Heraldo-Diario de Soria

BELLEZAS DE OTOÑO

Ruta de los castaños majestuosos

En el entorno de Hermisende, en la Alta Sanabria (Zamora), se pueden ver a través de una ruta algunos de los castaños más longevos de la Península

La ruta de los castaños de Hermisende tiene un recorrido circular de 8 kilómetros con principio y final en el corazón del pueblo zamorano. --JOSÉ LUIS CABRERO

La ruta de los castaños de Hermisende tiene un recorrido circular de 8 kilómetros con principio y final en el corazón del pueblo zamorano. --JOSÉ LUIS CABRERO

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JOSÉ LUIS CABRERO
Soria

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Lejos de las frecuentadas playas del Lago de Sanabria, a salvo de los ruidosos turistas que llenan las calles de Puebla, ajenos a las visitadas cumbres de Peña Trevica, en el corazón de la Alta Sanabria, los monumentales castaños de Hermisende, solitarios y quejumbrosos, ven pasar los siglos en un lugar a mitad de camino entre los territorios de Zamora, Galicia y Portugal.

Dicen los más viejos del lugar que los castaños de Hermisende llevan más de mil años siendo testigos de excepción del discurrir de los tiempos en la zona. No está muy claro si quizá algunos de los ejemplares más espectaculares, siendo retoños, vieron pasar por la zona a los romanos, los responsables de la presencia de esta especie en la península.

Catedrales arbóreas, los castaños de Hermisende ofrecen al caminante la posibilidad de disfrutar de una ruta inolvidable, marcada por la majestuosa presencia de algunos de los castaños más impresionantes del país.

La ruta, circular, tiene su principio y su fin en el corazón del pueblo. Lo mejor, para disfrutar de la senda, es comenzar el paseo a las puertas de la iglesia de Hermisende, un templo levantado en el año 1774 con claras influencias de la arquitectura gallega. Un repecho pronunciado se encargará de recordar al caminante que en Sanabria nunca nada es fácil ni sencillo. Hay que seguir las señales que llevan por la carretera en dirección a La Tejera y a Portugal y que alejan al caminante del casco urbano. Unos cientos de metros más allá, pasado el centro de clasificación y selección de la castaña, la ruta ya de tierra negra tan propia de la zona, se abre a la derecha de nuestros pasos en busca del corazón del monte sanabrés. Un cartel explicativo anuncia el inicio, este sí, de la Ruta de los Castaños y los Prados de Hermisende. Por delante, cerca de ocho kilómetros de fácil recorrido, por un camino señalizado con flechas amarillas, con suaves pendientes y algún que otro curso de agua.

Al mismo pie del cartel anunciador de la ruta se destacan los primeros castaños, imponentes entre los robles, salpicando el paisaje del verde brillante de las hojas, aunque ya se empiezan a anunciar los colores del otoño. Los erizos que guardan en su interior las preciadas castañas están todavía firmes amarrados a las ramas, aunque en el suelo se aprecian los restos de cosechas anteriores. La senda se adentra poco a poco en el monte mientras el paseante se sumerge en un silencio casi opresivo. El sol desaparece entre las copas de los árboles y, sombras casi permanentes en las zonas más frondosas, hacen que el paseo sea agradable en los días de sol.

El perfil del camino es suave, fácil para el paseo. Bien señalizada con flechas amarillas, la ruta enfila dirección a Portugal y llega un momento en el que el senderista no sabe si camina por tierras gallegas, lusas o zamoranas. Apenas recorridos dos kilómetros, la senda desciende hacia el fondo del valle, por donde discurren las cristalinas aguas del arroyo Pequeño. Un pontón de cemento permite vadear la zona con comodidad. A salvo nuestras botas de empaparse con las frías aguas sanabresas, la senda asciende poco a poco en busca de otros terrenos menos agradables. Los castaños escasean por la zona, dejando paso a zonas de pradera casi siempre verdes. Desafortunadamente, el caminante se cruza por estos lares con cercanas laderas calcinadas por los incendios, tan propios de esta zona, donde las llamas han modelado el paisaje casi tanto o más que otras actividades humanas como la agricultura o la ganadería. Otro paso sobre el arroyo Pequeño nos acerca a la cuenca del río Tuela, para después enfilar en busca del pueblo de Hermisende por un camino de piedra donde el caminante todavía puede descubrir las roderas marcadas por las ruedas de los carros en la roca.

Las piernas cansadas de los senderistas enfilan hacia el conocido como ‘Camino de Bergalonga’, ya muy cerca de Hermisende, donde se encuentran los ejemplares de castaños más espectaculares de la ruta. La recompensa a tanto caminar se encuentra apenas a un par de kilómetros del final de la senda, con árboles de una imponente y sobrecogedora belleza.

La vista del caminante va de un lado a otro descubriendo ejemplares cada vez más grandes. A izquierda y derecha, monumentales castaños con troncos de varios metros de grosor dejan sin respiración al caminante. Algunos muestran formar retorcidas, troncos nudosos, copas gigantescas de un verdor casi perfecto. Hay castaños que exhiben grandes ramas desgajadas, otros tienen troncos huecos donde podrían refugiarse varias personas dadas sus grandes dimensiones, otros se muestran partidos casi a la mitad abatidos por el peso de sus grandes copas.

En otros castaños, el paso del tiempo ha dejado su huella y se muestran agotados, al límite mismo de su existencia. Ramas secas y maderas casi petrificadas evidencian el paso ya de demasiados años.

Entre las imágenes más espectaculares de este sendero que en el pueblo conocen como ‘Camino de Bergalonga’, la presencia de varios castaños que han sido pasto de las llamas y que tienen el interior de sus troncos completamente calcinados mientras en el exterior y la copa del árbol la vida sigue su cauce con un verdor sorprendente.

Salpicando el paisaje, algunas cortezas calcinadas se muestran al paso del caminante como si de una exposición de esculturas se tratara recordando que el fuego sigue amenazando la zona todos los veranos.

Merece la pena curiosear más allá del camino marcado. A pocos metros de la senda, a derecha e izquierda, el caminante se puede encontrar con gratas sorpresas en forma de castaños inabarcables sumidos en la sombra, amparados por zarzamoras y escaramujos, que escapan a la vista si solo se mira hacia adelante.

Dejando atrás los castaños más espectaculares, la senda enfila de nuevo hacia Hermisende, entre una vegetación todavía frondosa. Cuando aparecen las primeras casas, la torre de la iglesia de Santa María de Hermisende guía al caminante hacia el fin de una ruta que en total tiene unos ocho kilómetros y que se puede realizar, si las condiciones meteorológicas son óptimas, en poco más de tres horas.

La monumentalidad de los castaños, sobre todo los que se encuentran en el tramo final de la ruta si se opta por comenzar por el lado situado junto a la carretera de La Tejera, aconseja disponer en la jornada de más tiempo de tal modo que el caminante tenga tiempo de sobra para poder disfrutar de cada uno de los castaños más espectaculares. Merece la pena tener tiempo de sobra para poder tocar, abrazar y palpar los ejemplares más añejos, los que cuentan con los troncos más gruesos y retorcidos.

Como senda que transcurre por tierras sanabresas, donde el clima se hace excepcionalmente duro en tiempos de invierno, los mejores momentos para hacer esta ruta son lógicamente los meses del otoño, momento en el que además los castaños tornan el color de sus hojas mientras erizos y castañas alfombran el suelo, a punto ya de ser recogidos para formar parte de una nueva cosecha, no en vano Hermisende es uno de los municipios zamoranos donde mayor producción de castaña existe. Ropa de abrigo y buen calzado, de todas formas, son imprescindibles en una ruta apta para casi cualquier condición física.

Es recomendable no abandonar la zona sin recorrer algunas de las calles más pintorescas del pueblo. Hermisende conserva magníficos ejemplos de la arquitectura tradicional sanabresa, con casas de piedra, que tienen una curiosa entrada elevada, y balconadas de madera características. El influjo gallego y portugués se deja notar también en el pueblo, algo que se aprecia nada más hablar con los vecinos de la zona, que emplean un vocabulario en el que se mezclan giros y términos de las tres lenguas.

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