Heraldo-Diario de Soria

TURISMO

Los pueblos de agua en el Duero Niño de Soria

La columna vertebral de Castilla y León también tiene una juventud en la que salpica el paisaje de pueblos preciosos y atractivos naturales

Río Duero a su paso por Molinos en una imagen de archivo. HDS

Río Duero a su paso por Molinos en una imagen de archivo. HDS

Publicado por
A. CARRILLO
Soria

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La amplitud y variedad de paisajes de Castilla y León hace que ríos de todos los tipos y tamaños conformen su tejido vascular. Desde el mayor manadero de Europa, en el Queiles, a las cantarinas cascadas de Orbaneja del Castillo en Burgos, pasando por la torrencial Ventera de Gredos en Ávila o por las impresionantes formaciones de Los Arribes, el agua ha moldeado la forma de ser y vivir de esta tierra. 

Pero si hay un río vertebral en la Comunidad es el Duero. Enhebra cinco provincias desde los Pinares de Soria a las vides de Burgos y Valladolid, las dehesas salmantinas o el lazo estrecho con Portugal a través de Zamora. Su impacto económico y social es incalculable y, con permiso del Ebro burgalés, es el río de Castilla y León por excelencia.

Pero antes de alcanzar toda su magnificencia es apenas un manojo de arroyos de montaña que sólo el embalse soriano de Cuerda del Pozo logra pacificar. En esta breve niñez atraviesa algunos pueblos preciosos y la mayor masa forestal continua de España, la comarca de Pinares, antes de bajar a la Ribera que bautiza. En este ‘Duero Niño’ quizás Vinuesa y la Laguna Negra son los enclaves más famosos y ya se ha dado cuenta de ellos en los reportajes de La Posada. Pero hay otros que merecen ser visitados, descansados, recorridos y degustados y por los que fluye esta ruta.

Aunque la Laguna Negra es parada obligada, desde el punto de vista rural el primer pueblo para seguir al Duero Niño es Duruelo de la Sierra. Los arroyos, a veces torrenciales, cruzan la subida a Castroviejo y dan los primeros ‘biberones’ al río, además de acompañar en uno de los parajes geológicos más espectaculares de la Comunidad. En este primer tramo el agua baja de los 2.200 a los 1.400 metros en apenas 25 kilómetros, creando pequeños rincones de postal y ejemplificando lo que es un río de montaña por muy plácido que se vuelva luego. ‘Doctor Zhivago’, ‘El Rey de la montaña’ o ‘La sombra del zorro’ encontraron decorados inmejorables.

En el casco urbano de Duruelo hay otros muchos atractivos. Pocas localidades pueden presumir, por ejemplo, de contar con una necrópolis medieval en pleno casco urbano mostrando además varias tipologías de tumba. La jalona la parroquia de San Miguel Arcángel, una compilación interesante de retos del siglo XII luego ‘actualizados’ con detalles mozárabes; o los caserones de piedra típicos de la montaña.

Aguas abajo aparece Covaleda. Sus numerosas fuentes y cascadas, sus puentes declarados BIC, las sierras de agua (estructuras para aprovechar la fuerza de los ríos y ‘mover’ los antiguos aserraderos), el campamento de la Nava, la omnipresente micología sea en el monte o en el plato... Alicientes tiene muchos en los alrededores, pero el pueblo no se queda atrás. La iglesia de San Quirico y Santa Julita o los rincones desde los que se observa el querido pinar evocan tranquilidad, aunque no faltan servicios para pasar unos días.

Salduero es la siguiente parada y huelga decir de dónde proviene el topónimo. Más que un pueblo es una postal. Es muy difícil destacar un punto concreto en un conjunto perfumado por el pinar y sonorizado por el Duero en el que los caserones de piedra jalonan cada calle. Su sobria iglesia, que quiere evocar la rotundidad de las fortalezas, preside un conjunto que llama a descansar, reflexionar y volver a casa como nuevo. Además, sus piloncillos permiten cruzar el Duero dando saltitos sin mojarse los pies en una suerte de comunión fluvial.

Molinos de Duero cierra la ruta y de nuevo es un pueblo que no tiene una foto mala, aunque precisamente invite a apagar el móvil. Desde los guiños al pasado de la carretería a sus palacetes de piedra, todo parece detenido en el tiempo aunque el visitante encontrará todas las comodidades del siglo XXI. Y es que cuando un Duero todavía infantil delimita las calles huyendo del bordillo de hormigón, todo fluye. Y desde allí, poco a poco, Castilla y León bebe y vive.

Atractivos turísticos por lo que se ve... y por lo que se hace

Hay zonas donde el turismo se mueve por lo que se ve. En el Duero Niño, también por lo que se hace. Desde tradiciones seculares a pruebas deportivas de prestigio, la zona está muy viva e invita a acercarse. Una amplia red de alojamientos rurales y restaurantes que hacen virguerías con los ya de por sí brillantes productos de la tierra ponen la guinda.

En cuanto a tradiciones, la más extendida es la pingada del mayo que se repite a lo largo y ancho de la geografía de Pinares. Para ello se escoge en el monte un buen ejemplar de pino tan alto como se pueda; se traslada al pueblo, en muchas ocasiones con las carretas de bueyes que en su día abastecieron a toda España; se iza a pulso, con la única ayuda de unas aspas de madera; y se encaja en un pequeño orificio para dejarlo erguido. Se suelen aprovechar las primeras fechas de mayo, aunque localidades como Vinuesa celebran la ‘ceremonia’ en agosto, un día antes de la Pinochada; y Duruelo lo ha recuperado para que sirva de ‘pregón’ a las fiestas de septiembre.

Por su parte Duruelo de la Sierra es uno de los pueblos más musicales de España si se tiene en cuenta su población. La ronda o la banda de música son incluso protagonistas de celebraciones en las que los mozos todavía cantan a las mozas, so pena de zurriagazo si se desvían de la ruta marcada. En Covaleda son más prosáicos. La Feria del Chorizo, con especial apartado para el artesanal, es una invitación ineludible para acercarse.

Lo que no falta en las fiestas de la zona es la caldereta o ajo carretero, un plato también conocido al otro lado de la linde con Burgos y que es, en esencia, comer historia compartiendo con los vecinos. Los antecesores de la Cabaña Real de Carreteros surtieron de madera a todo el reino, hasta el punto de que la Armada Invencible ‘salió’ de aquí. En sus viajes y al igual que hacían los pastores, había que comer de lo que hubiese y además con contundencia.

En Molinos la Vaca Vieja de Carnaval o el Vía Crucis viviente se suman a cuestiones más modernas como su certamen de música tradicional y folklore o el mercado medieval. Salduero, por su parte, ilumina con miles de velas el pueblo y el río el sábado antes de San Juan para engalanar los conciertos.

Más reciente es la enorme apuesta por el deporte de montaña realizada en esta zona. El Desafío Urbión se ha convertido por méritos propios en una de las grandes referencias de las carreras de montaña y, más allá de la gran cita, se mueve todo el año atrayendo a cientos de corredores. También hay réplica entre los ciclistas de montaña. En definitiva, hay mucho que hacer.

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