LA SEMANA SANTA RURAL
Una Semana Santa atrayente
La Semana Santa de Almazán gira alrededor de dos cofradías del s. XVII, la de La Vera Cruz, fundada en 1643, y la del Santo Entierro, del año 1676, fecha en la que se aprueban las Constituciones. Por lo que se refiere al uniforme de la primera, los de la Junta de Gobierno, de traje civil, oscuro con camisa blanca, corbata negra, capa, sombrero bicornio y guantes de diferentes colores, según el puesto que ocupan en la hermandad.
Una de las peculiaridades de la Semana Santa adnamantina es que evoluciona entre una tradición donde aún conservan escenas de teatro popular de otros tiempos, y los pasos procesionales. Los pasos que organizan estos desfiles son la Oración en el Huerto, llamado popularmente la «carrasquilla», la Flagelación, el Ecce Homo o Jesús Nazareno, Jesús con la Cruz a cuestas, Jesús crucificado o el «rompebombillas», la Virgen Dolorosa o la Piedad, el Cristo yacente o Santo Sepulcro, la Cruz desnuda o Cruz de Caravaca (distintivo de la Vera Cruz), y la Virgen de la Soledad. La Semana Santa se completa con los pasos de la Entrada de Jesús en Jerusalén o la «borriquilla», y el Cristo resucitado que, con la Virgen de las Albricias o de La Buena Nueva, participan en la procesión del Encuentro el domingo de Pascua.
Los pasos desfilan a hombros de braceros, que adquieren el honor de portarlos pujando en una subasta pública días antes de la procesión. La Oración en el Huerto ya se documenta en 1710 en la iglesia de San Miguel. El Ecce Homo es una excelente talla barroca de madera policromada en la que están cuidadosamente tallados el busto y las manos. Lleva un manto de terciopelo púrpura de sublimes bordados en oro y plata. Es la imagen que concita mayor devoción en Almazán. El cuidado de su ermita corre a cargo del Ayuntamiento.
El Miércoles Santo, primer día de gran arraigo entre los vecinos, La Vera Cruz organiza una procesión para subir los pasos desde la Ermita de Jesús hasta la Iglesia del Campanario. Parten dos cortejos, uno que preside dicha cofradía y el otro, El Santo Entierro, que confluyen en la Plaza Mayor, y desde allí bajan hasta la Ermita de Jesús. Comienza entonces la procesión con los pasos de Jesús Nazareno, el Cristo Yacente dentro del sepulcro y La Soledad. A continuación se van sumando más pasos hasta completar un desfile llamativo por la variedad y potencia del arte que exponen a los admiradores. De gran impacto visual en esta procesión son los personajes que acompañan al desfile, entre los que destaca un grupo de niños calvaristas, el Ángel de la campanilla, y las denominadas «Alegorías», cofrades que representan a Moisés, a Santa Elena con su corte de alumbrantes, vestidas de negro, con teja y mantilla española. El emperador Heraclio, como responsable de haber recuperado la cruz verdadera robada por los persas, es seguido por otros niños vestidos de soldados romanos que encabezan un grupo que forman un niño en el papel del Ecce Homo, una niña que representa a la Verónica, seguidos por un penitente adulto con la cruz a cuestas, y cerrando este curioso cortejo, la Junta de la Cofradía de la Vera Cruz.
La procesión del Santo Entierro, que es la más importante de la Semana Santa Adnamantina está organizada por la Cofradía del mismo nombre. La Junta de gobierno está presidida por el estandartero, o presidente de la Hermandad. Parte de la iglesia de Campanario y baja hasta la ermita donde la banda saluda a los pasos que entran en el templo. Esta procesión fue, desde la fundación de la Cofradía, el acto devocional más importante, pero en origen se hacía después del desenclavo o descendimiento. En las ordenanzas de 1676 se advierte a los hermanos que «el Viernes santo por la tarde una hora antes que los señores del cabildo echaren la hora para el descendimiento de la Cruz, anden a la Iglesia del señor San Miguel u otra parroquia la cual acordaren el dicho miércoles de ceniza … con sus túnicas negras y capillos altos de brocau o mitan con su hacha de cuatro pábilos» y que «desde allí se vaya en forma de comunidad con su estandarte y cajas destempladas a la iglesia del Campanario a donde se hace el descendimiento». A continuación describen cómo deben hacer el recorrido «… y salgan en forma de comunidad en dos coros … con sus hachas encendidas y con su estandarte delante acompañando el cuerpo de su Divina Majestad hasta donde fuere el sepulcro». La obligación de asistir a la procesión era tan seria que, si uno no podía acudir, debía enviar otra persona con su túnica y su hacha. Para ayudar en los gastos de los Oficios del Viernes, se mandaba a dos hermanos, con túnica y cubiertos con el capillo, acompañados por dos niños con bandejas de plata a pedir limosna a la puerta de la iglesia. Debían estar en pie, respetuosamente, y en silencio absoluto. Pero, a pesar de lo mandado en las Constituciones, no debían cumplir el deber tan seriamente, porque el 3 de marzo del año 1775, en uno de los cabildos, se prohíbe la costumbre, «porque parece muy mal que andan atropellando algunos al pasar».
Para la procesión del Encuentro del Domingo de Resurrección se forman dos comitivas, con sendas cofradías. La Vera Cruz abre camino con su guión; le sigue la banda acompañando a la Virgen de las Albricias. La del Santo Entierro lleva la imagen de Cristo resucitado. Se encuentran en la Plaza Mayor, se saludan las cruces con un golpe metálico seco, y los dos pasos con una reverencia. A continuación, los cofrades quitan el manto negro a la Virgen, descubriendo uno alegre y colorista, y así caminan ambas comitivas juntas para asistir a la misa. Se ha perdido el acompañamiento que llevaba la Vera Cruz de soldados romanos, que huían despavoridos por las calles adyacentes en el momento que se producía el Encuentro. Yo creo que ésta era una escena muy importante porque era un resto más de los autos sacramentales que quedaron como fragmentos de un teatro popular muy común y frecuente en las manifestaciones religiosas semanasanteras.
La Semana Santa de Almazán tiene otros valores que la hacen compleja y completa al mismo tiempo. Hay una implicación devocional, me comenta José Ángel Márquez Muñoz mi informante principal, que no distingue de edades ni de procedencias. En el cortejo desfilan niños y ancianos, nativos y forasteros. Los inmigrantes también han encontrado una acogida excepcional que les permite revivir sus raíces en el marco de esta ciudad soriana. Ellos dicen que pueden vivir la misma fe, expresada con ritos y tradiciones diferentes.
La Semana Santa adnamantina destaca también por la lograda combinación de música y silencio, de sonido de metales y tambores, de matracas y carracas. Música de las bandas cofradieras y de la banda municipal. Sordo rumor de matracas que inundan las calles el Viernes Santo para anunciar los Oficios. O el toque con atabal destemplado, por el casco antiguo, con el que se convoca a los hermanos de la Vera Cruz. Pero el momento más espectacular sucede en la noche del Jueves al Viernes Santo cuando se realiza la «rompida» de la hora. El decorado arquitectónico de palacios y casonas que asisten a los recorridos procesionales ponen una nota de insustituible particularidad que refuerza la expresividad de los Pasos y Misterios, pero, sobre todo, sirven de caja de resonancia a los ecos de las bandas municipales interpretando marchas fúnebres que, entre el dédalo del casco urbano, acrecientan y ponen una nota de misterio de oración y recuerdos en los adnamantinos y enamoran a los visitantes.
El mundo semanasantero de Almazán cada vez cala más hondo, y su influencia llena otros tiempos y espacios más allá de la semana grande. Desde hace un par de años se han consolidado eventos culturales como exposiciones, conferencias, concursos de bandas de música y un concurso de Repostería Tradicional de la Semana Santa que organiza la cofradía del Santo Entierro. Todo este enriquecimiento está colaborando en la apreciación de una Semana Santa que por sus peculiaridades debería ser considerada seriamente como candidata a la declaración de Bien de Interés Cultural.