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«Iba al super pero el edificio está candado para no dejarnos salir»

La profesora soriana Cristina García, que lleva toda la pandemia en China,  sufre ahora el blindaje de la ciudad de Xian. «No nos llega ni comida», afirma

Restricciones en China por el Covid. HDS

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MILAGROS HERVADA
Soria

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Cristina García, profesora soriana residente en China desde hace tres años, asegura que las estrictas restricciones impuestas ahora por el Gobierno de Pekín debido a la proliferación del covid en Xian, la ciudad donde vive actualmente, parecen devolverla a los peores momentos del inicio de la pandemia. «Es como volver al principio», aseguró desde su apartamento, del que no sale desde el día de Navidad. «Me arreglé y me puse la ropa que me había comprado para la celebración con mis amigos sólo para bajar la basura», comentó entre la broma y la decepción, ya que la cuarentena impuesta en la ciudad ha tirado al traste todos sus planes de fiestas y viajes previstos para estos días de vacaciones.

Lleva 15 días de cuarentena, pero el punto de inflexión fue precisamente ayer. «He intentado bajar a comprar al supermercado pero el edificio está candado para no dejarnos salir», asegura esta joven profesora que jamás imaginó cuando llegó a China en 2019 que iba a vivir algo así. Desde enero de 2020 no ha podido salir del país, sobre todo por las trabas para regresar.

Xian se encuentra como en estado de sitio, con muros levantados entre calles y distritos para separar los considerados «barrios de alto riesgo». «Parece que nos acaban de soltar una bomba nuclear», resume sobre un panorama que además no se prevé corto. La situación no es fácil puesto que se les impide salir de casa. «Y no nos llega comida», señala, a excepción de la que les llevan voluntarios que o bien han pasado ya la enfermedad o bien colaboran con los médicos y tienen movilidad. «Pasan la comida por encima de los muros desde el otro lado y los voluntarios las llevan a la gente», explica Cristina. En su caso todavía no ha sido necesario, «porque soy precavida y cuando nos dijeron que serían un par de semanas, yo tuve el presentimiento de que sería más largo e hice una compra como para tres meses», apunta. De hecho, el último día en que entraron camiones a Xian –ya no lo hacen–, le llegó un paquete de embutido de una empresa española en Shanghai. «Tuve una suerte loca», reconoció, «lo malo es que no tienen torreznos», añade con el optimismo que la caracteriza.

El agua también es un problema porque el que sale del grifo no es potable. «La gente la hierve, no hay más remedio», aunque ella aún tiene reservas. Espera que sean suficientes porque ya no sabe cuándo podrá salir. «Hasta ahora, nos hacían PCR en el mismo edificio cada dos días, que la gente baja hasta en pijama y zapatillas, y te dejaban salir dos horas a comprar dentro de la comunidad, pero ahora nos han puesto un candado», lamenta.

Las videollamadas son sus aliadas. «Mi padre está de vacaciones y desayunamos juntos», afirma riendo, para quitarle hierro al asunto. Ella seguirá encerrada, como ya lo estuvo al principio de la pandemia, y ni cenas ni comidas con los amigos ni el vuelo a Xiamen que tenía previsto para pasar allí el fin de año. «Lo peor de todo son las fechas, porque tenía planes con mis amigos de aquí», afirma resignada.