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Iñigo Salinas / Soria
Soria

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Al otro lado de las mujeres por un día, de las doce cuadrillas, de los gaiteros del olmo viejo, de los solteros y casados y de las pistolas de agua con calimocho está la Policía Local. Porque cuando cerca de 30.000 personas se reúnen durante todo el día para festejar el Viernes de Toros, Soria dispone de un gran hermano que vigila los movimientos de los que disfrutan, y de los que tratan de hacer el agosto en junio que, haberlos haylos. Ese es el papel de la Policía Local. Mientras la mayoría ocupa sus pensamientos en cualquier cosa, un dispositivo especial de seguridad se ocupa de controlar que nadase salga de ese orden desorganizado que protagoniza un día como el de ayer. Para conocer los entresijos de lo que hay al otro lado de la fiesta, DIARIO DE SORIA / EL MUNDO acompañó durante todo el día a los responsables de organización de la Policía Local para conocer la realidad que se esconde tras los vasos y las charangas.

Son las diez y media de la mañana y el toro número 25 que no llegó al ruedo el Jueves La Saca continúa a sus anchas por algún lugar sin dar señales de vida. Una llamada informa de su hallazgo. Es el ganadero Evencio Ruipérez. El novillo se encuentra en Valonsadero, «entre el hotel y el río Pedrajas». Un coche de la Policía Local y otro del Ayuntamiento se dirigen al lugar para localizar y dormir al toro. Con ellos viajan el veterinario Juan Carlos de la Orden y varios miembros de la comisión de festejos. Rodeado de caballos y vacas, el novillo número 25 ha encontrado un paraíso del que tendrá que despedirse antes de lo que desearía. El veterinario lanza un dardo anestésico «fuerte» desde la ventana del copiloto, el toro se tambalea durante unos minutos y cae dormido cerca de una piedra. «La Saca ha terminado», anuncia Evencio antes de explicar que no es que se encontrase al animal, «es que lo he ido a buscar». Sus explicaciones son tan evidentes que se antojan demasiado sencillas. «El agua, chaval. Un animal necesita agua. Hasta que no la encuentren no paran». Y claro, ¿dónde va a estar un novillo descarriado si no es en una de las balsas de agua que en Valonsadero? Elemental. «Y lo hemos encontrado pronto. Hubo un año que apareció en septiembre», recuerda Evencio.

Mientras el toro duerme y a la espera del camión que lo transporte, se oye la melodía de un teléfono. Es el de José Luis Ruiz, secretario de la comisión de festejos. «Evencio, es el alcalde. Que me dice que le diga que le mandará una carta de agradecimiento», comunica Ruiz. «Mejor una cena», espeta el ganadero antes de soltar una sonora carcajada.

La Policía Local nos muestra la sede de la calle Obispo Agustín. Un compañero recibe las llamadas de ciudadanos y las del 112 a la vez que visualiza por una decena de pantallas de televisión las imágenes permanentes principales arterias de Soria. «Al que está aquí le llamamos el Hotel», explica el responsable del operativo. «Es un código», matiza después.

Cerca de las dos de la tarde, la Patrulla India (de intervención inmediata) continúa atenta a cualquier altercado que, de momento, brillan por su ausencia. De momento porque nunca se sabe lo que puede pasar. Para eso, además de los agentes con el uniforme azul identificativo, «policías de paisano» rondan las arterias para intervenir cuando sea preciso. A estos policías ni tan siquiera se les tiene en cuenta a la hora de indicar que hay 50 agentes por las calles. Más que nada porque ellos están de paisano, y como tales deben aparentar.

Diez minutos antes de las dos un vendedor ambulante despistado se cruza con un agente. Apila los sombreros en sus mano derecha y en la izquierda sostiene algunas gafas. Tiene de todo menos autorización. «Le hemos quitado los sombreros. Después haremos un acta y cuando se presente con el DNI y se le identifique se los devolveremos. Si no, no».

El reloj marca las dos de la tarde y las cuadrillas se van a comer a sus locales. Los demás a sus casas o a los restaurantes. Los hay que prefieren cortar un jamón en Herradores para degustarlo con melón. Todo vale. A esa misma hora la Policía cambia de turno. El cuartel es un hervidero de los que entran, los que salen y los que continúan. Hoy es un día especial también para los agentes. Trabajan más horas y más personas. No en vano, «tenemos que vigilar que el festejo empiece y termine en la plaza sin descontrolar el resto de la ciudad», resume el inspector. «Y así hasta el Martes a Escuela. Son los días de más trabajo del año».

Un remanso de paz se ceba con la ciudad. Nadie por los alrededores de la Plaza. Tranquilidad y sosiego... Hasta las cinco. La gente vuelve al ruedo. Son las cinco y Vitorio Giaquinta, «el jefe de la Plaza», nos espera en la puerta de toriles. La veterinaria Montse López, el representante de la agrupación taurina David Calavia y el delegado de la autoridad, Justo de Gregorio. Firman en los locales el acta de reconocimiento de las reses que se torearán dentro de una hora.

La Policía Local aguarda cerca de los burladeros hasta que la megafonía de la plaza da la orden de abandonar el ruedo a todos los espontáneos que prefieren ver el toro desde la barrera. Es entonces cuando cuatro policías se encargan de volver a cerrar la puerta de madera roja. Y así desde primera hora de la mañana hasta que el último novillo de la tarde dé por concluida una jornada más larga de lo habitual. Entre tanto, el oficial se encarga, entre otras muchas cosas, de llevar agua a los agentes que no pueden salir del recinto festivo. Porque esos pequeños detalles también son parte del conglomerado de mecanismos que rodean la seguridad.

En el ruedo los ojos del gran hermano deben permanecer especialmente abiertos. El aforo es de unas 5.000 personas, se distribuyen cerca de 12.000 entradas y entra quien quiere. El alcohol logra que más de uno se sienta torero antes de tiempo y algún despistado pasee como si tal cosa por el albero mientras sujeta con la mano izquierda el móvil y con la derecha el vaso que rebosa. Y el graderío es una caldera cada vez más caliente. No hay que bajar la guardia. Y los miembros de la Policía Local lo saben. Y es que, «aunque durante estas fiestas no suele haber grandes problemas durante el día, el peligro siempre está ahí», apunta un agente.

Son las diez de la noche y el turno vuelve a cambiar. Y con él llega la noche. Y con ella más peligros. Más alcohol, más gente. Más ojos para vigilar que nadie estropee unos sanjuanes que destacan por la seguridad. Ya sólo resta un año para que el Viernes de Toros vuelva a copar al 90% de los agentes de la Policía Local. Esas personas que están al otro lado de las mujeres por un día, de las doce cuadrillas, de los gaiteros del olmo viejo, de los solteros y casados y de las pistolas de agua con calimocho. Y todo para que el día más largo del año transcurra sin incidentes gracias a esos 90 policías locales que consiguen que Soria esté bajo control.