Heraldo-Diario de Soria

EL LADO OCULTO

El agua que sepultó la vida pero no la muerte

El cementerio de La Muedra no se vio cubierto por el embalse de Cuerda del Pozo y aún hoy resiste en pie

Cementerio de La Muedra, lo poco del pueblo que no anegó el embalse de Cuerda del Pozo. HDS

Cementerio de La Muedra, lo poco del pueblo que no anegó el embalse de Cuerda del Pozo. HDS

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La construcción del embalse de Cuerda del Pozo o de La Muedra se aprobó en 1923 y pronto se cumplirán 100 años de la iniciativa. Pero con esa aprobación llegó también una condena, la del pueblo que quedó sumergido en sus aguas y que le da el segundo de sus nombres. Hoy apenas asoma la torre de la iglesia y, dependiendo de la sequía, a veces se observan restos de la ferrería ya sin su icónica chimenea o del trazado de la localidad.  

Pero hay un elemento que logró librarse de las aguas tras la puesta en marcha de la presa, allá por 1941. Es el cementerio de La Muedra. Se encontraba por encima de la cota de la localidad, enclavado en el pinar, y gracias a ello aún ha llegado hasta estos días. En un agradable paseo desde Vinuesa, y algo más largo desde Molinos de Duero, se puede acceder al enclave. Sobrecoge no por lo que se ve,  un pequeño camposanto de pueblo entre vegetación, sino por lo que no se ve, el pueblo en cuestión. Pero ahí sigue, evocador.

Cuando este tramo de la cuenca alta del Duero comenzó a llenarse Vinuesa asumió a buena parte de los vecinos de La Muedra e incluso mantuvo sus fiestas. En 1936 Santa Águeda aún se celebró allí, pero las últimas 85 ediciones (pronto llega la 86) ya las han albergado las calles visontinas. El tiempo ha pasado y se ha llevado a los modraños pero no a sus descendientes, que mantienen vivos los recuerdos de sus padres y abuelos, algo que también conserva el Archivo Histórico Provincial en forma de fotografías.

Pero de aquello que recogían las imágenes poco queda. La torre sí resiste y de hecho aún recibe cada año una romería marinera desde el Club Náutico. La chimenea de la ferrería cayó en abril de 2003 con las inclemencias meteorológicas rematando el abandono de sus ladrillos. Y al final el lugar donde no había vida es el que continúa visitable, con algunos remates un poco mochos y el musgo recuperando terreno sobre la piedra.

El primer elemento que llama la atención es la cruz colocada sobre un rollo de piedra fuera del recinto. Las verjas negras desvencijadas en uno de los accesos permiten visitar un pequeño espacio que guarda la memoria no sólo de La Muedra, sino de una faceta de la vida en todos los pueblos de la zona que en este quedó congelada poco antes de que comenzase la Guerra Civil.

Hay quien dice que la forma de ser de un pueblo se conoce en sus cementerios y el de La Muedra es de pocos lujos, austeridad y unión con la naturaleza. Unas mínimas vallas de sencillo alambre y apenas un palmo de altura aún delimitan algunas de las sepulturas. La vegetación las intenta tomar año tras año y estación tras estación, pero todavía hay señales de que allí yace un ancestro de la tierra.

Sólo un panteón sobrio pone algo de monumentalidad. Sus muretes no llegan al metro de altura, una cúpula verdosa en tiempos húmedos lo cubre y una columna con una cruz de piedra lo remata. Dos árboles ya de gran porte y unidos en su base lo vigilan de cerca. No hay más. No hay menos. Precisamente esa quietud rota apenas por el crujido de alguna rama y algún canto de pájaro es lo que le convierte en un enclave único. El agua borró la vida, pero la muerte recuerda a La Muedra.

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