El mayor ‘guardián’ de puzles antiguos
Fernando Álvarez-Ossorio posee en Valladolid la colección más grande de rompecabezas históricos de España y, junto a su hermano Alfonso, atesora el mayor volumen de Europa de puzles de todos los tiempos, con más de cuatro millones de piezas. Sus ‘tesoros’, de un valor «incalculable», narran cómo ha evolucionado la sociedad desde finales del siglo XVIII hasta hoy.
Érase una vez... un infante de seis años (Luis María de Borbón) estudiando la geografía de Europa con la ayuda de un puzle cartográfico; un recurso solo al alcance de la nobleza y la alta burguesía de entonces. Los pinceles de Francisco de Goya capturaron aquel instante en 1783, y ese cuadro constituye «la primera referencia gráfica de un puzle que existe en España».
Nadie más ha podido ensamblar sus piezas. «Está desaparecido». En cambio, sí se puede palpar uno coetáneo, fabricado en madera noble tan solo 22 años después de que el inglés John Spilsbury ideara el primer mapa «diseccionado» con el que arrancaba la vida de estos pasatiempos.
Data de 1788, muestra la cronología de los reyes de Inglaterra, está en Valladolid y pertenece a Fernando Álvarez-Ossorio, que es lo mismo que decir «el mayor coleccionista de puzles antiguos de España». Y no solo eso. Junto a su hermano Alfonso, atesora la colección más grande de Europa de puzles de todos los tiempos, con más de 3.000, y posee el mayor número de piezas de todo el mundo, con cuatro millones.
No es de extrañar, por tanto, que traspasar las puertas de su casa-taller sea abrir un libro de relatos, al que Fernando pone voz, alma y conocimiento. Sus tesoros, de «valor incalculable», respiran historia y sirven de termómetro para medir los cambios experimentados por la sociedad.
Sus múltiples estantes sostienen ejemplos vivos de aquellos precursores en madera, coloreados y cortados a mano sin muchas filigranas, que servían para ilustrar e instruir en geografía, en literatura, en matemáticas, en ciencias, en historia, en personajes bíblicos... a los niños de clase alta, «porque el resto de mortales ni los conocían», aclara Fernando.
También sujetan esos primeros puzles que abandonaban el fin didáctico para lanzarse al entretenimiento, a principios del siglo pasado, «de adultos de una clase social no tan elitista», aunque, como explica el coleccionista, «uno de 100 piezas podía costar 14 pesetas cuando el sueldo de un maestro no sobrepasaba las 920 pesetas».
Fernando mima las piezas más raras por sus sinuosas formas, esos rompecabezas de doble disección con doble corte, esos puzles ‘imposibles’, ese que fue hasta 1964 el considerado «más difícil del mundo», esas miniaturas o ese ejemplar de una única pieza que se desenrosca «como la monda de una naranja».
Y de una pieza, al más voluminoso, con 42.000, que mide extendido ocho metros y que justo hasta la semana pasada era el más grande jamás fabricado. Le ha desbancado uno de 52.150 piezas que, para su desagradable sorpresa, «ha pedido el misterio al venderse montado. Es como vender una revista con las soluciones hechas de los crucigramas».
«Todos tienen su historia», afirma Fernando, quien entresaca de su colección esa ‘joya’ de 230 años con la cronología de los monarcas ingleses, obra de John Wallis, a la que llegó «por casualidad». «En una subasta había un lote con tres disecciones victorianas que no mostraban ninguna imagen, pujé y me los llevé por 350 libras», rememora con orgullo, mientras rebusca el más antiguo que guarda con un motivo español: el mapa de la Península Ibérica, fabricado con anterioridad a 1830.
Sabe la fecha porque no es solo un coleccionista. Investiga y se documenta en su pila de libros, atlas y revistas hasta identificar de qué época es cada una de las obras. Y así resolvió el enigma: «el Reino de Granada aparece separado y, por tanto, no puede ser posterior». Como este ejemplo, otros muchos. Narra historias, nombres, fechas, lugares. Puede incluso adivinar la época de fabricación por el tamaño de las piezas, el tipo de corte, las formas, los colores, los materiales...
Tanto Fernando, cerrajero de profesión, como Alfonso, analista programador, no llegaron al mundo del coleccionismo de puzles por azar. Lo suyo estaba escrito en el ADN. «Es casi genético» bromea Alfonso. «Una herencia familiar», refuerza Fernando.
Su abuelo paterno, Javier, ya cortaba puzles de madera sobre una máquina con pedales muy parecida a las tres que guardan en el taller. Su padre también los fabricaba, por eso era lógico pensar que entre sus reliquias destaque como el puzle más querido precisamente ese que su padre cortó a los 17 años para su madre, cuando eran novios, y que representa un cuadro de un retablo ubicado en una una iglesia madrileña. Le faltan 13 de las 130 piezas, pero eso le «da igual, tiene el mismo valor».
Ambos hermanos evocan la imagen de aquellos armarios empotrados en su casa de Palencia donde se apilaban puzles y más puzles, quizás por aquello de que entretener a una familia de nueve hermanos resulta todo un rompecabezas. Se recuerdan a sí mismos con piezas en las manos ya desde los tres años, y no había cumpleaños, ni Navidad sin estrenar uno nuevo. Son recuerdos de su infancia en familia.
«¿Quién no ha hecho un puzle en su vida?, se preguntan. Ellos, millones. Y son rápidos, muy rápidos. «Si no te andabas listo, llegaba un hermano tuyo y te colocaba la pieza que tú estabas buscando», explica Alfonso, mientras entresaca ese de 750 piezas de la playa de Tamarindo que le regalaron por un cumpleaños hace más de 30, al que le falta «la primera pieza de la fila uno» y que ha montado y desmontado infinidad de ocasiones.
De aquel hogar palentino salieron los primeros puzles de madera que dan origen a la colección. También de las casas de sus tíos y primos, y de los sucesivos regalos que, a día de hoy, les siguen haciendo amigos, familiares y conocidos.
Y pieza a pieza, Fernando y Alfonso fueron dando el salto de aficionados a coleccionistas. La llegada de Internet y las redes sociales les abrió un mundo de posibilidades, aunque para ambos cualquier oportunidad es ideal para sumar un nuevo ejemplar. No hay viaje del que no se traigan como ‘souvenir’ un puzle. «Es difícil resistirse a adquirir alguno», dice Fernando, mientras olisquea por encima del precinto uno con aroma a coco o extrae una colección completa de 1975 que nunca tiene pensado abrir.
Sin embargo, los más singulares de entre los antiguos los adquiere Fernando en el mundo de las subastas. «No tengo un presupuesto cerrado. Si hay algo que me interesa, pujo», sostiene aunque acto seguido aclara que para hacerlo tiene que tener unas características muy especiales y concretas. «Rebusco mucho antes de decidirme».
No han puesto precio a su colección. «Necesitaríamos para ello a un tasador». Lo que sí saben es que por el mapa geográfico de Europa que tienen «se ha llegado a pagar en una subasta hasta 5.000 euros». «No quiere decir que lo valga, pero sí que se ha vendido por esa cantidad», apostilla Fernando, quien expone que él «ni por asomo» desembolsa esas cuantías.
Y si el valor económico de sus tesoros es incalculable, el sentimental es infinito. «Ninguno está a la venta, cada uno cuenta una historia». Son sus juguetes.
Es precisamente esa concepción la que hace que la familia Álvarez-Ossorio no se plantee aparecer en el libro Guinnes de los récords. El récord oficial de mayores coleccionistas lo ostentan una mujer filipina y una brasileña, a pesar de que sus colecciones son más reducidas. ¿Cómo es posible? «Porque es el récord en puzles montados y enmarcados, y nosotros no nos vamos a poner a enmarcarlos», matiza Fernando.
Quieren conservar la movilidad de las fichas, tocarlas, ensamblarlas una y mil veces más. Eso quizás también les venga de familia. «Si uno de nuestros hermanos pegaba un puzle, los otros se quedaban sin ese entretenimiento», explica Alfonso.
Este par de hermanos no son solo coleccionistas, son también campeones. Lo fueron de España varios años, y en 2012 de Europa, tras ensamblar en un maratón de 24 horas 12.000 piezas de 17 puzles diferentes. Sus hábiles manos son capaces de montar uno de 500 piezas en menos de una hora. Si lo hacen en pareja bajan de la media hora. No tardan más de dos minutos y treinta segundos en dar la vuelta a todas las piezas.
A eso se le llama destreza, pero también memoria visual y espacial, agilidad mental, concentración... Son las habilidades que permite entrenar este «deporte mental, a la altura del ajedrez», como lo define Alfonso, de ahí que lance una invitación para que niños y adolescentes aparquen las videoconsolas y se apunten al «apasionante» mundo del puzle.
«LA PIEZA QUE ME FALTA POR CONSEGUIR... CREAR UN MUSEO DEL PUZLE (CON DOS Z)»
A Fernando Álvarez-Ossorio solo le resta una pieza para completar el rompecabezas de su vida: «Crear un museo del puzle, y hacerlo en Valladolid», en su tierra. Quiere de esta forma contrarrestar el ‘olvido’ que los museos de España hacen a este tipo de objetos. «En ninguno de ellos hay ni un solo puzle expuesto», lamenta Fernando, quien madura la idea del museo, aunque se plantea cómo conceptualo.
«No se trata exclusivamente de exponer los puzles para que la gente las visione, sino que para que entiendan qué están viendo». Pero Fernando no solo reivindica ese hueco, también que la palabra puzle recupere la doble ‘z’ que la Real Academia de la Lengua retiró hace «un par de años». Y es que, como asegura, «nadie puede comprar un puzle con una sola z». No hace falta más que acercarse a una tienda para observar que en todos los lugares aparece la palabra puzzle. A su hermano Alfonso, en cambio, la pieza que le falta por ensamblar es la organización en Valladolid de un campeonato del mundo. Su meta está cerca. Según avanza, el próximo año la capital del Pisuerga tendrá esa cita. Experiencia en la organización no le falta. Cada año planifica una media de diez.