TURISMO
Las pequeñas joyas del Jalón en Soria
El sureste de Soria cuenta con destacadas localidades imprescindibles en las guías de viaje como Medinaceli o Arcos, pero también con bellísimos pueblos más pequeños como Chaorna, Judes, Benamira, Somaén,. Montuenga de Soria, Iruecha o Huerta
No aparecen en las grandes guías de viajes, pero tienen ingredientes para dejar al visitante con la boca abierta, con un sueño reparador y con las pilas cargadas. El extremo sureste de la comarca soriana del Jalón suma pueblos y paisajes donde el tiempo parece detenido. Pero sólo lo parece, porque la apuesta por el turismo rural y por disfrutar de esta tierra hace que cada vez sea más cómodo y atractivo acercarse y pasar unos días.
El acceso a esta zona es además muy sencillo. Medinaceli conecta la autovía que baja de Soria capital con la A-2 entre Madrid y Barcelona. En esta ocasión, disfrutar de espacios poco conocidos no es sinónimo de perderse por carreteras estrechas salvo en los kilómetros finales del recorrido.
Y en término de Medinaceli, concretamente en la Sierra Ministra a la altura de Benamira, es donde nace el río Jalón, el camino natural de esta zona. Primero, como un leve hilo de agua. A partir del término de Arcos de Jalón comienza a ser ese gran río de la cuenca del Ebro que forja el carácter de la comarca. Castilla y León confluye con Aragón y Castilla- La Mancha y 'comparte' sus aguas. Quizás de ahí surja el carácter hospitalario de sus gentes.
Uno de los mejores puntos para comenzar el recorrido es Somaén. ¿Qué ofrece? Un pueblo precioso, alojamientos de primera y un pequeño 'Cañón del Colorado'. Ubicado sobre un cerro en una hoz del río Jalón, coge poco a poco protagonismo entre las recomendaciones turísticas por su belleza.
Su misma estampa, como una pequeña cascada de viviendas coronada por un castillo posiblemente árabe, ya merece la pena una larga parada. Eso mismo debieron pensar los humanos de hace cuatro milenios cuando comenzaron a sentarse, los árabes, los cristianos que la reconquistaron y quienes trabajan hoy por convertirlo en una de las joyas del turismo de descanso y naturaleza.
Prueba de ello es que no llega a 40 habitantes pero ofrece cinco casas rurales, una enclavada en el interior del antiguo castillo y convertida en uno de los hoteles rurales más singulares de Castilla y León. La cercanía con Arcos de Jalón y Medinaceli hace que se pueda disfrutar de la tranquilidad con servicios.
Pero no todo es descanso y panorámicas en Somaén. Algo tan sencillo como caminar puede ser un espectáculo gracias a calles y rincones que bien podrían parecer un decorado. Casas en tonos ocres con los jardines colgando en las cuestas, zonas donde el asfalto da paso a adoquinado con la hierba creciendo, empinadas subidas con el castillo como meta, historiados aleros con los entramados de madera de los muros a la vista... Hay miles de fotografías esperando al visitante.
También merece la pena disfrutar del enclave. El cañón labrado por un Jalón aún niño quizás no sea tan espectacular como el del Río Lobos, pero aquí los grises mutan en tonos rojizos creando un paraje similar y a la vez muy distinto que la ha valido el sobrenombre el pequeño Cañón del Colorado. Cerca de encuentra la Cueva de la Mora, donde los restos posiblemente neolíticos muestran que aquí se debe estar bastante bien desde hace milenios.
A escasa distancia Arcos de Jalón ofrece al visitante parada, fonda y atractivos. Es la cabecera de comarca y si bien el pretérito desarrollo industrial no la hace quizás tan ‘coqueto’ como Somaén tiene más que justificada la visita. Las cercanas gargantas del Jalón, la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, la locomotora Mikado y la estación del tren componen un panorama variado de atractivos. Sus amables vecinos a buen seguro pueden rememorar la importancia ferroviaria de la localidad y la vitalidad que inyectaron los talleres de Renfe. Por cierto, la repostería del pueblo puede englobarse también en la categoría monumental.
Cerca de Somaén y tras pasar Arcos aparece Chaorna, otra localidad que quizás no suene en las grandes ferias de turismo pero que, para quien busque tranquilidad y belleza, lo ofrece con creces. Si la vecina Iruecha proviene del euskera 'Tres casas', en este caso parece que el topónimo también viene del norte y significaría 'Casas en la pared'. El apunte no es baladí y de hecho describe bastante bien una de las características del pueblo.
Desde el fondo del desfiladero se yerguen las casas recias, levantadas en piedra y manteniendo todo el sabor de la arquitectura tradicional. Una fuente en la roca llama la atención antes de levantar la vista a la rehabilitada torre de Chaorna. De origen musulmán data del siglo XI y por estas fechas estará soplando 1.000 velas. Pero más allá de su antigüedad y significado histórico, ofrece unas vistas impresionantes de los cortados.
Las sabinas, una especie singular y escasa que en Soria encuentran importantes reductos, acompañan y perfuman. Sus troncos retorcidos son de una madera muy aromática, presente en la construcción tradicional, con fama de imputrescible y de ahuyentar a las polillas. Pero, ante todo, son auténticas esculturas vivas. La zona está declarada por ello Lugar de Interés Comunitario (LIC).
Hay tres puntos muy recomendables por singulares en Chaorna. Uno es el acceso a la iglesia de San Miguel, donde las construcciones de piedra se solapan y al levantar la vista, el cortado muestra toda su belleza. Otra, la fuente de piedra, una suerte de pilón rupestre bastante curioso y muy fresquito para sentarse a escuchar la naturaleza. Y el último, el salto de agua de Las Chorroneras, aunque en determinadas épocas del año la meteorología afecta.
Tierra de almenas rojas
Montuenga de Soria es otra de estas localidades cuya lejanía a la capital y su ubicación, prácticamente a caballo entre tres comunidades, hace que incluso muchos sorianos no la conozcan. Pero también merece una parada, algo que se comprueba incluso antes de llegar.
Su castillo está en ruinas y, dependiendo del ángulo, los muros sin continuidad lo muestran como apenas un decorado. Sin embargo su imponente estampa rojiza y la altura a la que se encuentra sobre el casco urbano impresionan. En días nublados, y no digamos de tormenta, la estampa es sobrecogedora.
Como ocurre en el castillo de La Raya en Monteagudo de las Vicarías, en buena parte está construido con mampostería. Por simplificar, con las tierras y arcillas de la zona. Eso le ha hecho sufrir un grave deterioro, pero a la vez ser un ejemplo bastante singular que escasea en el resto de Castilla y León, no tanto en esta linde con Aragón.
A escasos kilómetros se encuentra Judes, otro buen ejemplo de arquitectura tradicional. Apenas tiene 20 habitantes pero se divide en dos barrios. La piedra y las sabinas vuelven a ser protagonistas de este rincón de fácil acceso pero muy poco frecuentado. También pasa por allí el GR-86, lo que lo convierte en un destino idóneo para quien quiera gastar suela o dar pedaladas en absoluta tranquilidad.
No obstante lo más conocido de Judes no es su patrimonio, sino la única laguna karstica de Soria. No se llena con agua de lluvia o con aportaciones de grandes ríos, sino que al ser una depresión del terreno son las aguas subterráneas las que más suelen contribuir a su vitalidad.
Es su belleza, y a la par su condena. En los años secos el nivel freático baja y lo que puede ser una explosión de vida no siempre lo es tanto. Sin embargo, la singularidad del paisaje siempre es grata a la vista.
La ruta finaliza en un auténtico confín de Castilla y León. Tanto, que para llegar antes hay que cruzar territorio aragonés. Es Iruecha, una localidad que sí tiene bastante fama por ser la única de la Comunidad que aún conserva su representación de moros y cristianos.
Se celebra el tercer sábado de agosto, así que aún se está a tiempo de disfrutar de la de este año. Las huestes cristianas y musulmanas se miden en la campa gracias a la voluntad de vecinos e hijos del pueblo en un espectáculo que tampoco se parece a los del Levante, lo cual acrecienta su singularidad. Emoción, teatro, choques de espadas, caballos y un final que... hay que descubrir, como el rosario de faroles que también engalana las calles en el día señalado.
También LIC dentro de los Sabinares del Jalón, el museo etnográfico, el sabor de sus calles flanqueadas por casas de piedra o la apuesta por el turismo rural son también alicientes para llegar hasta este extremo de Castilla y León. Sorprende.
Santa María de Huerta, el complemento perfecto
Más allá de los pequeños pueblos poco conocidos, el sureste de Soria tiene otras localidades bastante más habituales en las recomendaciones turísticas, caso de Medinaceli y su riquísimo patrimonio o de Arcos de Jalón. Sin embargo hay una parada obligatoria para completar la visita, Santa María de Huerta, donde su monasterio cisterciense en todo un símbolo de la monumentalidad de Castilla y León, pero hay más que ver.
Y es que la pequeña localidad atesora hasta tres Bienes de Interés Cultural declarados sin contar que su castillo, por serlo, también está protegido. Sin duda la ‘estrella’ es el monasterio cisterciense, cuyo origen viene de las repoblaciones del siglo XII, cuando llegaron monjes franceses a Cántabos antes de ubicarse definitivamente en este enclave.
El monasterio actual data en su mayoría del siglo XVI y es sencillamente majestuoso hasta el punto de que ya en 1882 y a pesar de haber sufrido la desamortización fue declarado Monumento Nacional. Su tamaño, el estado de conservación, la belleza de sus claustros o la iglesia ya lo harían imprescindible. Pero además tiene tres puntos únicos. El más conocido es el refectorio de los monjes, una pieza sin parangón en el resto del mundo tanto por su bella factura como por su tamaño. Desde allí se puede acceder a la antigua cocina del siglo XIII, algo que sobre el papel no parece un gran atractivo en un monasterio pero que aquí permite entender mucho mejor la vida monacal. La monumentalidad de sus arcos y remates contrasta con la funcionalidad de un espacio desde el que vigilar el fuego casi desde cualquier punto.
Otro lugar muy singular es la Sala o Refectorio de los Conversos, conservada desde el siglo XII y que otrora albergaba a los ‘trabajadores externos’ del monasterio. Dependiendo de la incidencia del sol, la creencia de que el románico tiene que ser un tanto ‘oscuro’ se desbarata.
Ver el monasterio es una delicia, pero es que además se puede vivir. Los monjes regentan una sencilla hospedería donde el recogimiento, la meditación, el sosiego y el respeto permiten conocer de primera mano la vida monástica en una experiencia que marca. Y si no se desea integrarse tanto, las mermeladas, la miel o el chocolate que elaboran los monjes también son... divinos.