EL FIN DEL TERRORISMO
«Hasta que no lo vea no me lo creo, lo han dicho tantas veces...»
Once años han pasado desde aquel 16 de julio de 2000 en el que la banda terrorista ETA atentó contra el Cuartel de la Guardia Civil de Ágreda. Aquel día seis familias de otros tantos agentes de la Benemérita, incluidos niños de distintas edades, residían en el interior del recinto. Los 25 kilos de Tytadine colocados en el coche bomba estaban diseñados para salir despedidos e introducirse dentro del patio de la instalaciones provocando un brutal impacto en las viviendas. El mecanismo falló haciendo explotar la carga en el exterior del edificio y dejando herida a la esposa de uno de los agentes. Para el único agente que continúa hoy en las instalaciones la declaración del fin de la violencia hay que tomarla con cautela.
Once años después del atentado la casa cuartel de Ágreda ha cambiado completamente y las antiguas viviendas en las que residían los guardias se han reformado por completo. Además, el recinto cuenta ahora con medidas de seguridad que no estaban antes de que explotase el coche bomba. De todos los agentes que aquel día trabajaban en el pueblo tan solo uno sigue destinado en el mismo cuartel, aunque dejó de residir con su familia en el recinto después del atentado.
Su testimonio se debate entre el deseo de olvidar aquel día y los recuerdos de algo que asegura pudo ser mucho peor, «estas cosas se suelen olvidar, cuanto antes mejor». Aquel 16 de julio cayó en domingo y los agredeños disfrutaban de la familia en plena hora de la comida. No hubo llamada previa que alertase de la colocación de la bomba. «No te lo esperas», asegura el agente. Aunque también reconoce que la sensación de peligro estaba latente entre los miembros de la Guardia Civil, «era como en toda España, puede ocurrir en cualquier sitio, el de Ágreda era un objetivo más».
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