Los anormales
Juana Largo carga contra la interpretación del concepto de 'normalidad' que estigmatiza a parte de la sociedad
Es frecuente que, en estas colectividades nuestras, incluso en las colectividades nuestras en las cuales se puede vivir o trabajar en un séptimo piso y darse cuenta uno o una de que, con respecto a la ciudad, la altura es prominente y que merece un respeto, una consideración, esa altura dado que, si está tan alta, incluso puede ser un vigésimo piso, es porque es digna de las alturas de los hombres y mujeres que están casi en el cielo, mientras los demás humanos están abajo, en el infierno, soportando todas las calamidades, pues es frecuente que, los primeros, lleguen a un complejo de la altura que les dice, en su triste conciencia, que son positivos y que lo de abajo es inferior en la escala de la vida humana y natural… Porque estos personajes que así piensan, no bajan para observar la calle; se quedan en sus ventanas aéreas y dictaminan desde ellas, por supuesto, las grandes resoluciones que tienen que afectar a los de abajo…
Y los de abajo, siempre abajo, pues eso, que son bajitos y que no puede acceder a los altos ventanales para dilucidar nada, pues ya está dicho todo desde la gran altura. Sus vidas, sus fechas preferidas, sus costumbres que ellos necesitan seguir porque, si no, fallan en el camino instaurado por las instituciones…, o sea, la clase de los de a pie, sabe que todo ello contribuye a que el bajito de la calle no se entere de nada de lo que es ni su misma vida y quizás solo sabe que tiene que vivir, como pueda, y controlado por las altas torres de Babilonia…
Luego resulta que los altos prebostes se las dan…, se las dan de algo y llegan a cometer desafuero cuando hablan mal de los que están abajo, en la acera, y que son, para los grandes, cuando menos detestables e irritantes… Ah, qué bien se está alzado del légamo en el que la gente sufre y es considerada, por los gerifaltes, como anormal. Sí, el mando puede todo, llegar incluso con ese Caballo de Troya y meterse en la vida con carencias y sin duda anormal que los altos consideran…
Los seres anormales son los seres que la supuesta norma no admite en sus terrenos, no les da permiso para entrar, los consideran fuera del campo de juego en el que ellos, los supuestos altos, hacen su vida… ¡y que no molesten!... Y esto parece una historia de una película de ficción, y resulta que, luego, no es tanta ficción, pues, en nuestra vida cotidiana –como, por ejemplo, algunas imágenes de televisión sobre la realidad en cómo trataban a algún niño durante el confinamiento del 2020, en algún patio de vecinos o en algún balcón- vemos que otros individuos u otras individuas, tratan mal, aunque sea oralmente, a los desvalidos, muchos de ellos niños, o, mejor dicho, tratan no a los “desvalidos” sino a los que consideran débiles porque en el organigrama de su cabeza no entra ese aspecto de eso que entienden ellos por “fealdad” o por “anormalidad”… Cuando estos sujetos censores, que, encima, se creen que tienen la mayor razón del mundo no comprenden un mundo que no deja de ser normal porque todos tenemos la normalidad en la vida, aunque no lo parezcamos. Todos somos normales.
Cuando la norma no se sabe dónde está, cuando cambian las tortillas sociales, entonces nos damos cuenta de que se está dando un cambio de reglas o de normas y muchas veces las hemos hecho casi todos y luego, instauradas en nuestras colectividades, las dejamos porque nos parecen bien. El concepto de normalidad o anormalidad no existe, cualquier cosa o situación social puede cambiar de normalidad, y por ello, por ejemplo, se consideraba antaño que hasta las diez de la noche había que estar en la casa familiar, y ahora resulta que a las doce de la noche se puede salir de juerga hasta las dos de la tarde del día siguiente… Pero esto lo consideramos normal, y podemos llegar a un punto de normalidad en que cada sujeto se tome su propia normalidad como regla para tratar a los demás. No es extraño, vista la atomización que se da ahora en las colectividades….
Porque tampoco podemos caer en ese concepto de llamar anormalidad a ciertos supuestos defectos de algunas personas, como si fueran monos de feria y no fueran normales, tampoco se puede hacer eso. No se puede decir: Aquí estamos los normales y en el otro lado de la raya están los anormales. Eso, por ejemplo, en política es garrafal de malo. Lo malo también es que la gente que lo diga, que se lo crea, como si realmente pudiera haber normales y anormales en la vida.
De todos modos, si las convenciones de nuestras colectividades, que no sociedades, pueden llegar a establecer un panorama en el que se presente una supuesta anormalidad… Entonces nosotras y nosotros podemos caer en tomarnos la broma con filosofía: podemos decir: Bien, hay anormales, incluso todos podemos ser anormales, pero que, si somos normales, decimos, que los anormales se acerquen a nosotros y… ¡bendita anormalidad!... pues la “anormalidad”, por mucho que les pese a los férreos y asentados en la norma moral de una supuesta normalidad, la anormalidad es una bendición del Señor y más aún, debemos mantenerla a nuestro lado y cultivarla pues no deja de ser patrimonio de la Humanidad…
¡Vivan los anormales con su riqueza de cariño!...