Patrimonio
El desaparecido retablo y la ermita de Santa Eulalia en El Collado de San Pedro
La obra de carpintería corrió a cargo de Juan de Vallés mientras que la pintura fue realizada por Pedro Delgado
No es poco lo que hemos leído relativo a la historia eclesiástica de la antigua diócesis de Osma, hoy de Osma-Soria, y siempre nos ha llamado la atención el hecho de que cierto libro se abra con una presentación, siga un proemio, continúe con el prólogo y cierre esta parte del volumen con una introducción. ¡Casi nada! Luego, tras tanto preámbulo, se echan de menos no pocas de las ermitas que, otrora, alfombraron la geografía soriana en la que, al decir de ilustre clérigo, «hasta los páramos son santos».
Pascual Madoz, en su ‘Diccionario geográfico, estadístico histórico de España y sus propiedades de Ultramar’ señala la existencia, en el lugar de El Collado, de la ermita de San Roque, «situada a tiro de fusil de la población, habiendo servido de parroquia hasta el año de 1754». Dato repetido por todos los que han tratado de dicha aldea, próxima a San Pedro Manrique, pero nadie ha publicado, que sepamos, que en su término radicaba la puesta bajo la advocación de Santa Eulalia, de la que ha llegado a nuestros días documentación relativa a los años 1574-1693. El hecho de no ser citada por Madoz, siendo, como somos, conocedor de como se redactó su famoso «Diccionario», nos hace sospechar que, tal vez, cuando lo publicó ya se existiría. Ermita cronológicamente anterior a la del citado santo francés, nacido en Montpelier, y peregrino:
«San Sebastián fue Francés
y San Roque peregrino,
y lo que tiene a sus pies
San Antón es un cochino».
El año 1589, por el libro de fábrica o de carta cuenta de la ermita sabemos que no tenía retablo y su altar «esta sin adorno alguno para poderse decir misa en el por no tener como no tiene hornamento, ni caliz, ni ara, ni frontal ni otra cosa que sea necesaria para celebrar misa en la dicha hermita y que la hacienda della anda en poder de mayordomos de que a dicha hermita».
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Así las cosas, el visitador general de Calahorra La Calzada, a cuya diócesis entonces pertenecía el lugar, ordenó que, en el plazo de seis meses, se hiciera, al menor coste que se pudiere, «un retablo de pincel de la suerte y forma del que antes estaba» y «ver si conviene que la dicha ymagen viexa se ponga en el dicho retablo o que todo el sea de pincel». Santiago de Abendaño, que tal era el nombre del visitador, comisionó a los curas, que eran o fueren, de Oncala y de El Collado, de cuyas iglesias era eneja dicha hermita para llevar a cabo el proyectado retablo que «no hexçeda de ocho mil mareuedis poco mas o menos».
Del mismo modo mandó al mayordomo, pena de excomunión y de diez ducados aplicados para la fábrica de ermita, dispusiera hacer y traer un frontal de guadamecí, de unos dos ducados, y unos manteles para la mesa del altar.
Ordenó, también, a los vecinos de Oncala y El Collado, so pena de excomunión mayor «trina canonica monitione premissa», eligieran mayordomo para servirla desde el día de año nuevo de 1591 a igual fecha del año siguiente. Y en esta forma ambos pueblos los nombren mayordomo alternando, según tenían de costumbre, de modo que en cada año haya un mayordomo «a quien enteramente se carguen los frutos de cada uno y se descargue del gasto de cada año» , lo cual deberían hacer y cumplir so pena de excomunión mayor y de todos los daños que a la ermita se recrecieren.
El retablo se contrató y la parte arquitectónica corrió a cargo de Juan de Valles, entallador, al que se dieron, en 1591, diez fanegas de trigo, que contadas a la tasa montaron 4.760 maravedís «de la talla e madera del retablo para la ermita».
El retablo pensamos que debió permanecer algunos años en blanco corriendo por cuenta de Pedro Delgado, pintarle, dorarle y estofarle a quien, como señalan las cuentas aprobadas el 22 de marzo de 1608, se le pagaron 15.776 maravedís. Las mismas cuentas contemplan el descargo de los 1.496 maravedís dados a uno de los tasadores del retablo «pagolos por el pintor». Igual cantidad «que se pagaron de la tasación del otro pintor que se puso de parte de la hermita”. Y 138 maravedís abonados por los derechos del escribano por declarar las tasaciones. Algunas otras cantidades se señalan, entre ellas 17.706 maravedís dados a Pedro Delgado «que se dio por contento y pagado del dorar y pintar del retablo y también se acabaron de pagar las casullas y con esto no debe nada la hermita», y 340 maravedís abonados a Juan Muñoz, ensamblador, de unos remates.