Aquell que diu
ESTE GOBIERNO, las personas que lo forman, habida cuenta que su Presidente hizo de la mentira virtud, –las hemerotecas y la memoria están ahí–, pues siguen a su amado líder y no hay día que no nos sorprendan con el devenir de que los ciudadanos traguemos el sapo de la invención contraria a lo dicho, o sea, el fin justifica los medios y el arte del mal gobierno en un claro ejemplo de pandemia que raya la psicopatía. Y no se admite ni la duda en esta democracia virtual de degradación de la verdad que no aguantaría ni un día en los países vecinos, en la UE. Y tanto exabrupto dialéctico nos produce desazón aún sabiendo «que no hay tan diestra mentira que no se venga a saber», como F. Lope de Vega sentenció.
Pero da igual, las tragaderas son anchas. ¿Escribiría don A. Machado, hoy, lo de «¿Tu verdad?. / No, la verdad. / Y ven conmigo a buscarla, / la tuya guárdatela»?.
No hay límites en los excesos verbales de estos hooligans del Poder y más, en los mamandurrias que viven de él, con declaraciones tan vergonzosas como penosas, «amarga es la pena que nace de la vergüenza», apostilló Séneca. Suenan a chiste del añorado Eugenio… «aquell que diu» un dirigente progresista que no había que comer huevos porque el gallo violaba a las gallinas; o «aquell que diu», el podemita García Torres, Director de Bienestar de Protección Animal que «robamos la leche a las vacas» entresacando lo del estrés que supone el ordeñarlas cuando, los que somos de campo sabemos que, si no se les ordeña, enferman; una ministra «diu», la Celaá, que en su gresca política aturrulla al neófito ciudadano, a los padres con el posible estatalismo liberticida del adoctrinamiento de los peques de forma que aquello del «conocimiento nos hará libres» se pasa a «mi ideología te hará libre». El informe PISA dice que de cada 10 alumnos españoles de 15 años, 9 no distinguen un hecho de una opinión.
Cháchara ideológica partidista para los «hunos» y los «hotros», «las hunas» y las «hotras» que distorsionan la lengua de Cervantes por machista, con lagunas culturales que chirrían por su nula calidad semántica que acaba en disparates para consumo de incultos aborregados con menos cultura que el cuesco de una aceituna rellena. «¡Oh tempora! ¡Oh mores!» que diría Cicerón en su primera catilinaria.