ENTREVISTA
El Gran Wyoming: "La derecha grita 'viva España!' como si insultara"
El satírico presentador pasa revista a la evolución del país en los últimos 40 años
Los antagonistas del Gran Wyoming –que los tiene a patadas y muy acérrimos– le reprochan la mordacidad con que suele despacharse en 'El Intermedio' (La Sexta) contra la derecha, ignorando que lo que José Miguel Monzón (Madrid, 1955) suelta por su boca en el programa no es creación suya, sino de los guionistas. Si a él le dejaran decir lo que piensa, esos antagonistas le odiarían aún con mucha más fuerza.
Con motivo del lanzamiento de su último libro, 'La furia y los colores' (Planeta), donde rememora sus años de juventud en plena transición, el presentador se ha animado a reflexionar sobre la evolución que ha experimentado el país desde los años en los que él se paseaba con patillas de bandolero y pantalones de campana.
–¿Vivimos tiempos mejores o peores?
–Vivimos tiempos menos ricos, en contra de lo que pueda parecer, pero todo está atenuado por el decorado. Antes, la gente no accedía a las cosas porque eran muy caras. Ahora todo es muy barato. ¡Una tele de plasma vale 100 euros! Nos han montado un bonito decorado lleno de cosas a bajo precio para que rebajemos las exigencias, pero en el camino hemos convertido la libertad en un préstamo.
–¿La libertad? ¿Es lo que añora cuando echa la mirada atrás?
–Lo que contaba Orwell en '1984' ya está ocurriendo y no nos damos cuenta. Hoy es posible saber, minuto a minuto, dónde has estado, lo que has hecho, lo que has comprado, el porno que te has tragado… Eso es el control exhaustivo del individuo uno por uno, no como colectivo. Significa que eres libre mientras no llegue alguien y te diga: "Mira, chaval, tengo tus datos y te voy a meter un puro". Si mañana hay un golpe de estado y se instaurara una dictadura como la de '1984', todos estaremos ya fichados. Hace 40 años doblabas la esquina y desaparecías. Hoy, la libertad de ser lo que quieras, como quieras y donde quieras, se ha acabado.
–Pero no vemos a las masas manifestándose en las calles por esto.
–Un amigo me decía el otro día que a él no le parece mal ese control si sirve para evitar atentados. Claro, ¿pero y si un día hay una involución política y, por ejemplo, se empieza a perseguir a los que van a misa? ¿A que ya no nos parece tan buena idea? La gente piensa que nunca va estar del lado del perseguido, pero nadie garantiza que eso vaya a ser así siempre. Vivimos tiempos de regresión, la libertad ha dejado de tener valor. Antes teníamos menos cosas, pero la gente usaba la libertad al 100%.
–¿Cuándo se jodió el Perú, por usar la famosa expresión de Vargas Llosa?
–Cada país ha seguido su propio proceso. En España, hay un momento clave, cuando el PSOE gana las elecciones en 1982 con una mayoría absoluta que le habría permitido hacer los cambios que no hizo, aparte de sacar de las cunetas a los muertos. Optó por dejar correr y el franquismo se incorporó a la democracia sin solución de continuidad. Al permitir que la Justicia, el Ejército y la Policía siguieran en manos de los mismos de antes, las posibilidades de cambio desaparecieron.
–Entonces, ¿la Transición fue un trampantojo?
–Supuso una apertura, porque legalizó a gente que antes era ilegal, pero a la vez legitimó la dictadura. Fraga fue ponente de la Constitución. ¿Alguien se imagina a los nazis redactando la Constitución de la Alemania Federal? Aquí se hizo una cosa que llamaron 'reconciliación', pero que no fue tal. En España nunca ha habido reconciliación. Aquí, si intentas contar lo que ocurrió, te dicen que quieres ganar la guerra 70 años después de perderla. Este sigue siendo un país de vencedores y vencidos. Hombre, nos ha gobernado un partido que sigue sin condenar el golpe de Estado del 36, con eso se dice todo.
–Hace 10 años, con motivo de otra entrevista, usted declaró en estas páginas que veía a la derecha española “muy subidita”. ¿Cómo la ve ahora?
–Una vez me llevaron a una reunión con corresponsales extranjeros y me preguntaron por qué en España no había un partido de ultraderecha como en el resto de Europa, y yo contesté que la ultraderecha ya estaba en el poder. Por entonces gobernaba el PP y aquellos periodistas se rieron de mí pensando que estaba de coña, pero el tiempo me ha dado la razón. Vox es una escisión del Partido Popular, Abascal lleva en el PP toda su vida, no ha saltado en paracaídas sobre la vida política española.
–En las últimas elecciones le han votado 3,6 millones de españoles. ¿Qué le parece?
–Este país ha estado 40 años conviviendo con un falso mito, consistente en creer que el día que Franco estiró la pata, con él se murieron los millones de franquistas que había en España, que no eran pocos. Solo había que ver las colas de afectos al régimen que había en su entierro. Ese franquismo sociológico quedó integrado en el PP y lo de Vox no ha sido más que su salida del armario.
–¿No encuentra diferencias?
–En las formas, no en el fondo. Vox pide derogar la Ley de la Memoria Histórica. Rajoy no lo hizo, pero se jactaba de haberla dejado sin presupuesto. ¿Cuál es la diferencia? Ahora resulta que ser facha mola, pero nadie se vuelve facha de la noche a la mañana. Los que lo son, ya lo eran antes, solo que ahora han visto que no tienen que ocultarlo, y se han dicho: "¡Qué cojones, si yo soy fascista, lo he sido toda la vida y nunca me he atrevido a decirlo, este es mi momento!". Pero ese facha ya estaba ahí, no ha caído del cielo.
–A resultas del éxito de Vox, el nacionalismo español ha empezado a sacar pecho. ¿Le ha sorprendido?
–La verdad es que sí. Esta vuelta a la españolidad de las banderas, los estandartes, el Cid Campeador y toda esta sarta de soplapolleces que van diciendo no me la esperaba, pensaba que esa España había sido desterrada. Porque una cosa es ser de derechas y otra, ser tan capullo como para reivindicar lo que reivindican, que no se sabe muy bien lo que es. ¿El imperio en el que no se ponía el sol? Es patético y siniestro.
–¿Le afecta en lo personal?
–Ir por la calle y que alguien baje la ventanilla del coche y me grite '¡viva España!', me retrotrae a una época que creía olvidada. Pero, además, es que lo dicen como si dijeran "hijo de puta". La derecha grita "¡viva España!" como si insultara. No lo dicen para ensalzar al país, sino con ánimo de ofender. Es igual que cuando me llaman "rojo".
–¿Se lo dicen por la calle?
–No es la norma, pero a veces me ocurre. En ocasiones me dan ganas de contestarles: "Oiga usted, ¿y por qué no voy a poder ser rojo o lo que me salga de los cojones?". Suponiendo que lo fuera, que tampoco es que yo me considere especialmente rojo.
–¿No lo es?
–Lo que pasa es que la sociedad se ha escorado a la derecha de manera brutal. Antes, para ser rojo tenías que ser marxista. Ahora, con no ser racista, ya eres un rojo. Y en esa lógica, unos son estrategas, como los del PP, y los otros son unos frentistas que se dedican a llamar feminazis a las feministas y a denunciar que viven bajo la dictadura progre. Que ya me gustaría a mí saber qué es eso. La dictadura progre consiste en que la gente va a misa cuando le da la gana. ¿Les parece mal?
–Hay debate sobre cómo se debe tratar a la ultraderecha. ¿Cuál es su postura?
–Hablar con ellos es imposible porque no son racionales. Con el facherío de este país, lo único que se puede hacer es evitar ser como ellos y, por supuesto, no decir que no pasa nada. Claro que pasa. A la ultraderecha no se la puede normalizar.
–¿Le preocupa el panorama político?
–Me preocupa que esos postulados ultras hayan contaminado a toda la derecha. Lo estamos viendo. Se plantea un Gobierno de PSOE y Podemos y desde el minuto uno lo intentan boicotear diciendo que es ilegítimo. Los argumentos dan igual, para esta derecha, un Gobierno progresista siempre va a ser ilegítimo. Y van a intentar truncarlo en cuanto eche a andar.
–¿Se anima a hacer una prospección de futuro?
–El futuro es imprevisible, la historia se mueve por ciclos, pero hay algo que nunca falla: todo depende de la gente. Si los ciudadanos compran los presupuestos de la esa gente, iremos mal. Si se ponen las pilas y les plantan cara, habrá salida. La gente decide. Lo que nunca podré concebir es que haya obreros que votan a la derecha. Ese grado de masoquismo no entra en mis cabales.