Solidaridad en Soria
Voluntarios, el «regalo» de ayudar a los demás
Las asambleas provinciales de Cruz Roja en Soria las nutren actualmente 921 personas, desde los 16 a los 92 años
Ernesto está jubilado, a unos días de cumplir las 80 primaveras, pero sigue activo, con la diferencia de que no recibe dinero a cambio sino satisfacción, alegría, cariño y «el regalo» de ver la chispa en la mirada de un niño cuando es consciente de que ha aprendido algo nuevo.
Una recompensa que también recibe Ghizlane cuando sus alumnas marroquíes, de entre 17 y 48 años, «han aprendido todas las letras».
Para Isabel, lo mejor de sus visitas a ancianos para hacerles compañía es disfrutar de todas sus historias, las de ayer, y anteayer, y las de hoy. «Lo que quieren es que les escuches», porque la soledad es su pandemia particular.
Félix es más de acción. «Si ya has salido de trabajar y te estás tomando una cerveza con los amigos y te llaman pues ahí se queda la cerveza y sales corriendo», explica. Y no una ni dos ni tres. «Estás comiendo y avisa el 112 que ha llegado el helicóptero y si la ambulancia no puede ir, hay que dejarlo todo y acudir allí cuanto antes».
Todos tienen algo en común, son voluntarios de Cruz Roja y su filosofía de vida se resume en una frase, si puedes ayudar a los demás, hazlo.
Actualmente son 921 los voluntarios de Cruz Roja en toda la provincia, 458 en la capital y 463 en el resto de municipios. Son cinco las asambleas comarcales, en Ágreda, Almazán, El Burgo de Osma, San Esteban de Gormaz y San Leonardo de Yagüe, que han visto cómo se han incorporado durante el pasado año 62 nuevos integrantes, «dato que demuestra el interés de las personas del ámbito rural que se interesan por el voluntariado, y además se incorporan a realizar actividad», como destacan desde Cruz Roja.
De ellos, el 60% son mujeres, y de todas las edades –entre 16 y 40 años suman 145 personas voluntarias, de 44 a 60 otras 199 y de más de 60 años son 119–, el más joven no pasa de 16 y el mayor tiene 92 añazos.
A Félix Manzanares, empleado de la siderometalurgia en San Esteban de Gormaz, le picó la curiosidad por el voluntariado hace ya 24 años, en plena adolescencia. Entró con sus amigos y muchos ahí siguen, en el servicio de socorros y emergencias. Prácticamente todos los fines de semana tiene actividad, si no es la carrera de Reyes es la Cabalgata, también la asistencia en el festejo de La Saca cada jueves sanjuanero, y a veces hay que acudir al estadio de Los Pajaritos cuando hay fútbol. Eventos deportivos o el motocross son un clásico de su carné de voluntario en su misión principal que son los servicios preventivos.
Ha pasado el tiempo en que Cruz Roja acudía cuando se producían accidentes de tráfico, aunque él llegó a vivirlos. Ahora, lo máximo es responder a la demanda del helicóptero cuando no hay otra ambulancia disponible.
En tiempo de pandemia de covid Félix fue de los que llevó comida a quienes no podían salir de casa, y de forma rutinaria se encarga de cubrir necesidades. «Hace unos días llevamos una grúa a una persona inmóvil», pone como ejemplo. «Si haces falta, para eso estamos», resume, «y la gente agradecida. Le parece normal».
San Esteban de Gormaz también es el campo de acción de Isabel Ortiz, concejala en el Ayuntamiento y monitora de transporte escolar. Asegura que le falta tiempo, pero es cuestión de tener ganas, y ella las tiene. Dedica ese tiempo de voluntaria a acompañar a ancianos, a veces en grupo en pueblos de la zona. «Lo que más necesitan es hablar y te cuentan muchísimas cosas, porque lo que más les gusta es que les hagas compañía», señala Isabel, que lleva vinculada a Cruz Roja desde hace una década y siempre atendiendo a personas mayores. «Cuando la pandemia dedicábamos mucho tiempo a hablar con ellos por teléfono, ahora menos de lo que me gustaría», reconoce, pero siempre saca unas horas para las visitas a las cuatro viviendas que tiene asignadas. Únicamente en una reside un matrimonio, el resto son personas que viven en soledad.
Cuenta que la mayoría de los ancianos dispone de ayuda a domicilio, «pero la tarde se les hace muy larga». Por eso, a partir de las cinco, empieza su acción. «Algunos necesitan cariño, son como niños grandes, te piden un abrazo y un beso, y cuando te marchas te da mucha pena porque se quedan solos», dice Isabel que anima a más voluntarios. «Se necesitan muchas manos y si les gusta la gente mayor, se lo van a pasar muy bien. Además son superagradecidos».
Refuerzo escolar
También lo son los más pequeños. Ernesto García fue maestro de escuela en Lérida, de los generalistas, de los que saben tanto de matemáticas como de lengua. Cuando se jubiló inició su carrera de voluntario en una parroquia dando clase de refuerzo a niños. De regreso a su Soria natal, en concreto a San Leonardo de donde procede su mujer, retomó en el colegio local y ahora dedica una hora cada día de la semana a ayudar a escolares, de seis y siete años, «una edad maravillosa», para que su nivel curricular sea el que corresponde. «A un niño le doy clase dos días porque desconoce la lengua», comenta, y tira de actividad gestual y pictográfica. En total son seis sus pupilos, todos de forma individual, «porque requieren una dedicación personalizada. Cada uno tiene sus tiempos y su velocidad de aprendizaje. Tienen mucha capacidad de aprender y muchas ganas. Si les respetas, quieres y exiges lo dan todo».
Asegura que «lo más gratificante de ser voluntario es poder ayudar a quien lo necesita y recibir el cariño de a quien ayudas». Para Ernesto, que dedicó su vida laboral a la docencia y ahora su jubilación, «el mejor regalo es la experiencia de la mirada de esos niños cuando aprenden algo. Después de trabajar semanas, esa mirada es maravillosa». Y es que se crea «un binomio de equipo» que él, maestro vocacional, califica de «paraíso».
Después de entablar contacto con el colegio e iniciar las clases de refuerzo en septiembre de 2019, el parón de la pandemia por el covid aplazó hasta el inicio de curso del año pasado la actividad. Desde entonces no ha parado, y ninguna gana de hacerlo. «Seguiré hasta que los chavales lo necesiten», matiza.
A quien también necesitan sus alumnas y otros muchos árabe parlantes es a Ghizlane Abahamid, de origen marroquí, 20 años viviendo en España. Es voluntaria de Cruz Roja desde 2013. Tiempo que ha compartido con la crianza de sus tres hijos, el estudio de su titulación de auxiliar de enfermería y técnico de laboratorio.
Su ámbito de voluntariado es Soria, donde ayuda con el idioma, traduciendo incluso por teléfono, y por ejemplo, «para acudir al hospital, sobre todo a pediatría porque tienen que dar mucha información de vacunas, etc», apunta. También Yanguas, un pueblo donde residen varias familias de origen marroquí, y al que acude para enseñarles español en virtud de un acuerdo entre Diputación y Cruz Roja. Cada miércoles, una hora y media. «De semana en semana avanzan muchísimo y por el whatsapp me preguntan las dudas», explica sobre su dinámica con las cuatro «chicas», de entre 17 y 48 años. «Dos personas no saben nada y hay que empezar desde lo básico. Pero han aprendido todas las letras, porque tienen unas ganas tremendas».
Ghizlane aprendió español estudiando en Cruz Roja, la Escuela de Adultos y la Oficial de Idiomas. Sabe que ese aprendizaje ahora puede ser útil a muchas personas y no pierde la oportunidad. «Es una satisfacción ver cómo aprenden, me da impulso. Mientras uno puede hacer algo ayudando a los demás, ¿por qué no?». Así de sencillo y de grande.