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El verano ha tocado a su fin. Y poco a poco nuestros pueblos se irán vaciando tras unos meses de veraneo, reencuentros, fiestas y alegría. A buen seguro muchos alcaldes y concejales llegarán a sus casas con una mezcla de tristeza y alivio. Tristeza porque sus municipios se vacían de nuevo tras demostrar por unos meses lo que un día fueron, y alivio, porque también con los veraneantes, vienen los ya famosos “tocapelotas” que aprovechan sus días de asueto para incordiar y cacarear más que otra cosa. Ellos saben a qué me refiero. Pero no solo los alcaldes sentirán alivio de que pronto el otoño llame a la puerta. Los sacerdotes de la diócesis soriana, a buen seguro también sentirán cierto consuelo de que las aguas vuelvan a su cauce. Y digo esto porque para un territorio tan grande como la provincia de Soria, y con cerca de 540 parroquias, es todo un milagro terrenal que con solo alrededor de 70 sacerdotes, todos los pueblos hayan podido celebrar sus misas y procesiones con cierta normalidad. Es verdad que muchas de esas parroquias se encuentran en zonas despobladas o casi sin fieles, pero aún con ello, y con la baja cifra de curas —algunos de ellos ya jubilados y al pie del cañón todavía—, que se hayan podido celebrar con cierta normalidad los distintos oficios religiosos es toda una proeza y labor digna de encomio y no siempre reconocida y valorada. Conozco a más de un sacerdote que este verano ha gastado neumáticos y gasolina a raudales recorriéndose sus pueblos para la atención pastoral encomendada, y que, para sus adentros, habrá añorado el poder tener el don de la bilocación como la Venerable Madre agredeña tuvo. Pero como ese don efectivamente solo lo disfrutó la conocida como “Dama Azul”, labor de nuestra diócesis será continuar el trabajo que me consta viene realizando, para buscar una solución a la falta de vocaciones, a la dispersión de las parroquias, al envejecimiento de la curia soriana, y al deseo de nuestros pueblos en querer seguir celebrando sus misas y procesiones como seña de identidad —porque España es y seguirá siendo católica—, y con el recuerdo a sus ancestros que también un día participaron en ellas. Hace unos meses, desde el Obispado de Osma—Soria ya se alertaba de esta problemática existente y de difícil solución. Y ya saltó a la palestra lo que podría ser una solución, o al menos un parche a corto plazo para el problema: las “Comunidades Parroquiales”. Pero el fondo del asunto es mucho más amplio y complejo de lo que parece. Y si nuestros pueblos quieren continuar manteniendo vivas sus tradiciones, y que al próximo verano se continúe haciendo el milagro por parte la curia soriana, labor de éstos será también ser parte del problema y de la solución, y no un mero espectador esperando al repique de campanas que anuncia la misa de doce.