Heraldo-Diario de Soria

Los solípedos eligen adoquines

El autor, Alberto Ridruejo, critica la colocación de adoquines en la capital soriana, y se muestra más partidario de otros elementos que considera podrían ser «más compasivos y amables». «Es el pavimento preferido de los mulos»

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«El adoquín es progreso y pacificación». Esto mismo o algo similar pregonaría la Mula Francis a los cuatro vientos si pudiera. Igual que haría Platero y lo que opinarían Rocinante, Bucéfalo o Babieca entre otros célebres cuadrúpedos.

Con adoquines en el suelo las herraduras no resbalan y sus partidarios pueden compartir la calle con ventaja frente a las personas normales y a los vehículos de todo tipo.

El adoquín es el pavimento preferido de los mulos, de los caballos, de los asnos y de todas las caballerías en general, se trate de animales de tracción, de carga o de paseo.

Si los solípedos pudieran votar en lugar de rebuznar, todos ellos, sin excepción, elegirían y hasta aclamarían a los alcaldes, concejales y empleados municipales que «pacifican» las ciudades mediante el adoquín. Son los únicos que sobre este asunto les jalearían reconociéndoles como «almas gemelas» altamente compasivas.

El adoquín se ha convertido en signo de progreso y de distinción en estos tiempos de postureo. Su diseño simple y compacto es un sólido elemento sobre el que construir calzadas y carreras políticas, que genera empleo en las zapaterías y crea riqueza sobre todo en las fábricas de amortiguadores y en los talleres mecánicos. Seguro que tiene su efecto en el incremento de las ventas de audífonos y de las consultas de otorrinolaringología.

Además es polivalente porque, aparte de su funcionalidad constructiva, puede convertirse en un eficaz y contundente proyectil arrojadizo y constituye la base material indispensable para erigir las barricadas y los parapetos que tanto éxito han tenido a lo largo de la Historia en el mítico cancionero popular de la izquierda radical.

De manera que elegir adoquines para pacificar ciudades que no están en guerra, además de incoherente y absurdo es anacrónico, porque con ello se trata de hacer una «burrada» (ya que solo beneficiaría a los burros) cuando ya no hay caballerías por las ciudades, al menos en esta.

Los adoquines son un pavimento molesto, insalubre, nocivo y peligroso para el oído y la estabilidad o el equilibrio de las personas, las que deambulan sobre ellos y las que los soportan en sus proximidades.

Si su implantación se usa, como se pretende, para convertir las calles en espacios promiscuos donde transiten a la vez los peatones, los carros de bebé, los patines eléctricos, las bicicletas, los animales, los carricoches de diverso pelaje, las furgonetas, los automóviles, las sillas de ruedas de discapacitados, el camión de la basura, el de los bomberos, los coches de la Policía, los sanitarios, las manifestaciones, etc, etc, todos potencialmente a la vez y en el mismo punto de confluencia, sin aceras, sin prioridades, sin las segregaciones más elementales, la ciudad retornará efectivamente a esas edades pretéritas, medievales o anteriores, de las que proviene este material tan «progresista» y el peligro de lesiones y de accidentes estará garantizado.

Lejos de pacificar lo que se conseguirá será precisamente lo contrario: irritar y provocar el conflicto y la confrontación entre los usuarios, o sea, la guerra, donde es fácil concluir que la única ley efectiva será la de la selva o la del más fuerte. Menudo sarcasmo para tratarse de una zona que el papanatismo se empeña en denominar «pacificada».

Conozco tanta gente que abomina de los malditos adoquines, solo aptos y útiles como ya he dicho para solípedos, que considero de todo punto oportuno, por no decir imprescindible, que antes de profundizar y ampliar más aún en la «pacificación» de más calles de Soria que ya padecen los adoquines, se nos consulte directamente a los ciudadanos de esta ciudad si aprobamos su implantación o renegamos de ellos. La Ley 7/1985 de 2 de abril, de Bases del Régimen Local, artículo 71, permite hacer una consulta popular al respecto.

Debo puntualizar, a fin de evitar posibles descalificaciones malvadas, que sí. Es cierto. Vivo en una de las calles amenazadas por el alcalde de Soria con implantar adoquines. Pero también digo que estoy harto de que mi coche corra el peligro de reventar los amortiguadores en las calles donde no vivo pero por las que sí transito y que hace tiempo sufren sus efectos.

También estoy harto de tropezar con ellos, o de sentirme inseguro, cuando voy andando por calles adoquinadas que con frecuencia procuro evitar.

Así que no me engañen más. Que esto de los adoquines ni es progreso ni pacificación. Es promiscuidad y atraso.

Tampoco se trata de resiliencia, ni de recuperación de nada que se hubiera perdido, ni de restauración de nada lesionado por la pandemia del Covid 19 o por la guerra de Ucrania ni por el cambio climático, ni de ninguna historia por el estilo con la que se pretenda disfrazar. Esto, considerando la fecha del anuncio y el calendario político-electoral que se avecina, tiene toda la pinta de ser una apuesta impregnada de electoralismo y demagogia, porque, como ya he dicho varias veces, si en realidad sembrar todo de adoquines solo podría beneficiar a los solípedos y de estos ya no quedan en el casco urbano, ¿para qué gastar una fortuna en fastidiar a las personas?

Ni un cambio de materiales, una sustitución de los adoquines por otros elementos más compasivos y amables, serviría a estas alturas del calendario político-electoral para despejar mi suspicacia, que es también la de muchos de los que abominamos de los adoquines y por lo tanto de la manipulación y del oportunismo rampantes.

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