GASTRONOMÍA
Un libro para devorar la historia del chocolate en Soria y Castilla y León
Benjamín Redondo presenta ‘La ruta del chocolate por Castilla y León’, con muchas onzas sorianas
Toca lucir tableta. El chocolate es posiblemente uno de los grandes 'vicios' de la gastronomía mundial. Dulce o amargo, cargadito de cacao o rebajado con leche, con frutos y frutas, en cobertura, a la taza, en onzas, en bombón, para picar entre horas o en un evento formal... Las variaciones son tantas como los amantes del cacao.
Para compendiar todo lo que mueve el chocolate en Castilla y León, el gestor cultural y funcionario jubilado Benjamín Redondo Marugán acaba de lanzar el libro 'Ruta por el chocolate de Castilla y León. De ayer a hoy'. Obviamente Soria tiene un capítulo destacado, y es que en estas tierras está el tercer mayor productor de la Comunidad, pero también la dulce labor monástica y el empeño de pequeñas confiterías.
¿Tentador? Pues aún hay más. Redondo, a través de la Fundación Joaquín Díaz, ofrece la publicación en internet de forma gratuita para degustarla onza a onza. Lo de 'una lectura deliciosa' tiene en esta ocasión una literalidad maravillosa.
En clave soriana, el listado bien merece la pena convertirse en ruta, por aquello de sumergirse en la historia. El monasterio cisterciense de Santa María de Huerta es la primera parada. La orden comenzó a trabajar el chocolate desde que llegó a suelo europeo y hoy los monjes ofrecen esa tradición en tableta.
De allí, a Dulces Típicos El Beato, de El Burgo de Osma, donde la tercera generación de chocolateros ha elevado la empresa al podium de la producción de chocolate de Castilla y León. Y ojo, que no son de los de estarse quietos. Por el momento ya hay más de un centenar de variedades, desde los más tradicionales a ese Chocorrezno que revolucionó el año pasado el mundo de la gastronomía en toda España. «El clima de Soria, fresco y seco, es el ideal para fabricar el chocolate», apunta Redondo.
Bien lo sabe la confitería Almarza de Almazán, que con sólo 202 años de experiencia aplica saber y sabor a trufas, turrones, yemas cubiertas del preciado cacao... Obviamente, el gran libro de chocolate castellano y leones hace parada.
En la capital también, además de un repaso histórico a los fabricantes de las meriendas de los bisabuelos. Por las páginas desfilan publicidades antiguas, apuntes y recuerdos de Chocolates San Saturio (de los hermanos Llorente), Chocolates Numantinos o la 'Casita de Chocolate' que aún engalana el Calaverón y presume de pasado.
De vuelta al siglo XXI, «son muchas las pastelerías y confiterías de la ciudad que ofrecen un alto nivel de calidad basado en la utilización de productos frescos locales y su elaboración diaria». Entre ellas cita a Mantequerías York, la York para generaciones de sorianos, y ese chocolate a la taza que tantos inviernos ha mitigado con unos churros. «La oferta de chocolate es muy alta asentada en la amplísima variedad de los vecinos fabricantes de Burgo de Osma, El Beato. 'Teniendo lo mejor en la provincia no vamos a ir a buscarlo más allá'».
Por último, el periplo chocolatero soriano finaliza en Ucero, en la Casa del Parque del Cañón del Río Lobos. No, a los templarios no les dio tiempo a ponerse un buen trozo entre pan, pero el antiguo molino del siglo XIX que alberga las instalaciones también fue fábrica de chocolate. Imaginar el inigualable paisaje con olor a cacao fundiéndose en el aire es, para muchos, acercarse a la idea de paraíso.
Algo tiene el chocolate para tener tantos adeptos. Hay quien sostiene que es adictivo, hay quien asevera lo contrario. Lo cierto es que el cacao tiene componentes que alegran el corazón vía cerebral, algo que no se produce con el chocolate blanco al estar hecho de manteca y no del cacao entero.
Triptófano, flavonol, teobromina o feniletilamina pueden sonar a terminología química y compleja, pero son realmente precursores de la serotonina (sí, la encargada de la sensación de felicidad), antioxidantes, vasodilatadores, una de las sustancias vinculadas a la sensación de enamoramiento... La moderación debe ser la premisa y más teniendo en cuenta que en algunos casos hay alto contenido de azúcar. Pero «la vida es una caja de bombones»