Mató a golpes a su esposa por mirarle mal
Victorina lo ‘sacó’ de la cárcel pero Gregorio Morales tenía mal beber y la emprendió a golpes con ella, que falleció a los pocos días
En el juicio se dijo que fue el vino y de hecho atenuó la condena si es que en algo puede menguar una sentencia de cadena perpetua. La de a quién y por qué es el relato de esta crónica negra que se sitúa en Villaseca de Arciel en 1906. No hacía mucho que Gregorio Morales Maza, de 46 años, había salido de la cárcel, por el empeño de su mujer y las numerosas gestiones que hizo para que su marido quedara libre. Y no tardaría muchos meses en volver a ella acusado de matar a Victorina Cervero Alesa, que falleció el dos de mayo por la paliza que le había dado diez días antes. Con las manos, el fuelle, una alpargata y un banquillo de madera, según narra el escritor José Vicente Frías Balsa en el libro ‘Crímenes y asesinatos en Soria’. Gregorio, que había empezado de nuevo a beber, decía que la esposa le había mirado mal y empezó a golpearla.
Tuerto y una cicatriz en la frente por peleas, el acusado era irascible e impulsivo y era sobradamente conocido en el Palacio de Justicia, donde en marzo de 1907 volvió a sentarse en el banquillo.
En contestación al fiscal, Gregorio Morales dijo que 12 años atrás su mujer le había querido envenenar con cerillas en las sopas, razón por la que miraba mal a Victorina, la cual padecía reúma y raquitismo por falta de desarrollo de los miembros, según el marido. El procesado dijo que la esposa era «dueña absoluta de todo lo que había en la casa», negando que la tuviera acobardada. Por el juicio pasaron los médicos de Gómara y Almazul, Jacinto Miguel Alonso e Higinio Esteras, respectivamente.
así como los forenses Valentín Ramón Guisande, Benito Ruiz y Mariano Íñiguez. Los dos primeros atribuyeron la causa de la muerte a una peritonitis causada por los golpes, de los que la mujer no pudo defenderse por su imposibilidad física y por la fractura. Todos coincidieron en que el alcohol que diariamente ingería el acusado, que había gozado de buena posición, le causaría «demencia», como traslucía la agitación del pulso, las alucinaciones y los impulsos de furor.
La madrastra de la víctima, Asunción Millas Vargas, vecina de Almazán, dijo que el reo era «muy mal hijo» pero negó que se emborrachase con frecuencia. También negó este extremo Donato Ruiz Acebes, que auxilió a la agredida cuando le llamó el agresor, pero les resultó imposible moverla, a diferencia de sus primeras declaraciones en las que dijo que Gregorio sí bebía.
Igualmente negaron que el acusado estuviera borracho el día de autos Aniceta Acebes Salas y el alcalde, Mauricio Ruiz Labanda, aunque dejaron constancia de su mal carácter y de su conducta pendenciera.
El Ministerio Público, que ejercía Felipe Gallo, mostró un documento correspondiente a un suceso anterior, en el que el alcalde certificada que el acusado bebía con asiduidad, pero Mauricio no se acordaba de él. Antes de morir, a la víctima le dio tiempo a prestar declaración ante la justicia, manifestando que su marido la «maltrató bárbaramente, que un palo lo rompió en su cabeza» y que si no había declarado antes fue porque «de haberse enterado la hubiera matado». No hubo lugar para para dudas cuando el Ministerio Público elevó a definitivas sus conclusiones provisionales y acusó a Gregorio de un delito de parricidio, con la atenuante de embriaguez y la agravante de abuso de superioridad, delitos por los que pidió cadena perpetua.
Mientras, la defensa, encargada a Mariano Granados Campos, retrató a su representado como a un enfermo «que debería ser recluido» antes que como un criminal «merecedor de castigo», por lo que pidió que fuera llevado a un manicomio y no a una cárcel «donde no se le podría curar».
El fallo del jurado no tuvo en cuenta las palabras de la defensa y fue incluso más allá de lo solicitado por el fiscal. El jurado condenó al procesado a pena de muerte sin tener en cuenta atenuante alguna y sí agravantes, lo que causó «consternación» entre el público.
Así, la defensa requirió un nuevo jurado a lo que la sala accedió. Poco cambiaron las conclusiones provisionales en la revisión de la causa, durante la cual Gregorio Morales manifestó que siempre se había llevado bien con su esposa hasta que quiso envenenarle, años atrás cuando sucedieron los hechos.
Entre los médicos hubo ciertas discrepancias sobre la muerte de Victorina, y también entre estos y el psicólogo a la hora de hablar del alcoholismo. Los primeros dijeron que alcohólicos como Gregorio debían ser considerados dementes y el segundo, en respuestas al fiscal, sostuvo que era difícil señalar qué grado de debilitación tenían las facultades del acusado.
Asimismo, los testigos volvieron a declarar que el procesado se llevaba mal con su esposa pero ninguno le había visto borracho. El fiscal pidió que se le declarara culpable, recordando que había obrado con una inteligencia limitada, no anulada, mientras que la defensa trató de probar la irreflexión de su representado.
La sentencia en esta segunda vista fue de cadena perpetua por parricidio con la agravante de abuso de superioridad y la atenuante de embriaguez o locura.