Heraldo-Diario de Soria

PLATERÍAS

¿Qué tiene que ver la calle Platerías de Soria con la venta o donación de alhajas?

Situada en el casco viejo de la capital, en la zona de San Pedro, tuvo en la Edad Media una gran actividad ciudadana, como todas las calles gremiales

Calle Platerías.-MARIO TEJEDOR

Calle Platerías.-MARIO TEJEDOR

Publicado por
P. PÉREZ SOLER
Soria

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Calles de gremios y oficios las hay en la mayoría de las ciudades. Especialmente si hablamos de poblaciones de raigambre histórica y episodios reseñables. Ejemplo de ellos es la protagonista de estas líneas: la calle Platerías, de Soria. Una vía que hay que buscar en el casco viejo de la ciudad, “con talante aristocrático, o mejor, de artesanos dedicados a trabajar el nomble metal”. Sirva esta descripción, extraída del libro Todas las calles de Soria, escrito por Miguel Moreno, como pista para la pregunta que lanza el titular: ¿qué tiene que ver la calle Platerías con la venta o donación de alhajas?

La calle en cuestión está en la zona de San Pedro, lugar por excelencia donde la actividad ciudadana bullía en todo el medievo, refleja el que fuera cronista de Soria. Es paralela a la calle Nuestra Señora del Azogue y llega hasta la plaza del Tovasol, donde confluye con la de Pozo Albar.

Rótulo de la calle Platerías.-MARIO TEJEDOR

Rótulo de la calle Platerías.-MARIO TEJEDOR

Cita Moreno los “notables plateros” que por aquella época había en Soria: los Barrionuevo, Diego y Juan; los Bastida, Jerónico y Francisco, Diego de Campuzano y Diego de Caravantes; Francisco y Jusepe García, Diego y Martín López, Mateo Pedrano y Pedro de Ojeada, García de Segovia, el platero Torres... y aún apunta algunos más el escritor. Unos trabajaban en la calle Platerías y otros repartidos por la ciudad.

Pero ¿qué hacían estos plateros, a qué se dedicaban? La lista es larga: custodias, cálices, incensarios, candelabros, cruces -de primera mano y otras de arreglo-, navetas, viriles (caja de cristal con cerco de oro o dorado, que encierra la hostia consagrada)...

Las piezas iban acompañadas de los datos de contratación de la obra (mutatis mutandi, al estilo de la consabida señalítica en cada obra de este siglo XXI, ya sea carretera, castillo o cauce de río actuales) y de su correspondiente valoración.

El coste de estas piezas no era moco de pavo. Su valoración se hacía en ducados, maravedíes, grano, especias o en el valor de donantes de alhajas a las parroquias que eran llevadas a los plateros de la hoy llamada calle Platerías.

De estos centros artesanos salieron piezas que, con mucha probabilidad, habrá visto el lector con sus propios ojos, dando fe a lo expuesto por el cronista. “Piezas de singular envergadura” con destino a la Concatedral de San Pedro, como los cetros del abad, el dean y capitulares del Cabildo, o barras y mástiles para el palio.

El cronista se hace eco además de otro caso curioso, como el encargo particular de un rosario para Juana del Río, “que debía hacer Antonio Reinalte y no lo hizo”. Su falta de palabra lo llevó preso y el mencionado rosario lo haría luego Antonio de Rodas en el precio fijado: dos ducados de a cuatro de los viejos. El retraso cuando no el incumplimiento total de un encargo-adjudicación-contrato (hablando de la cosa pública) casi nunca lleva a la cárcel en nuestros días, por mucho que en la mayoría de las ocasiones el más afectado sea el ciudadano.

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