Patrimonio
Villaciervos: arreglar la espadaña y la sacristía y retejar la iglesia, 1.600 reales en total
El ejecutor de la obra, en 1664, fue el maestro de cantería y carpintería Lucas de Elguero
En una de las visitas pastorales llevadas a cabo por Antonio Valdés de Herrera, obispo de Osma (1641-1653), al verificarla en el lugar de Villaciervos de Arriba, hoy Villaciervos sin más, halló «tenía necesidad de hacerse en ella una espadaña para la torre de la dicha iglesia en que estuviesen las campanas». Procediendo a lo dispuesto por el prelado, la obra se remató en Martín García del Hondal, maestro de cantería, por escritura de 28 de septiembre de 1645, saliendo por sus fiadores Pedro Cicarte, ensamblador, y Juan García, maestro de carpintería. De acuerdo con dieciséis condiciones, publicadas por el marqués del Saltillo, se obligó a dar su trabajo acabado a fin de junio de 1645.
Años después, el 17 de junio de 1664, Bartolomé de Soria, mayordomo de esa iglesia, presentó una petición al doctor Pedro de Nieva, provisor oficial y vicario general del obispado por el prior y cabildo en sede vacante. En ella se le hacía saber que la torre, «al tiempo cuando se hizo […] quedó imperfecta de tal manera que las aguas entran dentro de la iglesia y para este remedio necesita deshacerse de dicha torre un pedazo y levantarla». Con el fin de poner el remedio pertinente, mayordomo y licenciado Luis de Alcalá, cura del lugar, solicitaron la colaboración del concejo del lugar.
El caso es que, conseguida licencia del provisor, los precitados mayordomo y clérigo se concertaron con Lucas de Elguero, maestro de cantería y carpintería, vecino del valle de Guriezo, en el arzobispado de Burgos, y residente en el obispado de Osma, para llevar a buen fin el aderezo de la torre, fábrica de la garita y retejo de la iglesia y sacristía echando en ella un aguilón. Nombró por su fiador a Juan de Arce, vecino de Soria, maestro de dicho arte, hallándose presentes en el acto Mateo Lagunas y Juan Barranco, alcaldes para la obra que pretendían hacer.
Las condiciones, en número de nueve, estipulan deshacer todo lo que fuere menester de la torre hasta el fin del hueco de las campanas y pilastras «porque lo que desde allí arriba se levantase tenga trabazón y enlazamiento de unas piedras con otras para su firmeza bajándolo todo abajo y labrando todas las piedras que fueren necesarias para dicha obra y si de lo que bajare se rompiere o derrotase algunas las ha de volver a labrar = levantando la torre todo lo necesario según las condiciones que se irán siguiendo».
Por su cuenta había de bajar las campanas y volverlas a su lugar. Mientras durara la intervención había de ponerlas, con unos maderos, en los árboles de la iglesia o donde le pareciere que estuviesen con toda seguridad para el servicio de la iglesia. Correría por su cuenta el reparo si alguna sufriere algún desperfecto quedando la torre «levantada tres pies, los dos de antepecho encima de la garita que se ha de hacer y el otro de gueco para el juego de ellas».
El tejado del edifico «haya de correr el hilo del derecho sin que cabecee poco ni mucho», hasta topar en la torre echando las aguas a un lado y a otro como las demás del tejado, y levantando de cantería lo necesario, a un lado y otro, «que acompañe lo corriente el tejado para que quede con toda perfección devolviendo todo el tejado y volviéndolo a tejar de nuevo y lo mismo de la sacristía echarla un aquilón y el y lo de todo lo dicho y la boca de las canales ha de revocar y embutir de buena cal».
Tenía que deshacer la garita dejándola por dentro dos varas de ancho y de largo lo que tiene y fabricarla sobre los mechinales de unos maderos «que salgan de la misma torre y zapatas encajadas en ella de modo que entre la garita y el hilo del tejado haya el grueso de un hombre, que será hasta de media vara de grueso, para que se pueda bien retejar». La había de echar cubierta de teja, como lo demás de la iglesia y sacristía, «y ha de llevar su antepecho de tabique y de cal y todo y madera y de allí arriba cerrado con verja de madera para que no se pueda salir al tejado y solada de tablones de enebro ajustados con juntera sin que lleve otro suelo». Y la entrada ha de quedar con su puerta de modo que las aguas no puedan entrar en el coro si no que caigan en el tejado del templo.
Todo el material necesario, como piedra, cal, arena y teja, clavos, se obligó el concejo a darle puesto al pie del inmueble. Le dejarían, además, una cabalgadura para llevar agua, «sin darle otra cosa alguna, ni ayuda, ni sogas más que tan solamente lo dicho y la cabalgadura cuando convenga. Y se le ha de dar seis vigas de treinta pies de tercia y cuarta para bajar la piedra y después han de quedar las dichas vigas para la dicha iglesia. Y asimismo han de quedar todo el despojo de la garita que hoy».
Correría por cuenta del maestro cortar la piedra y la tova para tal obra, que había de comenzar pasada Pascua de Espíritu Santo, de 1664, y darla acabada en perfección, a vista de dos maestros nombrados por ambas partes, para el día de San Miguel de septiembre. Por su trabajo se le abonarían 1.600 reales, comprometiéndose Lucas de Elguero, «maestro de satisfacción», a no ceder ni traspasar su obligación a ninguna persona «sino por la suya y oficiales hacer la dicha obra pena de perder lo que hubiere fabricado y volver lo que hubiere llevado por cuenta». Concierto datado el 18 de mayo de 1664 y ratificado el 1º de junio del mismo.
Iglesia que permaneció varios años en ruinas por no haber acudido, en su momento, al retejo de la misma cuando era párroco Manuel Tejada Rubio. El edificio se restauró, acaso por influencia de Auxibio López Lagunas, y hoy es un auditorio para conciertos, conferencias, sala de exposiciones… Aún recuerdo, con nostalgia, su retablo mayor, con columnas salomónicas, levantado en el claustro de la catedral oxomense que, más tarde y al parecer, surcó mares hasta desembarcar en Puerto Rico.
Sustituyendo a la centenaria parroquia del precursor, en
la estepa de Villaciervos
ese monótono plano
estéril, pardo, pedreño,
suelo que fue hace miles de años
de laguna cuaternaria;
luego monte, después paramo,
se levantó una de nueva planta, en cuyo portalillo cuelga un crucifijo que acompañó al que esto escribe, en un piso de la calle 4ª de García Bernal, durante cuatro de los seis años de su estancia en la ciudad de Salamanca. Los versos citados fueron escritos, allá por el año 1914, por el burgense Manuel Hilario Ayuso.