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Editorial

 

El cielo de Castilla y León: un gran aeropuerto o seguir como estamos

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Con valentía inusitada la alcaldesa de Burgos defendió la necesidad de que Castilla y León cuente con un “gran aeropuerto” que satisfaga las necesidades de todas las provincias. Y la misma valentía, pero además con sentido común, no tuvo reparos en reconocer lo que dicta el sentido común, que ese aeropuerto sólo puede tener una ubicación estratégica, dictada por la equidistancia geográfica. Es decir, en el centro, a una hora de cualquier provincia, excepto Soria, todavía alejada por la incapacidad política para culminar la Autovía del Duero después de más de 20 años de obras. Eso es lo que dice la lógica y el sentido común si queremos tener un aeropuerto competitivo en vuelos y precios. Porque además estaría a una hora de Madrid, lo que podría impulsar que Castilla y León dispusiera de una potente terminal internacional. No es ninguna entelequia. Ocurre en Londres. La otra opción es continuar con las cuitas provinciales y tener cuatro terminales sin aviones ni vuelos, más allá de cuando administraciones como la Diputación de León abre la caja de caudales y riega con dinero a compañías aéreas para que pongan aviones a demanda para que la gente se ahorre unos euros para irse a la playa. Esa es la estrategia de la Diputación de León, que ayer se destapó con la sorprendente ocurrencia de convertir el aeródromo de la Virgen del Camino, donde Zapatero enterró 70 millones de euros, en terminal de mercancías. Así lo soltó su presidente, Gerardo Álvarez Courel, él que es un experto en tráfico aéreo y ha debido asumir las competencia de Aena. Así están las cosas en Castilla y León, ahora que se acerca el 23 de abril, festividad que sirve más para resucitar las disputas que para la celebración. Ahora Courel tendrá que explicarle a sus socios de la UPL, que son los que le sostienen, que el aeropuerto de León tiene que ser para bultos, no para personas, a decir de su compañero de gobierno provincial.

Es legítimo que Salamanca, Valladolid, Burgos y León quieran mantener sus aeródromos en un país pequeño con la red ferroviaria de Alta Velocidad más extensa de Europa y en constante expansión. Ahora sólo les falta convencer a las compañías aéreas que pongan aviones, vuelos y destinos en un mercado libre. A ser posible que lo hagan con prontitud y pongan horizonte porque los ciudadanos empiezan a estar más que hartos de que la desidia política siga parasitando las instituciones al amparo de unas supuestas identidades y un aburrido victimismo que ni trae vuelos ni deja pasajeros en cuatro ruinosos aeropuertos cuyo mantenimiento nos cuesta una billetada, para entretenimiento de los mediocres que parasitan en la política.