Tres luces rojas
LA ERA ALTA DESDE MIAMI
Duele ver al país que te acoge sumido en una enorme crisis social. Es mi crisis, que lo empaña todo, desde las relaciones personales hasta el día a día en el trabajo. La incertidumbre y la parálisis sobrevenida provocadas por la ausencia, tres días después, de unos resultados oficiales en las elecciones presidenciales están haciendo estragos. Todo parece haberse detenido. Más que nunca antes, vivimos pendientes de la televisión, de los avances del escrutinio en Pensilvania, Georgia, Nevada o Arizona. El tiempo se hace eterno. Tendrá que llegar un momento, y debería ser muy pronto, en el que los gobernantes de este enorme país se planteen un cambio en su ley electoral y en la manera de hacer el recuento de votos.
Habrá que romper con viejas tradiciones, pero es necesario. El espectáculo ante sus ciudadanos y los de todo el mundo causa un daño irreparable a la imagen del país, más propia de un estado bananero que de la nación más poderosa de la tierra, referencia en los avances científicos y tecnológicos y capaz de mandar hombres al espacio, pero incapaz de hacer un recuento de votos en un tiempo razonable. Esta luz roja en el sistema tendría que provocar la reacción de los que mandan. Como también lo debería hacer que, independientemente de quien sea proclamado finalmente presidente, setenta millones de personas hayan podido votar por un candidato que, como presidente, ha destrozado en sus cuatro años de gobierno la convivencia social en los Estados Unidos, con una polarización jamás vista hasta ahora. La cuestión no es, en mi opinión, elegir entre republicanos o demócratas, partidos ambos que han hecho muchas cosas buenas por este país, sino elegir o no que el populismo ocupe la presidencia.
Y ahí está el problema, el apoyo masivo y ciego a esta opción. Da igual lo que haga o diga el líder, sus seguidores siempre estarán ahí para creerle, desde que un expresidente del país curtido durante decenas de años en Washington DC es un peligroso comunista hasta que los burros vuelan. Puro fundamentalismo y una gran luz roja que no deberíamos desdeñar. No sabemos lo que nos deparará el futuro. Ni siquiera está claro cuándo sabremos quién es oficialmente el presidente. Pero da miedo asistir al espectáculo de uno de los candidatos, el presidente, que pone en solfa el sistema electoral y lo tilda de corrupto mientras siembra unas dudas que él debería ser el primero en combatir. Mentiras y más mentiras. Ya ha empezado una batalla legal que amenaza con complicar mucho las cosas; y sin olvidar que muchos de sus fervientes seguidores no dudarán en salir a la calle para presionar si el líder se lo pide. Una tercera luz roja esta que provoca escalofríos. Duele, duele mucho ver sufrir así a un país que quieres.