Poemas del agua en los caños de la fuente
Al colaboracionista francés Louis Ferdinand Céline le incordiaba un poquito eso de reeditar de vez en cuando su “Viaje al fin de la noche” (1932), pero como era vanidoso, le encantaba ser una “celebrity” en su país y se ponía manos a la obra a hacer un prologuillo, y decía: “¿Otra vez el Viaje?”, vamos, como si le fastidiara, pero no era así. Pues bien, este regreso que, algunas lectoras y algunos lectores hacemos a los poemas de Jose Mari, de José María Martínez Laseca, con su libro póstumo: “Sementera”, nos parece recomendable como una especie de viaje, también al fin de la noche, pero ahora como, en nuestra memoria, resurrección de su obra lírica.
Es grato siempre para los sorianos, los cuales somos casi todos provenientes del medio rural, el hecho de volver o tornar a los pueblos en los que tenemos nuestros orígenes para no perder, como parafraseando al mismo poeta que nos ocupa, la identidad. Era muy celoso el poeta nuestro de la identidad y de la memoria. Perder la memoria es de lo peor que nos puede pasar, porque olvidamos y, mientras recordamos, la persona o las personas, idas, están vivas, al menos en nosotros.
En nuestros procelosos tiempos, que diría Cela, en los cuales se lee poca poesía –según regiones mentales y artísticas y aun morales- y se dedica el personal, al menos ahora el españolito medio a otros afanes más de IA (“inteligencia artificial” y todo eso), ahora que nos quieren los gobiernos y los mercados hacer que seamos robots, pues precisamente ahora, cuando ya casi somos ciborgs o máquinas computadoras andantes, resulta que es cuando más puede interesar, aunque no sea la moda, la poesía. Suena a chino fuera de China, esto de la poesía en nuestros tiempos, pero eso no impide que tenga valor el chino como cultura.
Se han dado casos en casi toda la geografía mundial, que sepamos, de poetas paradigmáticos en relación a las diversas poblaciones o territorios, así por ejemplo, en Zamora tenemos a León Felipe, en la Gran Bretaña a Byron, en Noruega ahora a Jon Fosse, en México a Octavio Paz, etc…, y los poetas que llamamos paradigmáticos lo pueden ser por el hecho de que los pueblos necesitan eso, un paradigma o ley general, que les haga sostenerse en su identidad o en su memoria. En Soria hemos tenido sobre todo a Machado, pero tampoco conviene descontar con poetas lugareños que, en su emotividad y en sus construcciones poéticas, no desmerecen de comunicación cuando menos de sentimientos. Para José María era de una gran importancia eso de lo afectivo, quería que lo quisieran, quería el afecto, quería el amor, este era un motivo de sus poemas. Y así nos metía en su eterno viaje a su pueblo de Almajano.
Recordamos una expresión de Pío Baroja en uno de sus libros más vascos, cuando nos habla de que un personaje se consideraba “un humilde poeta de pueblo” y lo tenía en gala. No se está diciendo aquí que haya que hacer ahora una campaña publicitaria del poeta de cada pueblo, pero sí recordamos que Martínez Laseca, era un humilde poeta de su pueblo, pero trascendiendo “mojones” (“Al-Majano”, el Mojón). Anduvo en sus primeros años en Fuenterrabía (Hondarribia) y se dedicó en gran medida al cultivo de la poesía, con poemas de toque naif pero llenos de emotividad y de sencillez. Luego continuó hasta nuestros días, e incluso con motivos recurrentes y con las mismas maneras de la sencillez, o del lenguaje llano, pero evocativo y sonoro. Pues parece su poesía una continua evocación de su pueblo, con sus paisajes y sus personas.
Y, lectoras y lectores seguidores, ¿es que estamos hablando de alguien extraño a nuestros conocimientos de la vida soriana, al menos en sus aspectos culturales o poéticos?... ¿Este hombre es una leyenda?... ¿Es un mito?... ¿Es Supermán?... ¿Es un poeta?… Es un poeta, como hijo del barro o de la arcilla que él tanto considera, con esa tierra que tanto nombra y en la cual nació y vivió feliz en su infancia (menos con la figura antagónica del maestro que le tocó, cuando un maestro debiera ser una persona bonancible; el caso es que a él le tocó uno que tronaba), para luego, tras un cierto desarraigo en el Norte, volver su ojos a su tierra, con sus amigos y sus seres queridos, con sus entornos, en un pueblo de agricultores sobre todo (llega a describir en un poema toda la serie de labores agrícolas de un ciclo), y que para él fue siempre el mismísimo Edén o el idilio que, por supuesto, comenzó con el primer amor. José María valoraba esto que no está muy de “mainstream” que es el amor. Lo valoraba mucho en la gran dimensión de darnos a los demás. Cierto es que recogió una tradición sobre la Pasión del Señor y de la Resurrección, donde el Cristo muere por amor a los hombres, a pesar del Judas.
En el poema titulado “Autobiografía” dice:
“No hay edén que perdure y el desgarro/ es sacrificio al dios del porvenir/ Así es como conocí al mar océano./ Desde entonces yo siempre me pregunto/ ¿Por qué hemos tenido que partir?”… Pero luego vemos, en otro poema, “Al obrerito soriano”, que dice: “Porque hay pocos obreros en Soria y hay mucho obrero soriano.”: “A ti, obrerito soriano/ a ti, dirijo mi canto.” En la cruz de caminos con la realidad soriana y social.
Sí, es muchas veces su poesía plenamente social. En “Soria nuclear” dice: “pues ya se ha dicho que Soria/ es paisaje lunar.”
Como cuando dice: “Pueblos todos de Iberia/ Hombres que habéis inventado/ vuestros primeros pasos/ sobre esta piel de toro/ ya cansada/ de todos los dolores/ que ha parido la guerra:/ No escupáis a los ojos/ de vuestra sangre idéntica.”
Lo que pasa es que el señor maestro le persiguió siempre: “Cuando íbamos a la escuela/ qué listo que era el maestro,/ nos enseñó tantas cosas,/ que hasta aprendí lo que es el miedo.” Ahora, un año después del fallecimiento de Jose Mari, este señor maestro no puede hacerle nada, por fin.