Heraldo-Diario de Soria

Traslado de los restos mortales de los duques de Medinaceli

La iglesia y la cripta ducal, que fue profanada pocos años antes de iniciarse la pandemia, han acogido enterramientos durante siglos

Cajas de enterramientos en Medinaceli.-JUAN CARLOS  CERVERO VADILLO

Cajas de enterramientos en Medinaceli.-JUAN CARLOS CERVERO VADILLO

Publicado por
JOSÉ VICENTE DE FRÍAS BALSA
Soria

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Puesto que hoy es el último día de noviembre, mes en el que la Iglesia Católica tiene un especial recuerdo para los fieles difuntos y en el que suele celebrar la novena por las benditas ánimas del purgatorio, viene a nuestra página un episodio que tuvo lugar en el siglo XVII, y otro acaecido en el XIX con motivo de la exclaustración y desamortización llevadas a cabo en el Trienio Constitucional. En ambos casos se trata del traslado de restos mortales de los duques, si bien por motivos muy diferentes.

El 13 de mayo de 1674, Alonso Rodríguez de Mercado, contador mayor del duque en sus estados de Castilla, hacía saber a fray Ángel de Peñalosa, prior y presidente del real monasterio de Santa María de Huerta, por ausencia de fray Eugenio Sánchez, su abad, que fue voluntad de Antonio Juan Luis de la Cerda y Toledo (1607-1671), VII duque de Medinaceli, y de Ana María Luisa Enríquez Afán de Ribera Portocarrero y Cárdenas (1613-1645), su esposa, V duquesa de Alcalá de los Gazules, enterrarse en la capilla mayor del cenobio. Era también su deseo que se diera allí sepultura a Tomás Antonio de la Cerda, su nieto, marqués de Alcalá.

Al llegar a Huerta el cortejo fúnebre, escribe Emmanuel López Gastón, secretario del Consejo ducal, salió el prior y la comunidad «a recibir el cadáver y huesos de su Excelencia, que llegaron en un ataúd forrado en terciopelo negro, con guarniciones de oro fino, cerradura y clavazón dorada; y una caja en forma de arca, forrada en terciopelo carmesí, con la clavazón y cerradura que la antecedente; y una urnita pequeña de hechura de ataúd, forrada en felpa encarnada, con guarniciones de oro y la misma clavazón y cerradura».

Los tres ataúdes se colocaron en un túmulo, en la capilla mayor, con toda decencia y solemnidad y sobre ellos «un paño de terciopelo negro, guarnecido de franjas de oro, y encima un escudo de las armas de los Excelentísimos Señores, bordado de oro fino. Y para darles el dicho entierro y reconocer dicho cadáver y huesos se bajaron de dicho túmulo la dicha arca y ataúdes por algunos religiosos y se abrieron y reconocieron en esta forma: en el dicho ataúd forrado en terciopelo se halló un cuerpo difunto que dicho señor Don Alonso Rodríguez y Don Gil de Robles, ayuda de cámara de su Excelencia, dijeron ser del dicho Excelentísimo Señor Don Antonio Juan Luis de la Cerda, Duque de Medinaceli, mi señor (que Dios guarde), armado de caballero con su manto capitular y hábito de Alcántara y un espadín con guarnición y espuelas doradas. Y en dicha arca referida se hallaron los huesos que declararon ser de dicha Excelentísima Señora Duquesa, mi señora. Y en el dicho ataúd pequeño unos huesos que también dijeron eran del dicho marqués mi señor».

Reconocidos, se cerraron los ataúdes con llaves que se dieron al prior y se pusieron en el nicho del lado del Evangelio del altar mayor, enterrándose el duque en la forma como venía y los huesos de la duquesa y el marqués «juntos en un ataúd mayor forrado de terciopelo con guarnición de oro y clavazón y cerradura dorada, que se trajo prevenido para este efecto. Y así puestos los dichos ataúdes, en dicho nicho, se cubrieron con el paño de terciopelo con que estuvieron en el túmulo y encima una almohada de lo mismo, uno y otro con sus borlas correspondientes y se fijó el escudo de las Armas de sus Excelencias bardado de oro en dicho paño».

Los cadáveres de Antonio Juan Luis y de Tomás Antonio se trajeron del convento de Nuestra Señora de la Victoria, de la Orden de los Mínimos de San Francisco, extramuros del Puerto de Santa María, donde fueron depositados al tiempo de su fallecimiento. Y el de la duquesa, desde el convento de Santa María de las Cuevas, Orden de la Cartuja, extramuros de Sevilla, donde asimismo estaban depositados para efecto de darles el entierro que le toca mediante su patronato y voluntad de sus Excelencias.

Además, de orden de Alonso Rodríguez y contadores se sacaron, en Huerta, «los huesos que se hallaron en unos ataúdes antiguos y maltratados de un nicho correspondiente a la antecedente en dicha Capilla Mayor, al lado de la Epístola, entierro asimismo perteneciente a sus Excelencias que dijeron ser de sus Excelentísimos predecesores y se entraron en dos ataúdes iguales y que corresponden a los referidos, con las misma forradura, guarnición y clavazón y se encerraron y pusieron en dicho nicho del lado de la Epístola y cubrieron con otro paño de terciopelo y encima se puso una almohada de lo mismo a la correspondencia del otro nicho y las llaves se entregaron a dicho Reverendísimo Padre Presidente, de que se dio por entregado».

El 30 de noviembre de 1820 supo el cabildo de la colegial de Medina un oficio del duque en que manifestaba que, en el caso de llevarse a cabo la extinción de los monasterios, fuesen depositadas, hasta que otra cosa se dispusiera, en los panteones de la colegiata las cenizas de los duques, que se hallaban en el monasterio cisterciense de Huerta «con el paño precioso que sirve para las honras que anualmente se celebran por sus almas». Verificada la exclaustración, el dicho contador «lo noticiaba a fin de que el cabildo acordase el oficio y misa solemne para su colocación lo antes que ser pudiese». El cabildo, para hacerlo con la solemnidad correspondiente, sin faltar a las rúbricas, acordó que el domingo, día 5, por la tarde, hacer el nocturno solemne de difuntos y el lunes por la mañana la misa.

Al año siguientes, en el mes de noviembre, pidió el contador del duque se hiciera el oficio de difuntos a los huesos de los patronos traídos de Huerta y depositados en la colegial, «pues aunque se le había pasado consultarlo a S.E. esto era regular y él salía garante del pago de la limosna». Los capitulares acordaron se hiciese los días 5 y 6 de ese mes con toda la solemnidad posible. El 26 del mismo, puso de manifiesto el presidente del cabildo que dicho contador tenía orden de satisfacer al cabildo, «por el oficio que antes se celebraba en Huerta, y en este año se ha hecho en esta colegial», lo mismo que se daba a los cistercienses, que eran 40 fanega de trigo y 900 rs. en dinero. Y el 29 de octubre de 1822, se supo un oficio del encargado de la contaduría del duque «para que se suspenda la celebridad de honras solemnes que se executaban el dos y tres en el monasterio de Huerta, y que se celebraran cuando se pueda».

Los citados ataúdes se depositaron en el panteón ducal que, el 19 de agosto de 1619 se había obligado hacer Juan Ramos, en los paños oblicuos del altar mayor, por lo que le dieron 1.400 ducados.

Otros titulares se enterraron directamente en esta iglesia y en su cripta que, muy pocos años antes de la pandemia, fue profanada. Nada se contó, aunque en algún estamento oficial civil o eclesiástico puede quedar constancia del atropello.

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