Heraldo-Diario de Soria

MUNDO AGRARIO

La viticultura en minifundio, el origen de los vinos de La Loba

Ana Carazo acaba de terminar su décima vendimia y prepara para sacar al mercado su primer vino blanco

Ana Carazo en sus viñedos de Matanza de Soria. HDS

Ana Carazo en sus viñedos de Matanza de Soria. HDS

Publicado por
IRENE LLORENTE YOLDI
Soria

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Ha culminado la que ya es su décima vendimia en una campaña nefasta debido sobre todo al temporal Filomena que heló buena parte de las viñas, pero Ana Carazo ya mira a la próxima temporada con la ilusión de estrenar en el mercado su primer vino blanco, La Negra, de la variedad albillo. Tras la ampliación de La Bodega de La Loba, sus instalaciones en Matanza, esta joven alicantina de raíces sorianas, se ha marcado el reto de incrementar en un 30% su actividad, y poder alcanzar las 15.000 botellas de sus caldos La Loba y La Lobita, eso sí, garantizando la máxima calidad.

Tiene 37 años pero lleva toda la vida vinculada con el mundo vitivinícola. Y es que sus padres se dedicaban al sector de la distribución de vinos por la costa de Levante, entre ellos Ribera del Duero. Pero a ella le llamaba la curiosidad su elaboración. Estudió Enología y a sus 18 años ya estaba realizando su primera vendimia. Después de trabajar en muchas bodegas del territorio nacional, se marchó al extranjero para experimentar otras técnicas. Pasó por Francia o Nueva Zelanda, y cada temporada realizaba dos campañas, una en el hemisferio norte y otra en el sur.

Hace diez años, justo cuando se iba a marchar a Sudáfrica, decidió quedarse en Matanza, localidad en pleno corazón de la Denominación de Origen Ribera del Duero de Soria, de donde descienden sus padres, para elaborar vino, alquilando parte de la instalación de Bodegas Neo, en Aranda de Duero. Así, dos años más tarde, en 2013, vio la luz su vino La Loba, en honor a su abuela paterna, que, además, se complementa con el recuerdo que tiene de su abuela materna en la etiqueta. «Quería dejar constancia en un dibujo de ella en la puerta verde de su casa. Y Santos de Veracruz lo hizo posible. Me gustó tanto que lo dejé como etiqueta», explica.

Porque este dibujante (el artista que pinta mientras Muchachito toca y canta) es amigo de Ana. «De ahí esa compenetración y conexión tan importante, porque gracias a ello hemos podido llegar a esa sinergia que surge del trabajo en equipo, y de ahí el resultado de nuestra ilustración», sostiene Ana Carazo.

El nombre tan insinuante de La Loba marca el carácter, la fuerza, la decisión, firmeza y astucia; el dulce dibujo de la abuela muestra la elegancia, sencillez, delicadeza, ternura y equilibrio. La fusión de ambas partes es la unión de las dos abuelas de la bodeguera, una da el nombre y la otra la imagen, dos personas muy importantes en su vida y ahora también en su proyecto.

La Loba es un crianza a partir de viñas centenarias que la propia Ana recorre día tras día. Porque es productora, enóloga y bodeguera al mismo tiempo. Le gusta tratar su viñedo de una manera tradicional, sencilla, humilde y natural. Y es que lleva implicada muchos años. Empezó a recuperar viñedos abandonados en 2008. Porque ella se pone las botas de trabajo y se va a la viña a podar, sarmentar, tratar y cuidar de sus cepas para así en las vendimias recoger el fruto que le va a dar la oportunidad de disfrutar de la elaboración, manchándose las manos durante sus fermentaciones y moviendo barricas durante su crianza, para al final poder compartir el resultado con sus clientes. Y en 2018 llegó el primer resultado en su propia bodega.

«Estamos a 960 metros de altitud, lo que hace que nuestros viñedos estén envueltos por una climatología marcada por el frío con largos inviernos, una pluviometria moderada, primaveras con heladas tardías y veranos cortos pero intensos, con noches de frescas temperaturas. Unas características que marcan el ciclo vegetativo de nuestras plantas, así como la maduración y calidad de nuestros racimos».

Debido al sistema de plantación en vaso Ana se ve obligada a realizar todos los trabajos de forma manual, a lo que se le suma que sus plantaciones están repartidas en minifundios, lo que les hace más costoso y laborioso su trabajo en el viñedo. Pero al mismo tiempo es lo que más le gusta: «estar entre las viñas, al aire libre, en la naturaleza, y no tener prisa por lo que pueda venir después, que ya se hará». Porque insiste en que es imprescindible estar en el campo para poder ver todas las pequeñas características que destacan de cada parcela.

La variedad tinta que cultiva y elabora es la Tempranillo, o Tinta del País, «como dicen por la Ribera». Cada año va adquiriendo nuevas parcelas, y ya cuenta con una plantación que todavía no llega a las cinco hectáreas. En plena vendimia esta bodeguera, como así le gusta llamarse, contrata a una cuadrilla para los días más determinantes, y suele tener a una persona o dos, dependiendo de la producción, como apoyo en bodega. Y gracias a la reciente ampliación de sus instalaciones, ha podido generar de forma permanente un puesto de trabajo en las oficinas.

Este año Filomena se llevó buena parte de los viñedos, lo que le ha llevado a tener que reconducir la savia. Porque, insiste en que cuando se registran unos hielos como los de la última campaña, lo malo no es el descenso de producción de la temporada, sino que estos daños se arrastran durante las próximas recolecciones. «Hay muchos brazos que están tocados y les costará por lo menos un año o dos volver a recuperar la fuerza que tenían hasta ahora».

También la elaboración de sus vinos la realiza de manera muy artesanal. «Juego mucho con la gravedad». Con 160 metros cuadrados de instalaciones orientadas al norte, y la mitad bajo tierra, La bodega de La Loba cuenta con una sala de elaboración, una sala de crianza y otra de almacenamiento. Con las nuevas obras del último corral contiguo que adquirió en 2018 ha aprovechado el espacio para las oficinas y cuenta con otra zona de apoyo de almacén.

Cree que lo más difícil es acertar con las viñas y con el tipo de uva para sacar adelante la producción, sobre todo en años en los que la meteorología no acompaña, como ha sido este último. Y es que pese al esfuerzo realizado se ha reducido bastante la producción, que tuvo que compensar con otros viticultores que cubrieron sus necesidades de uva. «Gracias a ellos me salvé», reconoce.

Inquieta por naturaleza y decidida a la hora de apostar por su negocio en 2015 sacó al mercado La Lobita, su ‘espada’, elaborado con Tempranillo y Albillo, fermentado en barrica de roble francés.

Porque se ha marcado el objetivo de crecer hasta las 15.000 botellas, pero no mucho más porque no quiere supeditar el prestigio de su vino por lograr más cantidad. Arrancó con las 3.000 cuando no tenía bodega propia y sólo elaboraba La Loba, y en estos ocho años comercializando sus dos vinos ya ronda las 10.000 botellas y se encuentra entre los Top 100 de los Ribera del Duero. Y Ana Carazo ha sido nombrada por la Revista Internacional Decanter como una de las enólogas revelación de la ‘nueva Ribera del Duero. Además, cada año está ganando en exportación. Ya rondará el 40% de sus ventas, sobre todo a Suecia, Suiza, Alemania, Bélgica, Singapur, Puerto Rico. También está en trámites con Estados Unidos y Canadá, además de Reino Unido, donde es muy difícil entrar.

Ahora, se incorporará su más reciente elaboración, un blanco a partir de la variedad Albillo. «Se llama La Negra que aglutina mucho de mí. Mi perra se llama así, a mí me llaman también de forma familiar en Alicante por pertenecer a los Negros Kabileños en las Fiestas de Moros y Cristianos. Pero al mismo tiempo quería jugar con el tipo de vino, pero también con la variedad, porque antes el Albillo no lo quería nadie y ahora es una uva que prácticamente sólo queda en Soria y está cada año más valorada».

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