EL RUBICÓN
Los sentimientos no se imponen
Se fue Villalar y se fue el 23 de abril. Y de no haber sido por este nuevo invento de la Junta de querer imponer la fiesta de la Comunidad a todas las provincias habría vuelto a pasar sin pena ni gloria. Los políticos de uno y otro color de la Comunidad se habrían paseado por la localidad vallisoletana para soltar sus discursos, soflamas y realizar sus ofrendas florales y, el resto, pues un día de campo para los castellanos y leoneses.
Pero hete aquí que a alguno en la Junta de Castilla y León, vaya usted a saber si no sería por el exceso de tiempo libre, le dio por pensar y dijo: oye, ¿y por qué no montamos un tinglado festivo en cada provincia? Y lo montaron, con escenarios y estaribeles varios para el goce y el disfrute de sorianos, leoneses, bercianos, burgaleses, salmantinos, palentinos, abulenses, segovianos y zamoranos, que los de Valladolid ya tenían la campa de Villalar y la jornada de puertas abiertas para ver el mausoleo de esas Cortes de Castilla y León donde se lo llevan crudo esos políticos que elegían para que les representaran y sólo se representan a sí mismos. Bueno, eso y otro estaribel de juegos autóctonos. Sólo una pregunta a las cabezas pensantes de las Cortes, otros lumbreras, ¿cuánto de autóctono es el deporte de cortar troncos en Castilla y León? Porque aizkolaris por estas tierras no es que se vean muchos. Deben de ser los efectos del ChatGPT.
Y así transcurría el 23 de abril, ese supuesto Día de la Comunidad que cada vez más se están cargando los políticos con sus actitudes, de estaribel en estaribel y sin más pena que gloria, de no ser por los energúmenos que obligaron a suspender el estaribel festivo que la Junta se montaba en León. Y es que uno puede estar de acuerdo o no con el Día de la Comunidad, sentirlo más o menos y, por supuesto, manifestarse por lo que quiera, desee y le venga en gana. Pero lo que es inadmisible es que se impida a otros ciudadanos y artistas, tan leoneses como ellos, a hacer y a celebrar el Día de la Comunidad también como les venga en gana.
Y no vale la excusa de la cabeza pensante con demasiado tiempo libre que decidía montar los estaribeles, esa ya tiene lo suyo. Miren señores de la Junta, de las Cortes, de la oposición, de los sindicatos y de toda esa pléyade que cohabita y lanza soflamas en Villalar, para hacer una fiesta tiene que existir un motivo de celebración, un sentimiento que movilice a los ciudadanos en una misma dirección, hacia un mismo lugar y en una misma idea festiva. Porque nada en la vida se puede imponer, ni siquiera las fiestas por más que nos gusten a todos. Y, desde luego, lo que no se imponen nunca son los sentimientos.