QUINTA ESQUINA
José María Arroyo: «El cine nos hace ser otros cuando nos cansamos de ser nosotros»
Miembro del Cineclub Uned, que cumple 25 años. Ve películas para repensar y no sólo, unas 150 al año en pantalla grande. Un «rarito» que pone otro nombre a las descargas y que anima a ir al cine.
Pregunta.– «Más cine por favor». ¿Para qué?
R.– Porque el cine es una herramienta extraordinaria. Nos hace ser otras personas cuando nos cansamos de ser nosotros mismos; nos ayuda a identificarnos con personajes que nunca seremos.
P.– ¿Y qué válvula de escape es para usted?
R.– En el fondo vivimos de historias, en la literatura y en el cine… Son ventanas que nos permiten acercarnos a otros mundos. A mundos que no son los nuestros y que nunca conoceremos y nos identifican con seres que siempre creemos que son mejor que nosotros.
P.– Los hay que ganan más que un médico y un director de cine… ¿Para qué sirve un youtuber?
R.– Evidentemente tienen su función social, aunque todavía no la pillo del todo. Son un enlace con la realidad, con la que quiero creer que no soy ajeno. Me parece un poco inmoral que un jovenzano de 16 años cobre más que un médico por decir ocurrencias.
P.– ¿Qué revolución cultural nos hace falta?
R.– Es una pregunta de millón. En primer lugar es muy muy importante que pongamos en valor la cultura en su amplio sentido. Si no nos damos cuenta de que la cultura, no solo cinematográfica, sino en todos los ámbitos de la vida, es nuestro patrimonio, lo que nos hace ser como somos, al final seremos una prolongación de otros países o formas de ser.
P.– ¿Qué nos da el Cine Club que no nos da Camaretas?
R.– Camaretas y Cine Club somos compatibles y necesarios los dos. Nosotros somos una especie de alternativa que no da Camaretas. Es más, películas que trae Camaretas nosotros no las ponemos, aunque sean muy buenas. Tratamos de aportar cosas. El cine de autor es un cine interesante porque es una visión distinta. Yo crecí viendo películas de vaqueros, extraterrestres y cosas horrendas. Nadie va a ver una película de Bergman o subtitulada en blanco y negro. El cine para que te enamores de él tiene que ser viendo películas de palomitas...
P.– ¿Y era indio o shérif?
R.– Era más bien indio, sí. Porque además llevaban taparrabos y era una cosa muy divertida. Uno va al cine a los 17 ó 18 años para impresionar a una chica, que vea que no solo te gusta el fútbol.
P.– ¿Qué le enfada sobremanera?
R.– Me cabrean muchas cosas. La intolerancia, los que, y ahora hablo en defensa del cine, utilizan el eufemismo este de ‘voy a bajarme una película’ cuando lo que quiere decir es voy a robar a los legítimos dueños esta película su derecho. Me cabrea que la gente no reconozca bienes que han costado trabajo producir, novelas, películas... Alguien merece ser reconocido por ese esfuerzo.
P.– ¿Corto o largo?
R.– Un largo, el corto está bien, pero generalmente a diferencia de la literatura no ha conseguido tener todavía su entidad propia.
P.– Nos hacen falta desafíos. Elija uno.
R.– Estoy en una fase en la que doy vueltas al futuro de cuando le toque a mi hijo la Universidad. Por un lado, si mi hijo se va de casa, no volverá, lo hará en vacaciones, navidades; por otro lado, mi hijo tiene que estudiar lo que él quiere. El desafío es conseguir que Soria tenga una oferta universitaria aún más atractiva, que aunque no retenga a mi hijo, retenga a muchos hijos sorianos.
P.– ¿En qué hay que convertir las dudas?
R.– Lo fácil sería decir que en certezas. Con la duda hay que estar el menor tiempo posible, pero es inevitable vivir sin ella.
P.– ¿Por qué un club para ver la gran pantalla?
R.– Nos sentimos un grupo de amigos o amiguetes de 300 o trescientas y pico personas que les gusta el cine y ven películas de todos los gustos. Pero no es un club cerrado, es abierto y nada restringido.
P.– ¿Por qué le marcó aquella película?
R.– Me acuerdo de El hijo de Saúl, sin eufemismo, con poesía pero con dureza narra el horror de los campos de exterminio del Holocausto.
P.– ¿Qué le plantea más dilemas, la realidad o la ficción?
R.– La realidad, por supuesto. En el fondo, para la ficción hace falta una predisposición por parte del espectador para aceptar eso como una historia. La realidad es una puerta cerrada o entre abierta y no sabes cómo va a surgir en cada momento... Lo cual hace que sea más interesante vivirla.