elegir platos a precio cerrado. T. 975 250 165.

El pajar del tío Benito (Molinos de Razón). Cocina contundente con especialidad en asados, destacando el de cochinillo. Conviene reservar. T. 975 273 225.

Los cerezos de Yanguas (Yanguas). Cocina tradicional, especialmente recomendable el cocido. T. 975 391 536.

- Dónde dormir

Hotel Rural El Denario (Garray). Casa tradicional de piedra con 10 habitaciones. T. 975 252 125.

Epona Casa Rural (Garray). Moderno alojamiento ideal para familias o grupos de amigos, a escasa distancia del yacimiento de Numancia. T. 650 023 316.

Hotel y Casa Rural San Millán (Oncala). Casona rústica a 15 minutos del acebal de Garagüeta a un pequeño paseo del Museo de la Trashumancia y el de los Tapices. T. 655 903 615.

Albergue Rural Yanguas (Yanguas). Caserón de piedra con atención familiar y servicios de restauración y amplio patio con terraza. T. 975 252 125.

Complejo Turístico Rural Valdelavilla. Pueblo antes abandonado y ahora reconvertido en casas rurales. Celebración de eventos. T. 975 185 532.