Urbanismo: «asar la manteca»
Hay quien piensa que fijar la atención en los detalles pequeños que conforman urbanísticamente las ciudades es perder el tiempo. El estado de las aceras, farolas fundidas, papeleras desbordadas de basura o rotas, jardineras sin vegetación, (o con vegetación, pero más seca que la mojama), son ahora, entre otros muchos más, asuntos de segunda categoría donde no se quiere ni perder el tiempo. Ahora se lleva fijarse más en las grandes obras y los megaproyectos subvencionados por Europa. A mí en cambio, siempre me ha gustado fijar la atención en los pequeños grandes detalles, porque son los que, de manera irrefutable, hacen más y mejor ciudad. Quizás sea porque además de llevar a Soria en el apellido la llevo en las venas, (y porque me gusta patearme la ciudad en la que he nacido y en la que vivo), por lo que no pueda evitar cada vez que salgo a la calle y veo alguna aberración, hacerme esta pregunta: ¿pero ninguno en el ayuntamiento ve este despropósito? Nadie podrá negar la guerra que le declaré al «institucionalizado» adoquín hace unos años siendo portavoz de urbanismo en la oposición. Me siento orgulloso de ello; y, además, de algo creo que sirvió –aunque jamás lo reconozcan por puro orgullo–, porque en la remodelación del entorno del Alfonso VIII y avenida de Navarra se apostó por un adoquín mucho más suave para la calzada. Alguno como decía antes –incluso de los míos–, pensaba que había temas más importantes para confrontar; vamos, que eso del adoquín estaba ya muy trillado y que no le importaba a nadie. A nadie de los que hablan contigo, pensaba yo; sin olvidar que, si ni siquiera vives en la capital, difícilmente sabrás de su día a día o de lo que opinan sus vecinos. Pero cuando pensábamos que la fiebre del adoquín ya se le había pasado a nuestro ilustrísimo señor alcalde, el otro día, ¡zas!, en toda la cara. Me refiero al cambio de las aceras en torno al parque de Santa Clara. Una zona frecuentada por personas de edad avanzada, madres con carritos de bebé, personas en silla de ruedas, o simples ciudadanos que salen a andar como el que esto escribe, y donde por gentileza del ayuntamiento se está colocado un pavimento rugoso, asimétrico e incomodísimo para estas personas que, sin lugar a duda, sufrirán –sufriremos–, un perjuicio. Hablando en serio, ¿nadie tiene dos dedos de frente para ver que este tipo de material no es el adecuado para una acera y en una zona de la ciudad con amplia población envejecida? El que lo haya elegido como óptimo, podrá tener una, dos o seis carreras. Puede que incluso un máster tipo a los que ofrecía la hoy famosa esposa del amado líder, pero desde el más absoluto respeto, le falta un hervor o unos cuantos. Menudo eufemismo llamar «mejoras del entorno» a lo que en mi barrio se llama «asar la manteca». Pero nada, unos por otros, otra vez la casa sin barrer. Quizás algunos estemos en peligro de extinción con eso de poner la lupa en lo pequeño, pero mientras podamos, no vamos a comulgar con ruedas de molino. Créanme que se empieza por no ver las cosas sencillas, y se termina por no ver más allá de las propias narices…