Heraldo-Diario de Soria

TORRESUSO

«Gracias a Dios que te encuentro solo, vas a morir»

El extravío de una hoz estuvo en el origen de una agresión en Torresuso, que acabó con la muerte de un hombre de tres cuchilladas 

Imagen antigua de Torresuso.-HDS

Imagen antigua de Torresuso.-HDS

Publicado por
P. PÉREZ SOLER
Soria

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Difícil saber con certeza que palabras se cruzarían los dos protagonistas de esta historia poco antes de que ambos se enzarzaran en una pelea que se zanjó como empezó, de forma rápida, sin contemplaciones, y con la muerte de uno de ellos: Miguel Vicario García. 

Entre las pocas citas que se recogen en los documentos judiciales sobre el caso que todavía se guardan en instancias oficiales se encuentra ésta: «Gracias a Dios que te encuentro solo, vas a morir». Fue por boca de un testigo que aseguró habérsela oído decir al fallecido, poco antes de que agrediera a Domingo Andrés Gonzalo, quien se defendió con un cuchillo. En el origen del suceso se encontraba una hoz que había extraviado la víctima, la cual tenía el convencimiento de que fue encontrada por el agresor. Soria estaba a finales de la primera década del siglo XX y en aquel 1909 se habían producido crímenes en numerosas localidades sorianas antes del que aconteció en Torresuso el día de San Juan. Atrás quedaban muertes en Almazán, Villaverde, Sagides, Renieblas, Lería, Osma, Guijosa, Ines y Fuentelcarro entre otras localidades, tal y como relata el escritor José Vicente Frías Balsa en su libro ‘Crímenes y asesinatos en Soria’. 

El relato de los hechos sitúa a Domingo al tanto de ganado vacuno que pastaba en la zona conocida como el Horcajo, cuando llegó a su altura Miguel montado a caballo y acompañado de su hijo, Benigno, con quien se diría a unas tierras de su propiedad. Según el fiscal, el acusado desmontó de la caballería y se encaró a luchar contra el pastor «cayendo al suelo contra él». 

No hubo testigos presenciales del hecho por lo que hubo muy pocos detalles del autor que origino el juicio. Lo que sí quedó claro es que Miguel «era un hombre pendenciero» y que había sufrido una condena por un delito de lesiones tiempo atrás. 

Dos de los testigos llamados a declarar fueron menores, entre ellos, el hijo del muerto, de siete años y que acompañaba a su padre en el momento de los hechos, cuyo testimonio fue renunciado por el Tribunal. Además de Benigno, también declaró Francisco de Andrés, de 8 años, que llevaba algo más de tres meses ayudando a Domingo a cuidar el ganado. El pequeño declaró que el fallecido estaba empeñado en que el acusado se había encontrado una hoz que había perdido. Y que por ello aquella tarde, cuando iba a caballo con su hijo, antes de darle una bofetada al joven Domingo, le dijo que iba a morir. 

La prueba pericial se realizó únicamente con el testimonio del doctor Valentín Ramón Guisande, ya que el médico de Torresuso, que asistió a la víctima y le hizo la autopsia, no compareció en el juicio. 

Guisande describió las lesiones de la víctima y comentó el tratamiento, añadiendo que el acusado hirió a Miguel cuando éste se encontraba sobre él, aquella tarde del 24 de junio. el agresor estuvo grave cinco días y finalmente murió, no sin antes prestar declaración. 

En su testimonio dijo que el procesado se había acercado a él y, sin mediar palabra, le había agredido, lo que no varió las conclusiones provisionales de la acusación y la defensa. 

El Ministerio Fiscal acusó a Domingo Andrés de homicidio, sin tener en cuenta ninguna circunstancia que modificara la petición de condena, que fue de 10 años de prisión y el pago de 1.500 euros de indemnización a los herederos de la víctima. Mientras, Diego Lorente Rodríguez, ejerciendo la defensa del procesado, sostuvo su inculpabilidad con el argumento de justa defensa. 

El letrado mantuvo este mismo criterio después del veredicto del jurado, si bien sumó una pena alternativa alegando la defensa incompleta por lo que se podía aplicar la pena en grado mínimo. 

Tras conocerse el veredicto, el jurado hizo una breve deliberación exponiendo la culpabilidad del acusado, para el que se apreciaron dos de las circunstancias que argumentaba la legítima defensa. Además de los diez años de prisión, al acusado se le condenó a las accesorias de suspensión de todo cargo y, como solía ser costumbre, a la suspensión también del derecho de sufragio durante el tiempo de condena.

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