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Está claro, mucha regeneración, mucho venir a la política a dar lecciones, mucho venir a enseñar a los demás, a los otros, que no hay nadie como ellos y, al final, todos sin excepción están a lo que están, al puesto y a la tela. Sucedió con los morados de Podemos, sucedió con los naranjitos de Ciudadanos y sucede ahora con los verdes de VOX. Tanto que algunos, expertos ellos en estas lides de cambiar de chaqueta, no dudaron ni un segundo en olvidarse de sus pulseras, adornos y pines varios y de sus soflamas de derecha extrema para abrazarse al centrismo y quien sabe si así alcanzar la indulgencia del altísimo y mantenerse en el cargo.

No lo lograron y ahora tendrán que regresar al cubículo de donde salieron y ver cara a cara a los «comegambas» de los sindicatos. Tranquilos que el ínclito no tardará ni un segundo en echarse a sus brazos, todo sea por vivir bien y estar tranquilo en su trabajo en el CES, ese al que alguna vez creyó que nunca volvería. Es lo que tiene el sentirse por momentos por encima del bien y del mal.

Pero no es el único en estos de la derecha extrema, que aún no son conscientes del favor que le han hecho a Alfonso Fernández Mañueco marchándose con viento fresco, que sólo miran por lo suyo. También están aquellos que, incluso antes de anunciar su dimisión como vicepresidente de la Junta, ya le estaban diciendo a uno de los suyos que se quitara de ahí, que su puesto, su asiento y, lo que es más importante para el dimitido vicepresidente, su sueldo eran para él. Poco importa si lo ha hecho bien o mal a quien quiere quitar el asiento y mucho menos aún que Santiago Abascal dijera que quienes iban a dimitir eran los vicepresidentes. Para el ya ex número dos de la Junta importa lo suyo y lo que dice. Y ya ha hablado y sentenciado que él, y nadie más que él, va a ser el portavoz de VOX en las Cortes de Castilla y León. Y el que venga detrás, que arree.

Esta es la política y sus políticos. Da igual su color, rojo, azul, morado, naranja o verde, todos van a lo suyo. Y lo suyo es el puesto y la tela, el dinero. ¿Lo demás? Todo secundario. Lo suyo es el quítate tú que me pongo yo. ¿Y por qué? Porque lo dicen ellos y porque lo valen. Y luego hablan de principios, de honor y de honra. Claro que todo eso, el honor, la honra y los principios, se llevan y se mantienen mejor si al año te caen más de 101.000 euros del ala a la buchaca. Y todo por hablar un ratito cada quince días, si se tercia. Estos, como antes otros, son los que llegaron a la política mirando al resto por encima del hombro y dando lecciones de honestidad y han acabado siendo los máximos exponentes de la política del quítate tú que me pongo yo.